Artículos

Un año más volvemos a encontrarnos en estas páginas. Un año más los bilbaínos hemos cumplido con la tradición de huir de la ciudad en masa a principios de agosto, con más urgencia que si el Ébola estuviera a las puertas de la Villa, y ahora regresamos, también en masa y a galope, porque a ver quién es el guapo que se pierde el estreno de la Aste Nagusia...

Leer artículos completos.



El blog es la herramienta de promoción más poderosa que puede tener un escritor al alcance de su mano hoy en día. Por eso harías bien en crearte un blog si quieres abrirte camino en un mercado editorial cada vez más saturado.

Tu blog te ayudará a encontrar lectores interesados en tu trabajo, te facilitará la interacción con otros escritores afines, te permitirá dar a conocer tu voz y, entre otras muchas cosas, te ayudará a promocionar tus trabajos antes aún de que hayan sido publicados.

Pero deberías hacerte algunas preguntas antes de empezar a publicar nada en tu blog:

1. ¿Quién es tu público objetivo?

Mal que te pese, debes recordar que no ha nacido aún el libro que interese a todo el mundo por igual. Así que ganarás mucho si defines cuál es tu público objetivo antes de siquiera ponerte a escribir la primera entrada de tu blog.

¿Qué edad tiene? ¿Estudia o trabaja? ¿De cuánto tiempo libre dispone? ¿Cuáles son sus principales intereses?

Estas son solo algunas de las muchas cuestiones que te puedes plantear para conocerlo mejor. Y es que, cuanto mejor lo conozcas, mejor podrás responder a la segunda de las preguntas que te quiero plantear hoy.

Seguir leyendo el artículo.

 

El niño Enrique Morente era extraño: se educaba guiando. Al frente de un grupo de turistas inventaba las historias de su tierra. Ahora lo veo en el documental Morente sueña la Alhambra. ¿Puede alguien agitar la coctelera donde choquen un poema de María Zambrano, un tango de Astor Piazzolla, los punteos de jazz de Pat Metheny, unos rasgueos de Juan Habichuela, los puntapiés del bailarín Israel Galván contra su propia sombra proyectada en una pared blanca, los alaridos del argelino Khaled y la distinción de la alemana Ute Lemper, y que el resultado no sea sólo un brebaje exótico? Él lo consigue. Se vale del ingenio de los invitados y añade una lucidez que acopla estéticas contrapuestas. También supera las disputas entre ortodoxos y renovadores del flamenco. Domina con exactitud los palos mayores del cante, pero sin rendirse a las cantinelas de los puristas, y sigue con su osadía de hombre adelantado. Pervive el niño-guía musical y en mi memoria aparece sentado junto al guitarrista Tomatito. Empieza el concierto y Enrique Morente canta como un perro afónico. Lo hace mejor que nunca, porque esa afonía está repleta de experiencias vividas.

(Texto publicado en El Cultural – El Mundo)

Los editores son en general, como dijera Bolaño, malas personas, o sea y hablando en plata, unos hijos de puta, y los escritores, en su gran mayoría, unos gilipollas redomados (esto lo digo yo). Siempre hay, no obstante, escasas pero honrosas excepciones. Yo aquí consigno dos: Maciel Adán, por el gremio de editores y Alberto Muñoz Pin por el de los escritores.

El primero fue el creador de la ya desaparecida pero legendaria editorial Caleidoscopio, donde publicó las primeras obras de autores hoy más que consagrados, entre los que se cuentan varios premios nacionales y un premio Nobel. Después de casi treinta años de edición, sin embargo, y a pesar de ser una editorial de prestigio, Maciel, harto de pelear en solitario en el montón de basura en que se ha convertido el mundo editorial, donde poco o nada tiene que ver con la literatura, decidió echar la persiana, jubilarse, y dedicarse a lo que era su segunda gran pasión: la jardinería. Precisamente, estando al cuidado de las flores del jardín de su casa, tuvo la primera crisis; la segunda, más grave, le sobrevino dos meses después, y la tercera y definitiva hace ahora tres años, cuando tuvo que ser ingresado en una residencia psiquiátrica convencido como estaba de que todos y cada uno de los escritores de su catálogo lo querían matar.

El caso de Alberto Muñoz Pin es el de tantos otros escritores que son fieles a sí mismos y que, por lo tanto, jamás hacen concesiones a eso que se da en llamar “el público lector”, a las modas efímeras, o, en definitiva y a fin de cuentas, al mercado editorial. Estos escritores tienden invariablemente al malditismo y al fracaso más radical, porque son considerados “no publicables”, que en el lenguaje editorial quiere decir “no vendibles”. Alberto, así y todo, publicó con cierta notoriedad los libros de poesía En fa sostenido (Hiperbórea, 1983); Vida y vino en Roma (Ediciones Boomerang, 1986) o El astrónomo ciego (El Innombrable, 1989). También escribió la novela Cuenta hasta tres y luego salta (Cadáver exquisito, 1991) y el ensayo El asco como esencia de la Historia (Nautilus Ediciones, 1987). Tras años sin publicar, estando en la más absoluta miseria, sintiéndose un fracasado y víctima del alcohol, terminó por suicidarse en abril de 1999. Antes, en febrero del mismo año, me remitió por correo postal tres manuscritos a los que acompañaba una breve anotación a lápiz que decía: “Esto es todo lo que queda de mí. A ti te lo dejo. Si no le ves ningún sentido, lo destruyes”. Los tres manuscritos eran: un magnifico, bestial y desasosegante poemario titulado Sendas irreverentes; una novela corta titulada El margen o la nada; y el inclasificable La corchea exhausta, mezcla de ensayo, poesía y diario.

