Artículos

Amelia Serraller comparte un nuevo fragmento de su obra "Cenizas y fuego. Crónicas de Ryszard Kapuściński". 

Estas líneas son continuación de los fragmentos ya compartidos por la autora en esta misma web. Puedes releer los anteriores en los siguienes enlaces (primer fragmentosegundo fragmento y tercer fragmento)

Queremos agradecer a Amelia Serraller su generosidad a la hora de compartir con nosotros estas páginas de su libro.

Podéis encontrar "Cenizas y fuego. Crónicas de Ryszard Kapuściński" en este enlace y conocer la trayectoria de Amelia Serraller en su página de autora.

 

Dos reportajes bélicos: Un día más con vida y La guerra del fútbol

No obstante, en 1972 el autor polaco había abandonado la corresponsalía, por lo que se despide literariamente del continente con La guerra del fútbol (1978), cuyo título acaba designando a la contienda entre Honduras y El Salvador durante la fase clasificatoria para la Copa del Mundo.

Entre Cristo y La guerra sale a la luz en 1976 el libro predilecto del propio autor, Un día más con vida (Jeszcze dzień życia), dedicado a la guerra de independencia de Angola. El libro supone un punto de inflexión en su carrera, ya que se trata del primer reportaje unitario en la obra del periodista polaco.

Con todo, Kapuściński no dejará de visitar intermitentemente el Nuevo Continente. En un principio acude a impartir clases magistrales en universidades, además de cubrir la visita del Papa Juan Pablo II a México en 1979.

Precisamente sus estancias en las universidades latinoamericanas prefiguran en cierta manera sus futuras visitas al Nuevo Continente. Y es que el reportero polaco será uno de los profesores habituales de los talleres itinerantes de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, fundada en octubre de 1994 por el recientemente desaparecido Gabriel García Márquez.

Gracias a los mencionados talleres, Kapuściński influirá directamente en toda una generación de reporteros latinoamericanos, en lo que se conoce como el “boom” de la crónica en este continente. La lista es larga, y en ella se encuentran nombres que también son populares en España, como Gabriela Wiener, Santiago Roncagliolo, Leila Guerreiro, Pedro Lemebel, Alma Guillermoprieto o Sergio Gónzalez Rodríguez. Algunos de estos periodistas son también prestigiosos escritores, como es el caso del activista chileno Pedro Lemebel.

No obstante, una vez abandonado su cuartel general mexicano, Kapuściński pasó más tiempo en África. Ello no es óbice para que uno de los proyectos que frustró su muerte fue precisamente escribir un libro dedicado a toda América Latina. Con él pensaba cerrar la trilogía de las grandes síntesis panorámicas, que comienzan El Imperio (1993) y Ébano (1998).

No en vano, otra de sus estrategias como reportero consiste en no dejar completamente de lado un destino, que equivale a un tema en el que se ha profundizado. O lo que es lo mismo, pasados los años, una especialidad más.

Las servidumbres del poder: El Emperador y El Sha

Corre el año 1976 y Kapuściński, inmerso en una crisis creativa, incumple los plazos que le ha impuesto la redacción para escribir sobre Etiopía. Busca desesperadamente un punto de arranque, un detalle al que asirse, simple pero revelador:

No existe nada más simple que un vaso de agua (…) o un mendrugo de pan. ¡Y con eso se salvan vidas! Así que busco entre esas imágenes y entonces me viene a la cabeza que el emperador tenía un perrito (…) siempre lo llevaba consigo (…) y que tenía un sirviente que siempre estaba pendiente del perrito. ¿Qué puede decir el sirviente acerca del perrito? La frase más sencilla que se pueda escribir sobre el perrito: “Era un perrito muy pequeño, de raza japonesa. Se llamaba Lulú”. (…) En cuanto lo escribí, supe que ya tenía libro[1].

Por su parte, el lenguaje alterna el polaco antiguo de la época del sarmatismo con neologismos, para subrayar el anacronismo de un sistema feudal. Toda la prosopopeya, la pompa y la ceremonia que rodean la corte casan muy bien con la lengua literaria del Barroco polaco, al igual que los elaborados epítetos con los que el servicio se refería a su señor.

La importancia de estas frases reside tanto en su contenido, las relaciones de poder, como en su tono, decididamente grotesco. En ellos está la quintaesencia de la obra, construida a partir de los recuerdos de los cortesanos del Negus. De todas formas, sus monólogos constituyen uno de los tres niveles narrativos. Los otros dos son las citas que inaguran cada sección, por un lado; por otro, los comentarios del reportero, que sirven como las acotaciones a las obras de teatro: enmarcan la acción en un espacio y un tiempo.

