Colaboraciones en prensa

 

EN diciembre de 1937 ya habían transcurrido tres meses desde que el Euzko Gudarostea hubiera entregado las armas y caído en manos de los rebeldes y, seis, desde que las tropas de Franco entraran en Bilbao, un 19 de junio. La estampa carcelaria en Bizkaia, al igual que en el resto de territorios caídos en manos de los sublevados era impresionante.

Se puede afirmar que en aquellos años oscuros, Euzkadi y el resto de la geografía en manos de los rebeldes era una enorme prisión. El número de apresados para el periodo de finales de 1937 y primer trimestre de 1938, tanto en cárceles como en campos de concentración fue de 105.300 prisioneros, una cifra equivalente a toda la población de Araba en 1930. A este número hay que añadir los 200.000 vascos evacuados al extranjero o a la España republicana. En Bizkaia se cree que había 29.350 prisioneros, otros 6.300 vascos en Santoña, 2.461 prisioneros en el campo de concentración de Deusto y 3.486 en el de Urduña.

Las navidades del año 1937 fueron trágicas para los vascos recluidos tanto en Euzkadi como en otros territorios, en especial en Castro, Laredo y Santoña por la crudeza de la guerra, que se manifestó en el número de muertos en el frente, en el de enfermos por las carencias sustanciales a un conflicto bélico, o en las penurias que tuvo que soportar la población civil con motivo del racionamiento de víveres y productos básicos, pero sobre todo, lo fueron para los cientos de soldados nacionalistas y republicanos que estuvieron recluidos en las distintas prisiones a cargo de la Dirección General de Prisiones en territorio sublevado, tras pasar por un Consejo de Guerra y para los miles de hombres que pasaron por campos de concentración sin juicio previo alguno, a la espera de ser reclasificados, conducidos a otros campos, sometidos a la auditoría de guerra o enviados a batallones disciplinarios de trabajo. El sufrimiento en sus distintos escalones iba desde el temor a ser elegido en una saca para entrar en el siguiente grupo de ejecución al amanecer, hasta aspectos tan elementales como recibir comida, que también fue utilizado como forma de castigo.

COMIDA ENTRE LA ROPA Un capellán recluido en El Dueso relató en un diario: Durante los cinco primeros meses estuvo terminantemente prohibido recibir alimentos del exterior. Quizá por eso el alborozo fue grande cuando para las navidades de 1937 se permitió que las familias pasasen toda la comida que quisieran, escondida en los sacos de la ropa. Los víveres enviados con enormes sacrificios y privaciones nunca llegaron a su destino. Fueron robados y repartidos entre los oficiales.

En la semana anterior a la Nochebuena el volumen de ejecuciones se elevó a 131 presos, entre ellos, la madrugada del 17 de diciembre fueron fusilados los oficiales de carrera del ejército de Euzkadi: Azkarate, Irezabal, Lafuente, Arenillas y otros diez más. La pérdida de esperanza y el desánimo de los prisioneros vascos se extendió, especialmente cuando comenzaron las ejecuciones de altos mandos del Euzko Gudarostea, que según el Pacto de Santoña eran los que habían recibido especial garantía de respeto a la vida.

Las primeras noticias esperanzadoras de que Franco admitiría comenzar a negociar canjes no llegaron hasta los primeros meses de 1938. El primer intercambio oficial firmado por Franco admitía el cambio de Miguel Primo de Ribera por el doctor José Bago Lecosaca, canje que encabezaba una lista de otros 23 prisioneros más por cada bando y que se realizó por conducto de la embajada británica en Hendaia. A partir de ese momento se comenzaría a instaurar el sistema de canjes que funcionó en los años siguientes y que salvó la vida de muchos condenados a muerte nacionalistas, socialistas, anarquistas y republicanos de todo signo.

Bilbao se convirtió en un gran centro de reclusión. Se utilizaron como centros de privación de libertad no solamente cárceles, como la de Larrinaga, sino que sirvieron para este fin las plazas de toros, los barcos, -estos ya se habían utilizado para encarcelar a presos derechistas en los años previos a la entrada de las tropas sublevadas- y otros muchos edificios: las escuelas (Cervantes y Tiboli entre otras); el colegio de Escolapios; el convento de El Carmelo u otros lugares como el edificio de Tabacalera en Iturribide. También se utilizaron casonas como el chalet de Orue, una mansión que había pertenecido a una familia nacionalista y que al quedar abandonada al comenzar la guerra se reutilizó para cárcel de mujeres.

