Colaboraciones en prensa

Hitchcock lo advirtió ya: nunca hay que rodar con niños ni con animales. Pero la máxima vale también para las columnas periodísticas: la mejor forma de meterte en un follón es escribir de niños y animales. Y sobre niños, aún, porque todo el mundo es partidario de los niños siempre que los aguanten sus padres y no den la tabarra a los extraños. Pero los animales... ¡ése es otro cantar; ahí hay debate!

Bien, pues yo me la voy a jugar sincerándome: no sé qué pensar del tema de los toros. Veo a los antitaurinos movilizándose en la Aste Nagusia, diciendo que quieren abrir conciencias, cuando lo que quieren realmente es cerrar plazas, y me preocupa no tener una opinión, porque un columnista sin opinión es como un dentista que cobra en blanco: algo inaudito. Hombre, tengo una pseudo-opinión, porque no me gusta que los animales sufran y me apena que el toro sangre, pero tampoco soy partidaria de que se prohíban las corridas. ¿No sería mejor que fueran perdiendo público ellas solitas, que es lo que parece que está pasando? A ver si me explico: es como si nos planteáramos prohibir que la gente se llame Chindasvinto, o Marciano, o Isósceles. ¡Pero si ya nadie va a llamarse Chindasvinto! ¡Si no quieren llamarse Isósceles ni los triángulos! Si todo el mundo quiere tener nombres normales. ¿Entonces, para qué prohibir los raros?

Pero no es ésa la única duda que me asalta. También me pregunto si un defensor de animales siente la misma saña contra la pesca de la lubina, la recolección del mojojón o las campañas de desratización. ¿Qué hace un antitaurino si encuentra en su casa cucarachas? ¿Se las carga, las deja a su bola? Lo ignoro, la verdad. Y me planteo más dudas, porque pienso que no será igual matar a un toro enamorado de la Luna, que abandona por la noche la maná, que matar a un toro nihilista, que le da todo igual y que está harto de la vida. ¿Pero quién puede adivinar la idiosincrasia de un toro?

En esas estoy, algo agobiada, la verdad, cuando me llama una amiga y me dice que ha tenido un sobrinito. "¿Cómo se llama?", le pregunto. "Pange Lingua", dice; "es que nació en plena JMJ y ya ves". Y oye, me ha dejado muerta.

Aparecido en la edición vasca de El País el 25 de agosto de 2011.

Artículo aparecido ayer en la edición vasca de El País y firmado por Pedro Ugarte:

Seguramente nos asusta su advenimiento, pero hay que hacerse a la idea. En contra de lo previsto, a Euskadi llega la paz. Suena raro; la paz nos va a coger desprevenidos y, todavía peor, al principio no sabremos cómo usarla. Pero está ahí, a la vuelta de la esquina. Nadie nos explicó el sonido del universo sin la percusión constante del conflicto (el célebre Conflicto) retumbando en nuestras cabezas.

¿Cómo será vivir sin revivir a cada rato la épica latosa del pueblo vasco? ¿Cómo serán los políticos reducidos al papel de gestores del presupuesto público? ¿De qué hablaremos tertulianos y articulistas? ¿Cómo se vivirá en ciertos pueblos del Goierri sin la expectativa de un nuevo sábado recorriendo la calle Autonomía de Bilbao detrás de una pancarta?¿Cuántos héroes de tercera tendrán que explicar, de pronto, qué escribieron, sobre qué investigaron, a qué se dedicaron durante estos largos años? Se abre ante nosotros un abanico de sensaciones inéditas; hablar un idioma sin que ello importe una adscripción política. O todavía más: hablar un idioma sin que la señora del ascensor se apriete el bolso bajo el brazo -en serio, me pasó el otro día-. Imaginen unas elecciones forales en que el debate entre los candidatos sea el peaje de las autopistas, el tipo del IRPF o las desgravaciones por tercer hijo. Sí, parece imposible, pero cuando la paz haya llegado los candidatos tendrán que ocuparse de esas cosas. O todavía más, si ya lo hacen, les juzgaremos por eso, y no por compartir o no con ellos cierto imaginario. Nos tienen distraídos, ausentes, pero eso se va a acabar.