Otro rasgo característico de El Emperador es la importancia de la oralidad, que acerca al relato a dos mundos aparentemente opuestos, el reportaje y el cuento. Todo periodista trabaja recopilando testimonios, que Kapuściński aparentemente transmite tal cual. Sólo que el carácter irreal, secreto y exótico de estas experiencias, que son una ventana al mundo hermético e inaccesible de la corte de un autocráta, parece sacado de Las mil y una noches.

En ese sentido es muy interesante la diferencia entre la serie Un poco de Etiopía, (Trochę Etiopii) que apareció entre febrero y julio de 1978 en las páginas de Kultura, y el libro que editó Czytelnik en otoño de ese mismo año. Paradójicamente, el primero acaba con un fragmento de un cuento de Anderson, El día del juicio final, mientras que el segundo culmina con la noticia de la muerte del monarca, tal y como la recogió The Ethiopian Herald el 28 de agosto de 1975. De esta manera, el autor nos devuelve bruscamente a una realidad reciente, a la vez que hace un curioso trasvase de géneros.

Casi cuatro años después, en enero de 1979 la Revolución de Irán llega a su fase decisiva. La agencia decide enviar al reportero Stanisław Zembrzuski, al que la perspectiva le horroriza. Confiesa su miedo a Kapuściński, que se ofrece a acudir en su lugar.

Con todo, el autor de El Emperador no cubrió los acontecimientos iraníes en solitario. Más o menos a la vez que él llega al territorio persa otro prestigioso reportero, Wojciech Giełżyński. Resulta muy curioso comparar la relación que uno y otro hacen de los hechos: Giełżyński elabora en La revolución en nombre de Alá (Rewolucja w imię Allacha)un reportaje clásico, con una relación exacta de datos, fechas y sucesos, mientras que Kapuściński ofrece una deconstrucción del trabajo periodístico, abriendo el libro con la descripción de una caótica habitación de hotel, llena de fotos y recortes de prensa.

Si en la anterior obra primaba el oído sobre todos los sentidos (los testimonios orales de los cortesanos, las escuchas palaciegas y posteriores denuncias, las conspiraciones secretas), en El Sha prima la imagen, las instantáneas de los protagonistas del drama, las masas enforvorecidas dispuestas a desafiar a la policía. Al igual que a los iraníes, a Kapuściński le cuesta poner orden a sus impresiones y vivencias. O más bien, ésa es la imagen que nos quiere transmitir en el libro, en consonancia con el caos y los excesos revolucionarios. Y es que a su lado tuvo de intérprete a la estudiante polaca Elżbieta Lisowska, que en 1979 disfrutaba de una beca en Teherán. Para Lisowska, “era un enorme placer contemplar cómo trabajaba. Para los reporteros que llegaron a Irán de todo el mundo, lo importante eran las noticias, la ´carnaza periodística´. Él también prestaba atención a los detalles[2]”.     

En su biografía, Beata Nowacka y Zygmunt Ziątek van más allá de la preponderancia de la imagen, para detectar el pulso cinematográfico de El Sha. La selección de fotografías tiene mucho que ver con el proceso de edición, pero es que además el libro alterna tres maneras distintas de organizar las secuencias: a imagen y semejanza del cine, hay hechos que se nos refieren de manera lineal, mientras que otras veces se intercalan dos líneas argumentales, –montaje paralelo– la revolución y el relato metaliterario de la composición del reportaje, que a veces se presentan de forma simultánea: “Europa descansa, está de vacaciones, visita monumentos. Al mismo tiempo en Teherán no hay un instante de respiro[3]”.

El libro acaba con una descripción del arte de las alfombras persas, a cargo de Ferdousi, un vendedor que no por casualidad lleva el nombre del gran poeta iraní del siglo X. Frente a la caducidad de los regímenes, la cultura permanece, dice Kapuściński. De hecho, El Sha aspira también a ser esencia y síntesis del drama de un pueblo.

