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Os paso el enlace con la crítica aparecida en Diario de Navarra de Ramón Irigoyen al último libro de Javier Mina, La mirada fósil, un ensayo sobre la ceguera. En concreto la presentación de este libro en Madrid.

Javier Mina en Madrid

Juan Carlos MárquezCon sus tres primeros libros, 'Norteamérica profunda', 'Oficios' y 'Llenad la tierra', Juan Carlos Márquez (Bilbao, 1967) consiguió ser reconocido como un notable escritor de cuentos. Sin embargo, tras la publicación de 'Tangram' (Salto de Página) ya no es posible circunscribirlo distraídamente a la cuentística. Su nuevo trabajo, aunque deudor de las brevedades, es una novela. La historia, que adquiere la solidez de la buena narrativa, se nutre de distintos géneros. 'Tangram' ofrece humor, terror, suspense, romance y una magnífica galería de tiernos perdedores y tipos poco recomendables que se las ven y se las desean para, cada uno a su manera -alguna muy peregrina- , intentar ser felices. Se trata, en definitiva, de un libro «travieso», en el que, a pesar de la dureza de algunos pasajes, se preserva el carácter lúdico de la literatura.

- Nos habíamos acostumbrado a referirle como cuentista, pero nos ha sorprendido con 'Tangram', una novela que, eso sí, es algo deudora del relato.

- Comencé a escribir 'Tangram' convencido de que en cualquier faceta de la vida los cambios drásticos necesitan a menudo una transición. 'Tangram' era mi transición narrativa, un puente entre el relato y la novela que pretendía beber de de ambos géneros: de la complejidad argumental y estructural de la novela y de la inmediatez y la contundencia del relato. Un puente flexible, ligero, sostenido sobre la idea de agilidad. Una vez escrito el libro, resultó que el puente me interesa tanto como las orillas que une.

- La estructura de la novela se convierte en un elemento narrativo más que genera deseos de saber cómo y cuándo se irán uniendo las piezas?

- Esos deseos, consecuencia de la intriga común que vertebra las historias, me parecen fundamentales para que el libro funcione como conjunto novelesco y también para mantener al lector en un estado de alerta. Sin ese interés del lector por completar el puzzle, 'Tangram' sería una colección de relatos con unidad temática y personajes comunes, un libro muy distinto porque además, al tratarse de cuentos independientes, el tratamiento e incluso el desenlace de algunas historias hubieran sido diferentes.

- Hay en este libro un humor insobornable. Los personajes pueden atravesar situaciones muy difíciles, a veces terroríficas, pero siempre encuentra la manera de introducir algún elemento que nos haga sonreír: surrealismo desmandado, ironía, absurdo?

- Estoy convencido de que no hay ni puede haber vida ni literatura si no es bajo el paraguas de alguna variedad de humor. Incluso en las situaciones más dramáticas, nos tomamos a risa nuestras desgracias. No es raro ver a un mutilado bromear sobre la pierna que le amputaron o a un ciego sobre su ceguera. La búsqueda de la felicidad está siempre ensombrecida por la muerte y quizá por esa razón necesitemos el sentido del humor como un salvavidas al que agarrarnos ante esa certidumbre de la muerte. Creo que si fuéramos inmortales no tendríamos sentido del humor. De hecho, la gente que no tiene sentido del humor ya está muerta, pero no lo sabe.

- En su novela, los elementos de género son muy importantes, pero los trasciende: no resulta sencillo definirla.

- Para mí 'Tangram' es un cóctel de géneros. Hay un poco de thriller, mucho de comedia negra, unas gotas de terror, una pizca de novela policiaca, algo de autoficción?

- En alguna ocasión, ha afirmado que no se conforma con representar la realidad sino que quiere verle las tripas. Ese ejercicio ha cristalizado en pasajes de mucha dureza. ¿Tan mal está el mundo en que vivimos?

- No. Supongo que también existe el bien en el mundo, pero como escritor no me interesa.