 

De todas ellas, la más destacable fue la prisión de Larrinaga, hoy inexistente, y que se encontraba frente a lo que hoy en día es la casa Galera. Larrinaga fue mucho más que un centro de reclusión, puesto que allí se empezaron a trasladar los primeros prisioneros de Santoña para su ejecución y con el paso del tiempo, a medida que la auditoría de guerra iba confirmando las sentencias de pena de muerte, se convirtió en la antesala de todos aquellos que iban a ser fusilados o agarrotados. Paradójicamente, casi todos los testimonios coinciden en que el régimen carcelario de este centro, el día a día, no era especialmente duro con respecto al de otras prisiones.

Para conocer la valoración que los donostiarras hacían del nuevo Gobierno municipal, Bildu organizó hace pocos meses —al cumplirse 100 días de su llegada al poder— una encuesta ciudadana. No voy a detenerme en sus resultados —que no contienen sorpresas pero sí paradojas como la de que los concejales menos conocidos se encuentren entre los más valorados—, para centrarme en su forma. Porque el texto propuesto a los ciudadanos estaba lleno de faltas de ortografía: universo con b: el verbo haber sin hache varias veces; por no hablar de tantos acentos desaparecidos y de algunas erratas. Ese desastre ortográfico me pareció de tal calibre, que dudé de la autenticidad del documento que me había llegado por correo electrónico. En fin, que no me lo podía ni creer. Pero tuve que rendirme a la evidencia y a la desolación, al acceder a una copia del mismo, desde la página del Ayuntamiento.

Esa incompetencia o descuido ortográficos es, a mi juicio, otro signo iceberg; otra punta emergente de un hielo lingüístico mucho más extenso y profundo, con el que convivimos con excesiva tolerancia y/o resignación, o sin inquietarnos o rebelarnos lo suficiente. Porque aceptamos sin mayor escándalo, como si fuera un fatalismo de los tiempos, la pérdida de léxico, de competencia ortográfica, de ambición sintáctica, no sólo en los más jóvenes, sino en cualquier ámbito relacional y profesional. Y tengo, debajo de los ojos, un reportaje periodístico recientemente publicado, escalofriante para mí no por señalar lo ya sabido: que muchos alumnos vascos tienen mala ortografía, sino por evidenciar lo intuido: que a muchos educadores esa mala escritura no les preocupa mayormente. “La ortografía tiene su peso pero es mucho más importante que el texto sea coherente”, podía leerse en ese reportaje o “lo más importante no es la ortografía sino la expresión (...)”.

Confieso que no comprendo cómo puede ser un texto coherente cuando las palabras no lo son consigo mismas. Ni cómo puede desvincularse el alma de la expresión de su cuerpo. Lo que sí comprendo perfectamente es la relación que la libertad tiene con la lengua; que a mayor vocabulario más matiz, esto es, más singularidad, profundidad y horizonte; y mucho menos encierro en los cuartos sin ventana del trazo grueso, la generalización, el cliché reductores y manipuladores. Que a mayor competencia sintáctica más y mejor capacidad crítica, es decir, más titularidad ciudadana: porque la política, la economía, las dinámicas sociales son también arquitecturas de(l) discurso. Y que la ortografía, porque es el soporte más visible de la lengua, constituye el cimiento de la capacidad y el respeto lingüísticos, sobre el que se construyen más capacidades y respetos personales y ciudadanos. Quitarle a haber la hache es mucho quitar: es aceptar para el presente y sembrar para el futuro mucho menos haber: un patrimonio amputado, encogido, de libertad, capacidad creativa, ambición crítica.

Artículo de Luisa Etxenike en El País

UNO anda un poco despistado con esto del tabaco y los porros, porque se dice que lo uno daña el pulmón y la garganta, mientras lo otro daña el cerebro. Y es preocupante la gran cantidad de asociaciones que existen en defensa del fumador, de lo uno y de lo otro. Nadie es quién para señalar a nadie, pero como también hay muchos millones de dinero público destinado a que el personal no coja gusto a la cosa y lo deje -adicción lo llaman-, pues no tenemos más remedio que hacer números y preguntarnos el porqué de tal tira y afloja.