El interés por la figura del tirano, y el servilismo y posterior rebeldía que éste desencadena parace agotársele a su autor con El Emperador y El Sha, dos obras complementarias en muchos aspectos. Así, la suntuosidad de una choca con la sequedad de la otra, los ecos del doble lenguaje con la fuerza de las imágenes, y la silenciosa rutina de palacio con la agitación en las calles iraníes. Se podría decir que su autor ha recorrido todo el espectro de posibilidades que esta temática ofrece, por lo que no llega a escribir nunca su semblanza de Amín, el sanguinario dictador ugandés. De esta forma, la trilogía del poder como espejo deformante de las debilidades humanas quedó incompleta, en parte también porque ocurrió entonces un hecho sin precedentes: la caída del muro de Berlín.   

[1]              NOWACKA, B. y ZIĄTEK, Z.: (2010:249). 

[2]          “Wielką przyjemnością było patrzeć, jak pracuje. Dla przybyłych do Iranu reporterów z całego świata ważne były newsy, ‘dzięnnikarskie mięso’. On zwracał uwagę także na detal”. De Lisowska, E.: Zabrakło mistrza, http://poznajswiat.com.pl/art.1028. Consultado el 1 de mayo de 2010.

[3]          KAPUŚCIŃSKI, R.: (1987:84).

 

Con motivo de la semana del libro, Amelia Serraller estrena en primicia en nuestra web "Un ciclón en la sombra". Este relato constituye un anticipo de su nueva obra, "Réquiem y marmitako", cuyo lanzamiento a cargo de Ediciones Facta está previsto para el mes de mayo. El nuevo trabajo de Amelia Serraller lleva el subtítulo de "Historias del confinamiento" y cuenta con prólogo del escritor y editor vasco Félix Maraña y portada del artista donostiarra Kanif Beruna.  

Queremos agradecer a Amelia Serraller su generosidad al compartir con nosotros este adelanto de su nuevo libro

 

Un ciclón en la sombra

Maite bajó las escaleras corriendo. Y ya podía hacerlo, porque su cachorro Renton le llevaba un tramo de adelanto. Antes, le hubiera atado en corto con un grito. Ahora, ella deseaba tanto como él pasear por la desierta ciudad y sentir la brisa enredándose por su largo cabello.

Al llegar a la calle, Renton se detuvo bruscamente. ¿Por qué su amita no le había increpado? Y peor aún, ¿cómo era posible que la chavala más veloz del Santo Tomás se hubiese quedado a la zaga? Últimamente pasaban cosas tan raras que, si no fuera por el piar de los pájaros y el sol que extrañamente inundaba la ciudad aquellos días, habría perdido el apetito.

Un minuto y ya estaban listos para recorrer en solitario toda Moraza. Renton pegaba brincos de alegría de ver las calles sin apenas obstáculos: ya estaban a la altura de Urbieta y ni siquiera se habían cruzado con un coche.

“¿Adónde me llevará hoy Maitetxu?” —se preguntaba. Porque, para desahogarse y miccionar, prefería sin dudarlo el Parque de Amara. Pero la Plaza Easo tenía el encanto de coincidir con su perra favorita, una bulliciosa cocker spaniel de nombre Mafalda.

Renton intuía que Mafalda le olía desde la distancia. Y eso que solo se conocían de algunas semanas. Al principio le había atraído de Mafalda su coqueto desparpajo. Pasó un día hasta que jugaron con el mismo palo. Y desde entonces, siempre que se cruzaban, Mafalda había armado un lío. Siempre en el ojo del huracán.

Durante el confinamiento, Renton echaba de menos aquellas persecuciones, los celos de ver a la cachorra ladrar alegremente a un mastín, o la risa que le entraba ante los tirones que Mafalda solía darle a su dueño, un treintañero cántabro llamado Sergio.

“Las hembras son caprichosas” —pensó meneando la cabeza. Maite le conocía bien y advirtió aquel gesto de tristeza. Nadie estaba preparado para aquel dichoso confinamiento. Y por eso mismo les habían unido más.

—¿Qué pasa, Renton? —dijo cuando ya enfilaban el Bellas Artes—. ¿No quieres ir al Parque de Amara?

Renton iba a negarlo con un salto, pero se lo pensó dos veces. Al fin y al cabo, aquel día era más pronto que otras veces. ¿Y si en la Plaza Easo estuviera paseando sus lanas Mafalda?

Ez! –negó con un rotundo ladrido.

—Buuuuueeno, vamos a la Plaza de Easo. ¡Igual vemos a Mafalda y Sergio, ligón! —divertida, Maite le guiñó un ojo a Renton. Prefería mil veces verlo enfadado que triste.

En la esquina del Bellas Artes Maite se detuvo a ver el imponente chaflán donde vivía su tío. ¡Ay, quién tuviera una buhardilla con una terraza como esa! Desde aquel séptimo piso, seguro que se divisaba medio Amara, y por las noches se podían contar las estrellas.