- Vive en Madrid hace algunos años, pero se siente usted muy cerca de Bilbao. Del Athletic no hablaremos ahora, pero sí de la importante presencia de su ciudad natal en 'Tangram'?

- Hasta esta novela, Bilbao no había aparecido de manera explícita en ninguno de mis textos. Le debía ya un pequeño homenaje. Bilbao es la ciudad de mi infancia y mi juventud, me fui de allí con treinta años, era inevitable que acabara apareciendo en algún libro. En 'Tangram', si me apura, es un personaje más. Del Athletic quizá me ocupe en el futuro, pero para hacerle justicia tendré que escribir, como mínimo, una trilogía.

El oficio de escribir

- A pesar de lo difícil que es abrirse paso en el mundo literario, hay multitud de personas que quieren escribir. Esto es algo que usted observa en primera línea desde la Escuela de Escritores de Madrid, donde trabaja como profesor. ¿Qué empuja, principalmente, a sus alumnos a matricularse en sus cursos?

- Las motivaciones son variopintas. Hay alumnos con verdadero interés en convertir la escritura en una pieza importante de sus vidas, otros acuden en busca de compañeros con quienes compartir intereses y aficiones literarios, no faltan los que vienen en busca de lecturas provechosas y hay quienes acuden por curiosidad o para relacionarse con otras personas. Entre todos los alumnos que he tenido estos años, los que menos han proliferado son los que quieren abrirse paso en el mundo literario. Es más, los pocos que tuvieron esa pretensión desde un principio, terminaron abandonando pronto.

- ¿Siente usted que hay que sacrificar mucho para poder realizar una carrera literaria?

- No. Yo he ido poco a poco dirigiendo mi vida hacia la escritura y sus inmediaciones, y a medida que lo he ido consiguiendo más que un sacrificio he sentido una liberación. Para mí un sacrificio es hacer durante ocho horas un trabajo que no te motiva o incluso te desagrada.

Aparecido en el suplemento Territorios de El Correo.

Reseña de Isabel Alamar aparecida en la revista virtual Luke:

Este veterano autor con once títulos a sus espaldas nos sorprende ahora con El gato negro del amor, sin duda una de sus obras más intimistas, donde el tema fundamental es el amor, pese a que nos hable también de la ruptura, del abandono, de la nostalgia, de la soledad… Y es que Kepa Murua empezó a escribir este libro a raíz de su separación. No olvidemos entonces tener en cuenta, o recordar, el valor terapéutico que posee la escritura.

Sin embargo, como buen escritor, y pese a que el libro contenga algunos elementos de carácter autobiográfico, sólo utilizará el poso de sus experiencias vitales para alzar más alto el vuelo de su poesía y para establecer unos férreos cimientos basados en la verdad y en la sinceridad, porque sin verdad y sin sinceridad el mensaje no llega, y eso lo sabemos muy bien todos los que escribimos. Hemos de escribir sobre lo que conocemos y queremos conocer. Si no, lo mejor es que no lo hagamos y guardemos silencio.

Un aspecto muy importante y que llama poderosamente nuestra atención en El gato negro del amor es su casi perfecta estructura. Y eso se hace notar en diferentes aspectos: en el estilo, donde se nos muestra un lenguaje sencillo, casi austero, pero firme que le confiere un ritmo pausado y sosegado a todo el poemario, relajado, propicio para la reflexión. Y también en el tono, unas veces más poético y otras más narrativo, pero siempre tierno y evocador, que se encarga de presidir todos los poemas en busca de la emoción del lector.