 

Artículo de opinión de Javier Otaola aparecido hoy en El Correo:

"El año 2009 se cumplieron 80 años de la aparición —el 10 de enero de 1929— de los primeros episodios de las aventuras de Tintín (Kuifje en neerlandés) que se publicaron por entregas en 'Le Petit Vingtième', suplemento del diario belga de orientación católica 'Le Vingtième Siècle'. Su primera aventura completa sería Tintín en el país de los Sóviets, donde nuestro intrépido reportero demostraría más sentido común y visión de futuro que muchos otros intelectuales de la época. Desde entonces sus aventuras han vendido más de 200 millones de copias y se han traducido en 60 lenguas hasta su última y maravillosa aventura, publicada en 1969: Vuelo 714 para Sydney.

El 2010 se inauguró un imponente museo en Bélgica dedicado a nuestro héroe y el mismo Steven Spielberg realizó una película cofinanciada con Universal Pictures que no tardará en verse en España.

La delegación donostiarra se ha desplazado a Madrid en tren para presentar el proyecto final de la candidatura de San Sebastián a la capitalidad cultural europea en 2016. Se ha elegido el tren como un símbolo del compromiso de la ciudad con un modelo de vida sostenible. Mientras ese tren viajaba hacia esa posibilidad ilusionante, otros trenes también eran noticia, pero de un orden y un tono muy distintos. Me refiero a los trenes que transportaban inmigrantes norteafricanos desde Italia y que en ese mismo momento permanecían retenidos por las autoridades francesas en la frontera. Creo que es útil considerar mezcladamente ambas noticias. Permite representarse las tensiones en las que vive Europa, y a partir de ahí las responsabilidades o las ambiciones que de un modo u otro pueden reconocerse en su cultura. O tal vez hay que decir "deben" reconocerse, porque ¿hasta qué punto una cultura digna de ese nombre puede dejar de plantearse los mismos retos que plantea la vida?

El proyecto de la candidatura de San Sebastián -Olas de energía ciudadana. Cultura para la convivencia- va en esa línea de proponer para la cultura un campo de acción donde lo estético y lo ético tengan la oportunidad de relacionarse, de reconocerse, de, podríamos decir, mirarse a la cara. Se trata de una ambición de calado que exige apuestas culturales decididas -cultura es creación mucho más que contemplación- y algunos deslindes. No insistiré en esta ocasión en que me parece imprescindible separar, en lo fundamental, la visión amateurista de la artista, y la cultura, del entretenimiento; incluso abordar la cultura (lo que hace pensar) como lo contrario del entretenimiento (lo que interrumpe o bloquea el pensamiento). No voy a insistir hoy en que presentar, como sucede demasiado a menudo, la cultura como una actividad de tiempo libre reduce seriamente las posibilidades de considerarla y convertirla en la actividad que nos hace libres todo el tiempo. No voy a detenerme ahora en ese punto, porque quisiera centrarme en los trenes.

La historia europea reciente está ligada a los trenes con una intimidad y una significación al límite. Las imágenes más estremecedoras, más demoledoras, de nuestro siglo XX tienen como escenario una estación. Los europeos tenemos la memoria y el imaginario -infinidad de obras de arte han contribuido a cimentarlo- llenos de estaciones, de andenes abarrotados de personas maltratadas, empujadas por la barbarie hacia la deportación y el exterminio. Los europeos tenemos la responsabilidad ética llena de andenes. Pienso que cualquier proyecto de cultura debe tenerlo presente. Y ahora mismo, en esta coincidencia de noticias, cruzar los itinerarios de todos los trenes: el de la capitalidad y el de los inmigrantes; el que lleva alegría y el que carga sufrimiento; el que aspira a más riqueza y el que escapa de la pobreza. Creo que sólo hay cultura, que sólo habrá Europa, en una convicción de vidas-vías cruzadas.

Artículo aparecido en la edición para el País Vasco de El País.