Miró la balaustrada de Txetón. Las dos hamacas vacías, a pesar del sol. Ni rastro de libros. Y lo peor, el triste aspecto de las macetas.

—Ay, Renton: tenemos que llamar al tío. ¿A que tú también le echas mucho de menos?

Bai, baina… ¡Dejémoslo! —en realidad, le encantaba encontrarse con Txetón: siempre ocurría algo inesperado. Era un gamberro, capaz de regalarle una salchicha entera, tirarle su pelotita a los sitios más inesperados o llevarle un rato al Agustín, a ver con todos los hombres el fútbol. Mientras, Maite o su madre podían beberse un refresco, ir al baño o jugar un rato con la pandilla. Solo que últimamente…

—Sí, ya sé. Últimamente está un poco diferente, más pensativo. O es él, y de repente le cambia la cara, como si le hubieran pisado un callo.

Renton asintió meneando las orejas. Pero seguro que no era un callo. Quizás Txetón tenía pulgas, se había torcido una pata o lo peor de todo: no encontraba a su Mafalda.

—No aúlles más Renton. ¿Y cómo estará llevando el pobre esto del confinamiento? Tenemos que hablar con él. Aunque, ¿sabes qué, nene?

Renton se paró en seco para aguzar las orejas. De cuando en cuando Maite tenía muy buenas ideas.

—Con este solazo, si yo tuviera esa terraza, me pasaría allí todo el confinamiento. Y tú y yo dormiríamos observando la Luna desde las hamacas.

Ondo ondo! —gruño entusiasmado Renton., emocionado de sentir cómo la brisa le acariciaba la pelambrera. ¡Qué libertad poder sentir eso mismo las veinticuatro horas del día!

—No te emociones, ¿eh? ¡Que ya estamos casi en la plaza! A ver, tú y yo tampoco vamos mal. ¿Quién te saca todos los días a dar un “superpaseo”?

“Lo cierto es que él me saca a pasear a mí” –pensó Maite con melancólica alegría. En realidad, era el cachorro de su madre Mónica. Y estaba siendo su gran apoyo durante todo el confinamiento. Lo duro no era volver a Donosti sin apenas poder salir de casa. Lo terrible era que el ciclón indestructible de Mónica tenía cáncer de mama.

Se lo diagnosticaron en verano, pero Maite sabía que venía de largo. Desde que ella marchó a Bilbao a estudiar, sus padres no habían parado de reñir. Cualquier excusa era buena: liberar definitivamente Euskadi u honrar a las víctimas, el empoderamiento o las feminazis, yoga o judo, la Real o el Athletic. Verdaderamente, sus padres habían seguido sendas irreconciliables.

“Tiene que haber algo más” –alarmada, le había preguntado un día a su tío Javi. “Ay, Maite, el matrimonio es muy duro. Por eso yo, ¿ves? No tengo ninguna prisa”.

Tito Javi era el hermano pequeño de Mónica. Maite y él siempre estaban de risas, hasta aquella tarde en que la fue a visitar a Las Arenas. Fue un plan improvisado, Maite estaba tan feliz que ni siquiera le importó perderse el concierto de los sábados. Ya estaba bajando la escalera cuando sonó la bocina del Smart. Maite gritó y corrió como una flecha, pero Javi solo la abrazó en silencio. Pasearon hasta perder el rumbo con la humedad inundando palmo a palmo la ciudad. Era como si sus voces se comiesen el bullicio y las risas de los transeúntes, hasta que se hizo tarde y se metieron en el primer tugurio para no pensar.

Y ahora, tres meses y cuatro sesiones de radioterapia después, Maite se enfrentaba sola a los tres. A Ima, a Mónica y al señor Cáncer. Por separado. La primera vez.

En su piso compartido de Las Arenas se había preparado mentalmente. Pero luego todo fue distinto. La pasividad de su amatxo le irritaba: “qué bien lo lleva”, decía todo el mundo. Pero ese era exactamente el problema. Mónica era una mujer de armas tomar y aquella señora discreta no era ni su sombra.

Así que fue al nuevo piso de Ima sin saber muy bien qué esperar. Su padre siempre había sido muy abertzale, pero de ahí de irse de okupa a un pisito en Moraza había un abismo.

—“¡Maitea! ¿Cómo anda mi chica? Venga, pasaaa –dijo Imanol en la puerta, con la voz un poco de falsete.