Como la imaginación es libre, a uno le viene a la mente la escena de los dos burros que tiran de la cuerda en distinta dirección y no consiguen nada, solo sudar y sudar, sin más. Algo de eso sucede cuando se intenta afrontar estos problemas desde el punto de vista jurídico, pues el verdadero problema no es la criminalización o la despenalización. Y en el momento en que renunciamos a darle vueltas al mismo molino, o a estirar en dirección contraria, podemos ponernos de acuerdo y dirigirnos hacia el mismo objetivo: velar por la salud y la felicidad de las personas. Entonces se nos ve con la cara más relajada y, quizás, cumpliendo un poco más el objetivo. Aun así, el problema es que, aunque la cuestión de la salud viene a ser relativamente clara, la felicidad es harina de otro costal. Parece ser que se trata de algo más relativo. Hay quien afirma ser feliz fumando un cigarro, o saliéndose con la suya, o diciendo que nadie tiene que poner límites a su libertad. Y ahí estamos de nuevo. ¡Y pensar que habíamos acercado posturas!

Hay quien dice que nos atrae lo prohibido, y por eso insistimos tanto en plantear la cuestión desde el punto de vista jurídico, pero quizá lo que nos atrae es el exceso, que es otro punto de vista. Porque el alcohol es legal, pero hay personas que beben en exceso. ¿Qué es lo que nos atrae? ¿El precipicio? ¿El límite? ¿Cuáles son los mecanismos que estimulan el exceso en su consumo? Se buscan sensaciones fuertes, pero en un contexto banal. En la percepción de muchas personas el consumo de alcohol y de tabaco no trae consecuencias. Así que cuando se dice que el cannabis es tan peligroso como el alcohol o el tabaco realizamos un cóctel conceptual, pues cada producto tiene unas características propias.

El tabaco no es muy peligroso en términos psiquiátricos, pero hay muchísimas personas que mueren a consecuencia de su consumo. La marihuana consumida por más de cinco decenas de miles de chicos y chicas entre catorce y dieciocho años puede producir adicción, secuelas físicas, psicológicas y conflictos sociales, según afirman algunos estudios. Sobre el alcohol puede preocuparnos el aumento de atracones etílicos entre menores en los últimos tiempos.

Para aterrizar un poco más, no es mal planteamiento que sobre todo se enfoque la preocupación por el consumo de estas sustancias entre chicos y chicas jóvenes, y quizá ni siquiera debamos entablar un debate sobre buena o mala peligrosidad porque, al parecer, es preferible hablar de comportamientos de consumo en determinados ambientes. Pues hay ambientes juveniles, cada vez más infantiles, en los que aumenta el consumo de alcohol, tabaco y cannabis. Además ya no se trata de consumo, sino de poli-consumo. Tres -o quizá más- en uno. Se trata de ambientes en los que se consume de lo uno y de lo otro, y más allá aún. Se identifica con fiesta y ya está. O se consume para olvidar problemas, y se sigue igual tras la resaca, o se consume para ser como las demás personas, ¡menuda personalidad! Y reconozcamos que determinados consumos se asocian a claves culturales que en un momento determinado se identifican con estar en la cresta de la ola, lo más de lo más. Y eso tiene una verdadera influencia.

Ya sabemos que la educación es un proceso y ni siquiera en el campo educativo hay una varita mágica que lo resuelva todo ¿Cómo y quién osa afrontar el modelo actual de irse de fiesta? Por otro lado, una misma medida ni siquiera tiene los mismos efectos en todos los casos. La autoproducción de alcohol, por ejemplo, ha sido una solución en algunas situaciones personales, pero en otras ha agravado un alcoholismo crónico. Por eso, conviene que en estas cuestiones, como en otras, seamos un poco más cautos a la hora de pronunciarnos. Aun así, uno no se resiste a dejar de citar a Confucio cuando decía que los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos. Podemos mirar hacia otro lado porque, al fin y al cabo, no es más que una frase antigua, pero por lo visto, cinco siglos antes de Cristo existían los mismos problemas que hoy. Y también existían desavenencias a la hora de definir determinados conceptos.

Aparecido el 27 de diciembre en Deia.

 

 

No sé qué pensar del cartel de fiestas. No tengo palabras. Y eso es raro en mí, porque normalmente las palabras me sobran, lo que me falta es pasta. Pero a veces pasan estas cosas, te pones a pensar en los grandes hitos del arte y no sé, como que te amilanas, y andas ahí dubitativa, en plan “no sabe, no contesta”, hecha una sosa.

