Colaboraciones en prensa

Muchos de los eventos culturales que se producen en Euskadi tienen, en mi opinión, una vida tristemente corta o desaprovechada. Llegan, pasan, pero se pierde demasiadas veces la oportunidad de analizar sus aportaciones y aplicarlas a la actualidad. Una oportunidad que es de oro, porque muchos de esos eventos proponen visiones inteligentes del presente, esto es, con capacidad para bien entenderlo y orientarlo. Es el caso, por ejemplo, del encuentro Ideas para cambiar el mundo que se celebró hace unas semanas en Bilbao y que nos dejó reflexiones y propuestas valiosas que convendría aprovechar más. Como estas palabras que el escritor Ramiro Pinilla pronunció durante su conferencia Cómo se debe contar la historia: “Pasaremos página, pero no sin antes haberla leído”. El cese de la violencia de ETA nos coloca en el pliegue del antes y el después, o en el movimiento de un pasar página. Y creo que hay que aprovechar decididamente esa oportunidad de una página nueva. Pero situarse en una hoja “en blanco” no significa actuar a ciegas, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera un texto anterior. Lo hay. Y la manera en que ese texto previo influye en el presente sin obstaculizarlo, es decir, sin impedir la rotunda novedad que un tiempo sin ETA debe suponer, constituye una de las responsabilidades fundamentales de nuestra convivencia democrática; una responsabilidad con ramificaciones constantes, con aplicaciones diarias. Como al caso del etarra Iosu Uribetxeberria, cuya excarcelación acaba de decidir el juez de Vigilancia Penitenciaria.

La decisión de excarcelar a un preso gravemente enfermo deja, a mi juicio, poco margen para la oposición. Lo prevé la ley, y además lo dicta el humanismo. Y creo que es fundamental representarlo así, describirlo como lo que es: una opción y una concesión de la democracia, y, desde luego, una decisión íntima, dignamente humana. Y no dejar que lo manipulen, y lo propongan como una victoria propia los terroristas y su entorno, es decir, quienes durante decenios han atacado, despreciado, la democracia y el humanismo. Y me parece esencial también colocar esta decisión en perspectiva, situar ésta página actual (y las que puedan venir, porque parece lógico que un nuevo tiempo sugiera una nueva orientación para la política penitenciaria) en su sitio, en su condición de página pasada, pero no de página suelta, desconectada de todo lo anterior. Y conectar supone recordar, tener presente en el presente de esta excarcelación que Iosu Uribetxeberria fue uno de los terroristas que mantuvieron secuestrado a José Antonio Ortega Lara, en condiciones de espanto, durante 530 días, y las circunstancias en que se produjo su liberación: las Fuerzas de Seguridad encontraron el zulo sin la colaboración del etarra presente en el lugar. El cese de la violencia de ETA nos sitúa en el después. Pero de un antes, que hay que leer e interpretar atentamente para darle la vuelta a la hoja.

Artículo aparecido el 3 de septiembre en la edición vasca de El País.

Me encuentro con Paz, una vecina jubilada, y me cuenta que viene de pergolear un poco. “Mi pandilla y yo pergoleamos todos los días”, explica, “a la mañana y a la noche. También nos gusta hotelear, txosnear, terracear y barraquear, pero donde esté la Pérgola, que se quite todo”.

A veces pienso que a Paz habría que nombrarla académica de la lengua, porque ella solita se hace un diccionario y se queda tan ancha. “Ay, hija, qué calor, qué soborno", dice; “me he tenido que tomar una aspirina fluorescente, porque con estos calores parece que a una le va a dar un simpósium al corazón. Yo es que no salgo de mi apoteosis. Claro que tampoco hay que rascarse las vestiduras. Peor sería que empezara a llover como el Danubio universal. Bueno, mona; te dejo que voy a mi casita, enderezo la ensalada, echo una siesta y me arreglo para el pergoleo nocturno. Tú a lo tuyo, ¿no?, a estrujarte las meninas para el artículo diario. Pues que haya suerte, guapa”.

Y se va. Mientras se aleja, la miro y pienso que bajo esa apariencia de viejecita afable late un monstruo que únicamente sale a la superficie cuando alguien intenta arrebatarle su derecho a pergolear tranquila.