—¿Qué pasa, aita? ¿Qué se te ha perdido por aquí con estos… —desde la entrada vio a cinco hombres comentando el fútbol; solo dos le sonaban de algo—tu nueva cuadrilla?

—Bueno, ha sido tu ama… ya la conoces. Últimamente estaba muy rara, con todo lo suyo.

—¿Con todo lo suyo? –del enfado, la voz de Maite tronaba—. Cáncer, aita, ¡se llama CÁNCER! No sé cómo puedes dejar a la ama: ¡COBARDE!

Todo día mentalizándose para no decirlo y solo había tardado dos minutos, se dijo Maite para sus adentros. Lo peor era que se había disparado y necesitaba seguir, e incluso insultarles a aquellos semidesconocidos que la miraban aterrorizados mientras subían el volumen del televisor. “Cobardes también. Los hombres son todos unos débiles”.

—Oye, ¿tú qué me has llamado? Haz el favor de mirarme cuando te hablo. Tu aitaaaa es TODO menos un cobarde.

—Le has dejado… SOLA justo AHORA —la voz de Maite parecía un animal herido.

—¿Quieres dejar de decir tonterías y pasar al salón de una vez? No, mejor que no nos interrumpa el fútbol. Vamos a la cocina, TÚ Y YO, a charlar. De cáncer y de otras muchas cosas, ¿eh?

Ima pasó el brazo sobre Maite, que de inmediato se recompuso. La nobleza de su aita le daba fuerzas. Quizás acabase volviendo a casa. Pero para eso aún le quedaba, así que, con extraña suavidad le apartó el brazo y dijo, aparentando seguir muy ofuscada:

—NO, yo me VOY. No se me ha perdido nada por aquí. Agur, aita! —y salió despedida como un bólido.

Y desde aquella tarde, no se separó más de Renton.

 

(@Amelia Serraller)

 

Kapuściński, testigo del fin del colonialismo en África

La primera incursión del escritor y reportero en África se produjo entre diciembre de 1959 y enero de 1960. Su base era entonces Ghana, aunque visitó además Dahomey (actual Benín) y Níger.

En esos años compaginaba sus viajes con su trabajo para Política (Polityka), para la que recorría la provincia polaca escribiendo también reportajes. Esta concomitancia le ayuda a mirar con otra perspectiva a su propio país, encontrar lo que éste tiene de sorprendente e insólito. De hecho, su obra es testimonio de un curioso trasvase, de un contraste buscado para encontrar una nueva óptica: Kapuściński nos muestra lo extraordinario de su entorno y la rutina en culturas ajenas.

Esta paradoja se pone de manifiesto en las referencias a Polonia que salpican su obra, que a medida que viaja es comparada con distintos países de diferentes continentes. Aunque esta operación se hace explícita en su primer libro, La jungla polaca (1962) subtitulada Historias aventureras (Historii przygodne). Un motivo que le induce a adoptar esta perspectiva es la conciencia de su público. El lector modelo que tiene en mente Kapuściński es polaco hasta la segunda mitad de los ochenta del siglo veinte. Y si pensamos en sus grandes obras, hasta principios de los noventa con la redacción de El Imperio.

Retomando la hipótesis de que la fama del escritor y reportero se debe a su capacidad para generar controversia, de estas mismas fechas data la siguiente polémica: a raíz de la publicación de El tieso, uno de los mejores reportajes de los que conforman La jungla polaca, el director de teatro Bohdan Drozdowski decide hacer una adaptación del mismo que titula El cortejo fúnebre  (Kondukt). Kapuściński respalda en un principio el proyecto, que luego le produce rechazo y acaba denunciando al director por plagio. La acusación es grave y se crea una comisión que falla a favor de Drozdowski, al que no se le exige ningún tipo de reparación.

Como se puede fácilmente deducir, Drozdowski trata al reportaje como a un texto prosaico sin mucha entidad, como lo puede ser una noticia de sucesos, que puede ser reutilizado como argumento literario o cinematográfico; Kapuściński, sin embargo, tiene conciencia de autor porque considera al reportaje como un arte, un texto concienzudamente elaborado por quien lo suscribe, que no debe ser ignorado.