Maciel y Alberto. Cuando pienso en ellos siempre me surge inevitablemente la pregunta de qué hubiera sucedido en el caso de que se hubieran conocido, de haberse encontrado ambos en un mismo libro: el uno por editarlo y el otro por escribirlo; por fin correspondidos, perfectamente complementados. ¿Habría cambiado en algo su destino? ¿Habría recuperado Maciel la fe en la edición y en la literatura? ¿Sería hoy reconocido Alberto, como lo han sido los escritores publicados por Maciel? Y quizá lo más importante, ¿seguiría Alberto vivo? Vanas conjeturas, lo sé, porque es algo que ya no importa.

Para acabar sólo dos últimas cosas: la primera es que Maciel recibe gustosamente visitas porque le ayudan a salir de su rutina diaria. Pero no se les ocurra, ni por asomo, llevarle como regalo un libro de literatura y mucho menos de alguno de sus autores. Le provocarían una aguda crisis. Los libros de jardinería sí los acepta muy agradecido. La segunda cosa tiene que ver con Alberto y su poemario Sendas irreverentes, que será publicado en abril del 2012, con prólogo de Leopoldo María Panero (¿quién más adecuado?), en la editorial Contracorriente que acabo de crear.

 

Mamá ha muertoMamá ha muerto, de Javier Otaola, exige varias niveles de lectura que se superponen sin contradecirse.

Aurelio Torres, el protagonista, igual que el Quijote perturbado por la lectura de novelas de caballería, es víctima de la lectura mal asimilada de la obra filosófica de Nietzsche —El anticristo, Más allá del bien y del mal, Así habló Zaratustra…— lo que combinado con la crisis que le produce la muerte de Mamá le lleva a romper con la vida felizmente convencional que lleva en Madrid: repudia a su mujer y a su hijo, se separa de sus socios, se aparta de los hermanos masones de su Logia —Argüelles—, se distancia de sus amigos…

Esa ruptura total con su vieja identidad da paso a un extraño viaje en busca de una felicidad que se supone habita en el Gran Norte, en Estocolmo, donde reside un antiguo amor de juventud…, Britt.

El viaje será una peripecia jalonada de extraños personajes y de encuentros sexuales, de una lubricidad maníaca que le colocaran en comprometidas situaciones, todo ello conforma una especie de contra-iniciación en la que Aurelio Torres, que se ve como un discípulo del Viejo de la montaña, cambia de identidad y se va convirtiendo en la peor versión de sí mismo, un hiperbóreo que desprecia toda compasión y aspira a una soledad helada y aristocrática.

El Destino tiene la última palabra y pone a prueba a Aurelio Torres, y su orgullo hiperbóreo.

La aventura de Aurelio Torres puede leerse, simplemente  como una historia de humor negro, en la que el protagonista es una especie de Torrente, castizo y rijoso, con ínfulas filosóficas, o bien como una reflexión filosófica enmascarada en una peripecia de humor negro.

Mamá ha muerto suscita cuestiones radicalmente filosóficas como “el ser para la muerte” de Heidegger, la “voluntad de poder” o la “subversión de los valores” de Nietzsche, y juega también con la idea masónica del viaje como símbolo de transformación.

El discurso de Aurelio Torres es blasfemo, provocador, nihilista pero en realidad sucede en Mamá ha muerto como en la novela de Houellebecq —Las partículas elementales— todo ese discurso se hace paródico y viene a ensalzar por oposición los valores contrarios: la lealtad, el valor y la bondad, la ley, la piedad, el vínculo entre sexualidad y amor…

Mamá ha muerto, hablando de la angustia, de la violencia, del crudo sexo, de la muerte y del odio...deja ver su apuesta explícita por una antropología que podríamos llamar en un sentido simbólico –cristiana- de ahí el valor enigmático de la frase Frid vare eder.

Todos los personajes de Mamá ha muerto vagan en busca de amor, aunque son también víctimas de las patologías del amor: dominación, dependencia, obsesión...

A pesar de sus riesgos, sólo el amor puede otorgarnos la felicidad; la libertad sexual puede ser divertida, gratificante, pero no nos colma; una libertad siempre descomprometida es como un tesoro enterrado, no se invierte en nada, nos deja en el aire, rompe nuestra condición de “seres en red” y nos convierte en meras partículas elementales, acorazadas en su soledad, flotantes, desarraigadas, perdidas…

El amor —el ideal tras el que enloquecidamente va Aurelio— es redentor porque tiene capacidad para estructurar nuestra vida, para darle una arquitectura, un esqueleto…un sentido.

El amor en todas sus formas —amistad, afectos consuetudinarios, simpatías, eros, ágape, filiación, maternidad/paternidad, familiaridad,…— nos vincula a otros, nos permite “ser en red”, nos hace compartir: compartir sentimientos, actividades, palabras y recursos.

Mamá ha muerto. Viva Mamá.

La novela de Javier Otaola se presenta el 4 de julio en la Casa del Libro de Vitoria a las 19:00 horas con la presencia del autor y del escritor Kepa Murua.