Y es que la Pérgola, la catedral de las bilbainadas, engaña mucho. Ese público de la Tercera Edad parece indefenso y desvalido, pero de eso nada. Hay mucha energía entre esa gente. Yo lo vi hace unos días y me quedé estupefacta. Nos disponíamos a escuchar las bilbainadas de un grupo bochero, cuando un cuarentón intentó arrebatarle a Paz la silla de madera en un descuido. Qué fue aquello. Paz y su pandilla —una simpática colección de ancianitos en la que abundan canas, bastones, dentaduras postizas y prótesis varias— mutaron de pronto y se convirtieron en un grupo de fieras salvajes capaces de todo con tal de defender su territorio. “Antes tuerta que sin silla, ay que sin silla, ay que sin silla", dijo Paz mientras sacaba de su bolso unos nunchakus que ni Bruce Lee. El cuarentón chulito recibió su merecido. Y es que un público capaz de bregar con Mike Kennedy y Los Mustang, es un público capaz de todo. Un respeto para ellos.

Publicado el 22 de agosto en El País.

Basta con darse una vuelta por cualquier lugar del mundo para darse cuenta de que la tendencia es a lo que, resumidamente, podemos llamar multiculturizarse. Y que esa tendencia es tanto más marcada o evidente cuanto mayor es la importancia o la influencia de una ciudad o un país. Lo que elocuentemente habla de la riqueza que supone el encuentro, la mezcla, la interconexión de personas de distintas procedencias, y dice también que las sociedades más dinámicas, más capaces, por tanto, de responder a las expectativas de sus habitantes, son y serán aquellas que resulten más permeables a la mixtura cultural, las que la sostengan con mayor convicción, las que la vivan con más naturalidad. En un mundo como el nuestro, convertido gracias a la facilidad de las comunicaciones, de Internet, de las redes sociales, en un territorio móvil, donde las distancias y las fronteras necesitan a cada rato interrogar su sentido, replantear su consistencia real y simbólica; en un mundo así, resulta más esencial que nunca blindarse como sociedad, y blindar a las nuevas generaciones, contra la xenofobia y el racismo. La xenofobia y el racismo son esencialmente quiebras éticas, atentados contra principios y derechos fundamentales. Pero además impiden a las sociedades que los practican pertenecer al ahora y al futuro del mundo. Descarrilan a las sociedades que los practican del eje del mundo, las alejan de la tendencia, del trazado de su desarrollo material, intelectual, moral.

La consejería de Asuntos Sociales ha presentado la propuesta de un Pacto Social por la Inmigración que busca implicar a toda la sociedad vasca en la lucha contra la discriminación de los extranjeros y en el respeto de sus derechos. La iniciativa es, en mi opinión, más que oportuna y necesaria. Y espero que la sociedad en su conjunto (partidos políticos, agentes sociales y culturales, instancias educativas y empresariales, medios de comunicación) atienda la llamada. Que todos acordemos comprometernos y armonizarnos en la tarea de borrar de Euskadi cualquier tentación o signo, que los hay, de discriminación xenófoba. Sólo un pacto global permitirá una pedagogía global. Sólo un acuerdo a múltiples bandas evitará desequilibrios y mensajes contradictorios, que también los hay, en esta materia; impedirá que convivan el aliento del respeto con la persistencia o la tolerancia del prejuicio.

Sólo un compromiso de conjunto conseguirá detectar los focos, circunstancias, errores que pueden alimentar la xenofobia. Y cuando pienso en errores, lo primero que se me viene a la cabeza es la situación de esos menores inmigrantes que nuestras instituciones atienden, pero no tutelan. Creo que es urgente revisar, y rectificar, los protocolos asistenciales que se les aplican. Que es imprescindible integrar a esos jóvenes en nuestro sistema educativo. Darles, de ese modo, una verdadera oportunidad de crecer y de pertenecer. Como todos nosotros, pertenecer al mundo.

Artículo aparecido el 5 de septiembre en la edición vasca de El País.

Se está imponiendo la idea y la imagen de que la Conferencia de Aiete se ha organizado y cerrado así, con la celeridad y las conclusiones que sabemos, para ofrecerle a ETA y su entorno una pista de aterrizaje, y también la consideración de que esa iniciativa era por ello necesaria y, para algunos, incluso imprescindible, que era algo que había que hacer. Me preocupa ese enfoque por muchas razones. En primer lugar, porque sitúa, una vez más, la carga de la responsabilidad donde no se debe, del lado de la sociedad vasca, y no donde se debería, en el terreno de ETA y su entorno. Entiendo que hablar de una pista de aterrizaje necesaria equivale, en ese sentido, a suscribir que corresponde a la sociedad vasca el papel de aceptadora y facilitadora, o que es tarea de nuestra sociedad no rebelarse ante ciertos planteamientos —esencialmente el que asume la citada Conferencia y que describe lo sucedido en estos años como un "conflicto armado" del que derivan consecuencias a resolver ahora, bilateralmente, entre las dos partes enfrentadas—, que es tarea social no rebelarse ante ese tipo de planteamientos, dejarlos estar, para ponérselo a ETA lo más fácil posible. Equivale, en definitiva, a invertir de nuevo el protagonismo de la deuda: en lugar de insistir en el debe colosal que ETA tiene con la sociedad, imaginar y enredarse en la hipótesis de que es la sociedad la que tiene que poner una vez más de su parte, de que es la sociedad la que le debe algo a ETA, la que debe concederle algo a ETA para que ésta lo deje para siempre.