La obra de Kapuściński es como una pirámide escalonada de peldaños superpuestos. Así, sus viajes iniciáticos al Asia milenaria fueron una escuela para manejarse en culturas muy distintas en las que la barrera lingüística es casi insalvable. Además, la lejanía aumenta los imprevistos del viaje, pero el periodista convierte las dificultades en oportunidades: sea para conocer nuevos parajes, sea para salpimentar sus reportajes. Otra reflexión que hace es la importancia de la preparación, de la lectura previa a la investigación en el terreno, para poder penetrar en otras civilizaciones. 

Gracias a estas experiencias el reportero sabe manejarse en África. ¿Pero cuál es ahora el reto, y cuál la conclusión extraída?

Ahora Kapuściński es el corresponsal de la PAP para todo el continente, una tarea que asusta por su envergadura y por la escasez de los medios. Pero el reportero no deja que las circunstancias lo abrumen: la magnitud de la tarea le sirve de acicate para estar constantemente viajando de un país a otro. La actividad incesante alivia el peso de la soledad, haciendo más difícil sentir la nostalgia y la carga de la rutina.

El periodista polaco actúa por libre y se vuelve más osado: de esa manera logra la exclusiva mundial del golpe de Estado en Zanzíbar en enero de 1964. Ya que el azar le ha enviado a África en pleno ocaso del colonialismo, es consciente de que la Historia avanza ante sus ojos, y que la puede narrar in statu nascendi. El periodismo, si capta el presente, puede quedar como testimonio de incalculable valor, además de ser un avance del porvenir. La disciplina que estudió en la universidad es compatible con el oficio que aprende a medida que ejerce.

Semejante vida es agotadora, y la salud del reportero está a punto de quebrarse. Así, cuando contrae la malaria cerebral, comprende que un último sacrificio evitará que le convenzan para abandonar el oficio de corresponsal y le dará acceso a otra cara de la realidad que aún no conoce: los hospitales africanos. En consecuencia, decide curarse recibiendo las mismas atenciones que los lugareños, con la ayuda de su mujer doña Alicja, médico a la sazón, que viaja a Lagos en cuanto se entera de la noticia.

Sus siguientes obras están dedicadas a África: Estrellas negras (Czarne gwiazdy, el último de sus libros publicado por Anagrama en 2016) y el inédito en castellanoSi toda África (Gdyby cała Afryka) en 1963 y 1969, respectivamente. La primera es la síntesis de dos series, Ghana desde cerca y El Congo desde cerca, más el reportaje Hotel Metropol, publicado también de forma independiente en el semanario Contemporaneidad (Współczesność). La segunda parte de las crónicas que Kapuściński ha ido mandando a la agencia y a la revista Polityka, en calidad de corresponsal.

De su labor africana le apartan las graves enfermedades que contrae sucesivamente: en 1962, la malaria cerebral y la tuberculosis, y en 1966 unas extrañas fiebres tropicales. Entre medias ha sido testigo de seis golpes de Estado en Sudán, Argelia, Nigeria, Congo, Guinea y Dahomei, ha cubierto en 1963 la Primera Conferencia Internacional de los líderes del continente negro, (en la que se promulgaron la Carta de África y la Organización de la Unidad Africana) y ha dado la exclusiva mundial de la independencia de Zanzíbar en 1964. Además, ha demostrado un gran olfato político al trasladar su corresponsalía en 1965 de Nairobi a Lagos, es decir, del África Oriental al nuevo hervidero del continente, su flanco occidental.

En África descubre cuál es el límite de sus fuerzas, y su agotamiento será su pasaporte a un  nuevo destino, América Latina. En aquel continente ha vivido experiencias al límite como la revolución del Congo, (diciembre de 1960- enero del 61) cuando es condenado a muerte y se salva in extremis gracias a las fuerzas de la ONU. 

 

El despertar del sueño revolucionario

Un enfermo Kapuściński abandona en 1966 su corresponsalía africana. Una maestra eficaz, pero implacable, que también ha mermado su fe en los movimientos revolucionarios y en sus líderes (1). Las revueltas se parecen unas a otras, y conocer ese proceso resta emoción a su tarea. No está claro el sentido de tantos peligros.

El reportero vuelve a su país poco antes de una fecha singular: en 1967 se cumplen cincuenta años de la Revolución de octubre, por lo que se le invita a viajar al gigante soviético y a elaborar el consiguiente reportaje. No está a gusto con la oferta, hasta que el director de la sección internacional de Polityka, Henryk Zdanowski, le convence con el argumento de que tiene una oportunidad de comparar esa parte de Asia con la que ya conoce.