Yo, cuando noto que no tengo una opinión firme sobre algo, suelo preguntarme qué opinará del tema doña Letizia. E inmediatamente pienso lo contrario. Para mí doña Letizia es casi un faro en la oscuridad. Y creo sinceramente que este cartel no le gustaría nada, porque doña Letizia va de “soy más fina que el coral y con qué estilazo luzco los modelitos que pagáis con vuestros impuestos” y la Marijaia del cartel es una ordinaria de cuidado, una camioneraza que da hasta miedo. Yo me encuentro con esta Marijaia en una noche oscura y echo a correr que no paro hasta Burgos. Cosa que no me pasaba con las de otros años, mira. Porque hasta ahora siempre había pensado que Marijaia era una gemela de la Duquesa de Alba, como ella misma se encargó de demostrar cuando se casó y salió a bailar con los bracitos en alto. “¡Mira, Marijaia!”, dije yo, mientras todo el mundo la ponía verde por hacer el indio así. Pero a mí me hizo gracia y desde luego, no me provocó ningún miedo. Debo admitirlo, a mí la Duquesa me provoca muchísimas cosas, pero miedo, lo que se dice miedo, no. Y en cambio esta Marijaia, con esas piernorras llenas de pelos que para sí quisiera el propio Muniain o cualquier otro chico de Bielsa, y esa cara tan extraña, que no se parece a nadie y menos a Marilyn, y esas bragas o calzoncillos o lo que sean, me da un yuyu que para qué. Pero ha creado polémica, ya ves, y eso tiene mérito, porque no hay nada peor en esta vida que pasar por ella sin que nadie se fije en ti, en tus patorras y en tus pelos. Y además, qué sería de la depilación láser si nadie reparara en las selvas capilares ajenas.

Fíjate lo que son las cosas, al final ha resultado que sí tenía una opinión, qué alivio. Y es que doña Letizia es mano de santo. Lo que vale esa mujer.

Aparecido el 20 de agosto en El País.

Acaba de triunfar en los Premios Goya No habrá paz para los malvados, de Enrique Urbizu, una película a la que creo que hay que reconocerle, como mínimo, el mérito de tener relieve en la representación estética y empuje de una reflexión ética, es decir, de introducirnos en un contexto y un debate artísticos. Si esta es una de las caras de la moneda de nuestra actualidad cinematográfica, una de las cruces está para mí en el hecho de que Torrente IV haya arrasado de nuevo en las taquillas el año pasado. Confieso haber visto sólo la primera entrega de la serie, pero sé que esta última contiene el mismo tipo de visión del mundo que las anteriores; que promociona unos “valores” que están —por ponerlo suave— en el vecindario de las bajas pasiones; que alardea de incorrección política y de demolición ético-estética. Lo que cada uno hace con su tiempo libre es asunto privado, pero el perfil de la película más taquillera de un país creo que entra dentro del ámbito de lo público, por lo que tiene de revelador de un retrato o un ambiente social.

Pensar que ese taquillazo y la película que lo provoca no merecen atención (y preocupación), que no significan nada equivaldría, a mi juicio, a negar el sentido de la labor creativa, y, por esa vía, la relevancia de las obras de arte y de cultura, la de su capacidad para con-movernos, transformarnos, conducirnos a través del impacto de la interrogación, hacia esa forma de libertad que es la lucidez y viceversa. Como no puedo colocarme en esa negación, creo que el éxito de Torrente significa mucho, dice mucho del ambiente de nuestro país, del aire social que respiramos. Y es un aire en cuya composición juega un gran papel el “cada uno a lo suyo”. Lo que puede apreciarse sin ninguna dificultad y a diversas escalas: desde los concursos televisivos donde lo que cuenta es ganar a los demás a cualquier precio; hasta los corralitos que nos dividen dentro y entre comunidades autónomas. Y citemos, por ejemplo, lo último en atención sanitaria: el “no atiendo a estos pacientes porque no son de los míos”, lo que en el seno de un mismo país no deja de ser simbólico, es decir, de tener un impacto en el modo en que la ciudadanía se forma o formatea con respecto al otro, al vecino. Citemos también la manera en que, en nombre de idilios del pasado, se legitiman desamores del presente: como el que determina que los ciudadanos de los tres territorios vascos no seamos iguales ante la fiscalidad… Y así infinidad de detalles, declaraciones y ejemplos públicos donde la exigencia del interés general se omite o se desdeña.

Y habla también de un aire de rendición frente a la zafiedad, el feísmo, la bobería, que llevan tanto tiempo y tan ufanamente circulando por nuestras pantallas grandes y pequeñas que no podemos esperar que no tengan consecuencias. Las tienen y serias, en la composición de un ambiente, de una atmósfera social cada vez más pesada. Necesitamos con urgencia aire fresco, más aire.

Luisa Etxenike en El País