Hablar de pista de aterrizaje necesaria es además, en mi opinión, una manera de proponer una visión distorsionada del propio vuelo de ETA, o de su capacidad para seguir volando. O si se prefiere, una manera de no insistir en que cualquier aterrizaje de ETA era ya de emergencia, porque se había quedado sin aire y sin combustible para seguir, porque la sociedad y los instrumentos de su democracia la habían dejado sin lo uno y sin lo otro, sin más margen de maniobra que el de plegarse a la evidencia de la firmeza del Estado de Derecho y del rechazo social, y apagar sus motores definitiva, irreversiblemente. No insistir en esa realidad del "sin aire" equivale, a mi juicio, a suscribir la tesis del "ni vencedores ni vencidos", esto es, a apoyar el propósito de que, después de este punto final, ETA pueda asentar alguna forma de postdata de negociación, consideración, contraprestación, reales o simbólicas.

No comparto ni la idea ni la imagen de esa pista de aterrizaje imprescindible. Considero que las inversiones de deuda, las distorsiones de diagnóstico, las equivalencias de responsabilidad que introduce en el debate —en un momento en que todo debe tener una calidad inaugural, de cimiento— son coordenadas erróneas, anotaciones injustas de la longitud y la latitud, históricas, sociales y morales de lo sucedido aquí en estos años. Son inaceptables e instransitables pistas falsas.

Artículo aparecido en la edición vasca de El País.

No soy ni remotamente una especialista del juego del póquer, pero lo conozco lo suficiente como para saber que, sea cual sea su modalidad, tiene que ver con mantener, hasta el último momento, algunas cartas tapadas y con farolear. La realidad está dejando muy claro, por si alguien lo había descuidado o perdido de vista, que la política no puede ser un juego y menos de azar. Que las decisiones que los dirigentes (no) adoptan afectan de un modo directo y en ocasiones determinante a la vida y al bienestar de los ciudadanos. Que una medida decidida en un sentido o en otro puede alentar o truncar proyectos; favorecer o entorpecer crecimientos personales y sociales. Que una buena inversión económica, educativa o cultural puede fortalecer el presente de todos y avalar el futuro de las nuevas generaciones, que por el contrario una mala puede hipotecarlos seria o incluso irreversiblemente. La política no debería ser nunca, y menos en los tiempos que corren, asunto de faroles y cartas tapadas.

Y, sin embargo, la actualidad nos deja casi a diario evidencias de las dos cosas. Llevamos varias semanas ya-entre los asuntos pendientes de agilización se encuentra sin duda el traspaso de poderes-, lentas semanas esperando las medidas concretas con las que Mariano Rajoy entiende enfrentar la crisis. Esperando, por poner directamente el dedo en la llaga, su reforma laboral. Es decir, esperando que el futuro presidente del Gobierno levante unas cartas que ha mantenido tapadas hasta ahora, y significativamente durante la campaña electoral. Como Artur Mas mantuvo tapadas, durante la campaña, las cartas de su nueva batería de recortes, y sólo las levantó una vez pasadas las elecciones. Como, en otro orden de cosas, Juan Karlos Izagirre mantuvo tapado hasta después del 20-N el juego de retirar del balcón del ayuntamiento donostiarra ese cartel que se negaba a ETA, a través del que los ciudadanos nos negábamos a ETA, una ETA que aún no se ha disuelto.

¿No tendrían todas esas cartas -y otras, que la práctica está muy extendida- que haber estado abiertas antes de la cita electoral? ¿No tendría la ciudadanía que haber ido a votar a esos y otros candidatos o partidos precisamente sobre la base de todo el juego abierto; conociendo al detalle cada una de las cartas propuestas, pudiendo así distinguir su sentido, su viabilidad, los valores y principios sociales que las inspiran? ¿No consiste la democracia en que los ciudadanos elijamos sabiendo? ¿No es hacer política hacer transparencia, propiciar un diálogo lúcido entre la ciudadanía y sus representantes? Estoy convencida de que sí. Y de que lamentablemente a nuestra vida política le sobra póquer en un momento en que ya no hay terreno para ninguna clase de juego. Se habla mucho estos días de refundar. Hay que refundar, pero también inaugurar, prácticas políticas y exigencias ciudadanas alérgicas a las cartas boca abajo, y a la temeraria y demagógica vía de los faroles.

Aparecido en la edición vasca de El País el 5 de diciembre.