De todas formas, Kapuściński contribuye a ese sutil quiebro en la perspectiva, sabedor de que otra de las dificultades del encargo consiste en la imposibilidad de criticar a la metrópoli, cuya situación sabe bien distinta a la que refleja la propaganda. ¿Cómo poder atrapar la realidad atado de pies y manos, como conservar la libertad con una mordaza? La propuesta de Zdaniowski es una bocanada de aire fresco, porque en la lejana provincia se diluyen las críticas. Son como los colores de la acuarela que se mezclan con el agua de pintoresquismo del Cáucaso.

Además, África le ha hecho consciente de que todo es relativo: la vida en las repúblicas asiáticas sale beneficiada de la comparación con el corazón de las tinieblas.

De esta manera, la fascinación por civilizaciones que han conservado su Historia milenaria a lo largo de los siglos, pese a sufrir continuas invasiones, redujo en el viajero el impacto del atraso que sufría aquel rincón de Asia.

Evidentemente, la Unión Soviética no era la meca para Kapuściński, circunstancia que sus lectores también detectaban, como dejó escrito la especialista en literatura Beata Sowińska: “No encontramos en él descripciones innecesarias, ni se pregonan obviedades, ni se repiten imágenes estereotipadas. El autor nos entrega algo fresco (2)”.

La relevancia de El kirguís baja del caballo (1968),reside igualmente en que incorpora el primer retrato alegórico de la obra de Kapuściński: la crueldad de Stalin se esconde tras la semblanza del gran Tamerlán, igualmente sediento de sangre. 

Kapuściński arriba al Nuevo Continente en 1967. Aprende rápidamente español, aunque el portugués se le resiste: la comunicación ya no es una barrera.

Además, esta vez existe un antecesor en el puesto, su compañero Edmund Osmańczyk. Las mejores condiciones del mismo y su salud, algo resentida, le animan a llevarse un año después a su mujer y a su hija a su cuartel general en México. Ya no tiene que vivir el proceso de adaptación en solitario.

Su estancia le evita el trago de vivir muy de cerca el desengaño que supuso el fin de la Primavera de Praga, así como la impotencia en la que desembocó el mayo del 68 parisino.

Mientras, Kapuściński vivía en un mundo paralelo desde que aceptara el cargo de corresponsal de la agencia PAP en América Latina en noviembre de 1967, viajando primero a Santiago de Chile. Y es que la extraordinaria fama que va cobrando el reportero en su país debe mucho a la curiosidad que suscita esta parte del mundo.

De hecho, ya en la época del gobierno de Gomułka la Revolución cubana era seguida con gran atención, en cuanto a que es vista como la última esperanza mundial de un comunismo justo. La llegada de Fidel Castro el 6 junio de 1972 (el año en que Kapuściński abandona su puesto de corresponsal en América Latina), a la República Popular de Polonia cristaliza en una imagen muy positiva del entonces joven y carismático líder, que se comporta de una manera muy distinta que los políticos locales. Sirva como ejemplo el partido de baloncesto que Castro improvisa ante un auditorio estupefacto en un encuentro con los estudiantes programado por las autoridades. Durante su estancia visitó varias ciudades, en concreto Varsovia, Cracovia, Katowice y Gdańsk.

Sabedor de este entusiasmo, Kapuściński traduce al polaco el Diario del Che Guevara (Dziennik z Boliwii, 1969), como ejercicio lingüístico para aprender castellano. Un año después publica ¿Por qué mataron a Karl von Spreti? (Dlaczego zginął Karl von Spreti?, 1970), dedicado al secuestro y posterior asesinato del embajador de la República Federal Alemana en Guatemala a manos de la guerrilla local. Con el tiempo, se ha convertido en uno de sus libros más polémicos, ya que el biógrafo Artur Domosławski acusa a Kapuściński de justificar el uso de la violencia y hacer propaganda con este libro.

(1)         Atrás quedan sus semblanzas, recogidas en 1963 en Estrellas negras (Czarne gwiazdy).

(2)         NOWACKA, B. y ZIĄTEK, Z. (2010: 148-149).

 

Amelia Serraller, en Cenizas y fuego. Crónicas de Ryszard Kapuściński. 

Este fragmento es continuación del ya publicado en esta misma web. Puedes releer la primera parte en este enlace.

Encuentra esta lectura por aquí y conoce la trayectoria de Amelia Serraller en su página de autora.

 

El poeta, narrador y ensayista Lêdo Ivo (Maceio, 1924) ha muerto en Sevilla en la madrugada del 23 de diciembre. Se encontraba pasando unos días en una ciudad que amaba en compañía de su hijo, el artista plástico Gonçalo Ivo, de su nuera Denyse y de sus nietos Leonardo y Antonia.