Cuando San Agustín escribe La ciudad de Dios, en el siglo V, está preocupado porque hay quien dice que la caída de Roma en manos de los godos de Alarico se debe a la aceptación del cristianismo por parte del Imperio, que ha abandonado a los dioses. San Agustín quiere mostrar que el derrumbe de Roma se debe a su egoísmo y a su inmoralidad, afirma que ni los dioses ni la filosofía antigua han sido capaces de mantener el imperio y de traer la felicidad a sus habitantes. Uno duda si puede haber relación entre el mantenimiento de un imperio y la felicidad, pero la pregunta puede hacerse de igual forma hoy, en relación al sistema económico actual y la relaciones de poder en nuestro mundo. El añadido de la obra a la que nos referimos es que se trata de un texto de carácter teológico y místico según el cual la ciudad de Dios es la de los elegidos, y la ciudad del diablo la de los reprobados. En la interpretación de Gilson, la ciudad de Dios no puede identificarse con la ciudad en esta tierra, ni siquiera con la Iglesia, porque aun dentro de la Iglesia hay personas reprobadas y que no pertenecen a la ciudad de Dios. Las dos ciudades, la divina y la terrena, se hallan confundidas en esta tierra, donde la diferencia entre lo temporal y lo espiritual, lo político y lo ético, no se encuentra en campos distintos, aunque sí respecto a los designios de Dios, pues Agustín también habla de una sociedad de los santos, que no es algo exclusivamente inmanente.

Todos los esfuerzos por imaginar ciudades o mundos ideales y necesarios han de pasar por el trabajo diario en favor de la justicia y la paz, con planteamientos éticos, que son parte de los fundamentos de la felicidad y la transformación de la vida terrena. Más que hablar de dos ciudades, de dos tiempos, de dos semanas, semana de primavera para unas personas, semana santa para otras, podemos hablar de todo lo que implica hacer una revolución ético-espiritual en la tierra donde pueden ser cómplices personas que hablan ese lenguaje que no enfrenta dos maneras de pensar y que se encuentra acorde con una manera de vivir la justicia y los derechos humanos en el mundo.

Un relato actual de De Civitate Dei, aunque parezca que el lenguaje de ambos se encuentra en las antípodas, está a nuestro alcance en la novela de Pablo Lins, Cidade Deus, adaptada a la película del mismo nombre dirigida por Fernando Meirelles y Kátia Lund. Ciudad de Dios puede considerarse una parábola sobre nuestro mundo. La favela de Río de Janeiro llamada Ciudad de Dios está protegida por dos bandas de narcotraficantes que disponen de la vida y de los bienes de los demás. Cuando la policía interviene causa tantos daños colaterales que resulta difícil presentar su función como una OTAN, perdón, como una fuerza detentadora del monopolio de la violencia al servicio del bien. Quienes financian las operaciones, detrás, muy detrás de las bambalinas, ni siquiera se ven, porque las escenas son violentas cuando se filma la grosería y la capacidad de asesinar de los pobres, pero queda invisible a los focos y a las cámaras la gran ciudad en la que se refugian los medios de comunicación que ni siquiera se atreven a entrar en la favela, en el mundo de la pobreza extrema. Y cuando lo consiguen, aun con el protagonismo de un fotógrafo surgido de la misma favela, solo se publicarán las fotos de los delincuentes violentos, ya muertos o encarcelados, pero no será posible publicar las fotos -¿Wikileaks al fondo?- de los policías corruptos porque el protagonista sabe que los riesgos para su futuro son demasiado letales. Y el mensaje final no es de esperanza, porque los raterillos, las nuevas generaciones, se han limitado a esperar a que se destruyan entre sí las anteriores -los imperios basados en la violencia-, y tratan de reorganizar su nuevo dominio con los restos de armas, de odio, y de falta de valores que les quedan.

Los relatos proféticos denuncian la realidad, la simplifican, e incluso la exageran, porque quieren hacer una llamada a la conciencia, al cambio de vida, a la proyección de nuevas alternativas, a la llamada a unos tiempos, a unas tierras, santas religiosas, o santas laicas, que también las hay, cuyo denominador común sea una tierra nueva, otro mundo posible, donde las estructuras económicas, la organización de los pueblos, y la conciencia ética, no se encuentren enfrentados en compartimentos estancos, sino perfectamente engranados.

Artículo aparecido el 12 de abril en Deia.