Lêdo Ivo, que nos acompañó el año pasado en una mesa redonda y lectura de poemas organizada por la AEE y la Fundación Cultural Hispano-Brasileña en la Sociedad Bilbaína, era uno de los últimos representantes de la Generación poética del 45 a la que pertenecen figuras tan significativas de la poesía brasileña como João Cabral de Melo Neto o Ferreira Gullar, entre otros. Escribió más de veinte poemarios y cinco novelas, además de un nutrido número de ensayos. Sus poemas han sudo incluidos en todas las antologías poéticas brasileñas que se han publicado en España, desde la que recolectó Ángel Crespo para la editorial Seix Barral en 1973 hasta nuestros días.

Recientemente la editorial Vaso Roto publicó tres poemarios suyos: Rumor Nocturno (2009), Plenilunio (2010) y Calima (2011). Por su parte, la editorial Calambur había publicado una antología suya bajo el título La aldea de sal en 2009. Lêdo Ivo había recibido en España el prestigioso premio Leteo al conjunto de su obra (2011), así como el premio Rosalía de Castro, concedido por el PEN Club de Galicia en 2010 o el premio Casa de las Américas (Cuba , 2009), entre otros.

Lêdo Ivo, miembro de la Academia Brasileña de Letras es, posiblemente, una de las voces más auténticas y personales de la poesía brasileña. Como la mejor forma de recordar a un poeta es oyendo sus palabras, me permito recordar los versos que pronunció aquella tarde del 6 de octubre de 2011 en Bilbao:

 

 

O mar às avessas:

as constelações

são navios.

A poesia é uma mentira.

As estrelas não são navios.

O céu é uma ilusão.

A verdade está na terra,

nos navios ancorados

ao longo do cais.

.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

El mar en contra:

las constelaciones

son navíos.

La poesía es una mentira.

Las estrellas no son navíos.

El cielo es una ilusión.

La verdad está en la tierra,

en los navíos anclados

a lo largo del muelle.

Que su voz sepa encontrar, entre los mástiles de los navíos anclados en el puerto, el azul clarísimo donde mar y cielo se confunden en un horizonte infinito, eternamente.


Antonio Maura es el único escritor español en la actualidad que es socio correspondiente de la Academia de las letras de Brasil.

 

Al cineasta Stephen Frears le ha dado por contar este año la historia de Philomena Lee, una mujer irlandesa que, tras quedarse embarazada cuando era una adolescente, le obligan a dar a su hijo en adopción.

Muchos han definido esta historia como 'sensiblera' pero yo creo que este es un reproche muy superficial, no solo porque confío en el criterio de alguien como Stephen Frears, que ha rodado películas tan fabulosas como 'Mi hermosa lavandería', 'Ábrete de orejas' o 'Las amistades peligrosas', sino porque doy por supuesto que ha elegido hacerla sabiendo lo que quería contar: una historia sobre una pérdida o para ser más exacta, sobre un robo. O sea que 'Philomena' es una película dura de ver y afectará, sin duda, a la sensibilidad del espectador.

Aunque a mí lo que me interesa, más que hacer una crítica sobre la película es hablar del tema esencial, que son los niños robados.

El año pasado este tema estuvo muy de actualidad y se reflejó en todos los medios de comunicación. Hoy no, y en vista de que nadie vuelve a hablar del tema, parece como si hubiesen aparecido todos aquellos niños. Y no.

En el año 2012 a nosotras, en 'Biografías Personales', nos llegó una mujer llamada Sofía Salazar queriendo contar su historia (hasta aquí, todo dentro de lo habitual) lo sorprendente fue que era una de esas mujeres a las que le habían robado su hijo nada más nacer. Por eso, hablamos con ella, investigamos en archivos y escribimos su historia. Una vez escrita fue la Editorial Alberdania quien la publicó bajo el título 'Cuando nos encontremos' (su caso, en Euskadi, fue sonado porque Sofía es una de las madres a las que se le robó su hijo en el Hospital de Cruces, Barakaldo).

Siempre nos quedamos con la ilusión de pensar que este libro ayudaría a Sofía a encontrar a su hijo, al cual lleva buscando más de 40 años. Todavía no lo ha encontrado. Pero hoy, después de ver 'Philomena' y hablar con Sofía he querido desempolvar este tema con la intención de que no se olvide.