Y, por supuesto, ayuda a esta honda trabazón la cuidada simbología que ha desplegado Kepa Murua (el gato negro, el gato azul, el gato gris, el gato blanco…), cada uno con su especial significado. El gato negro nos avisa de que algo bueno está a punto de cruzarse en nuestro camino: “(…) Este gato no tiene remedio / Aparece cuando menos lo esperas (…)”, nos recordará el poeta. El gato azul personifica los sueños, nuestra realidades más íntimas: “(…) ¿Por qué siempre es el azul / el que tiene el color más transparente/ y claro?, ¿Por qué el cuerpo / tiene un pequeño mar / con todos sus secretos al fondo? (…)”, se interrogará el yo poético. Y luego está el blanco… y luego el gris… Sin embargo, no estamos aquí para desvelar los secretos del libro: lo mejor es leerlo y dejarse envolver y arrullar por sus misterios.

Para finalizar, me gustaría hacer hincapié en que se trata de un libro que contiene profundas reflexiones, de una gran belleza, además, de esas que nos dejan por unos momentos hasta sin aliento porque pertenecen al género de las grandes verdades de todos los tiempos con las que cada uno de nosotros se identifica. Transcribo a continuación algunos de estos versos inolvidables para que hacerse una idea aproximada de lo que quiero decir: “Lo que más me gusta de este mundo / es cómo la vida me llama / por mi nombre. Como si me buscara / o no supiera dónde encontrarme (…) Como si me preguntase sin preguntarme. / Como si me buscase como poeta y como hombre (…)”; “(…) No puedes huir de tu destino. / Llegarás a amar algún día / como de verdad te han amado. / A perdonar como te perdonaron. / A olvidar como te olvidaron”.

Un viaje de trabajo a Moscú hace tres años, invitado por el Instituto Cervantes para impartir una charla, inspiró a Juan Bas la trama de Ostras para Dimitri, la última entrega de la trilogía que abrió con Alacranes en su tinta en 2002 y siguió con Voracidad, Premio Euskadi de Literatura hace un lustro.

La tercera de las obras dedicadas por Bas al exceso —“una mezcla de novela negra, picaresca y esperpento satírico”, en palabras de su autor— arranca con el protagonista, Pacho Murga, cumpliendo condena en la cárcel y enredado en la peligrosa vida de un jefe de la mafia, mitad ruso y mitad navarro.

Cerrada la trilogía, el escritor ha decidido abandonar a este personaje, un pijo sin principios, gourmet y cinéfilo, que acaba convertido en un superviviente y que le ha permitido contar a lo largo de una década historias cargadas de un humor corrosivo.“A diferencia del pícaro clásico, del buscón que viene del arroyo, lo que me gusta del personaje es que es un niño bien que ha quedado desclasado”, explica el escritor. “No sé si será para siempre, pero mi idea es dejar el personaje. Ha tenido una evolución propia y me manda sobre ciertas cosas que no puedo rebajar si soy fiel a su personalidad”.

Bas anuncia que con Ostras para Dimitri cierra un ciclo y una etapa de su vida como escritor. “Ahora estoy escribiendo una novela que se titulará El refugio de los canallas, en la que no tiene mucho espacio el humor”, añade.

En la realidad contemporánea Bas ha encontrado elementos que va tejiendo en una historia de violencia, venganza y culpa. “Hay una cierta lente deformante de la realidad, pero muchas veces lo que ocurre es esperpéntico sin necesidad de exagerar”, apunta. “Al ser una novela contada en primera persona por un personaje tan barroco, tan pedante, lo importante es emplear el humor sin que sea un añadido artificial, sin que reste dramatismo a la historia, que no convierta lo que ocurre en bufonesco”, añade. “Triturar la mezcla de géneros con el exceso sin que se vaya de las manos es complicado, pero literariamente me resulta atractivo. Es un desafío como escritor”, concluye.

Artículo aparecido en la edición vasca de El País.

Juan Cruz (El País) cuenta cómo fue la presentación del libro de Fernando Aramburu en Madrid:

Para presentar un libro hace falta, es obvio, un buen presentador. Y conozco pocos mejores que Fernando Savater; es más, lo conozco desde 1972, y desde entonces nunca falla. Es directo, se ha leído el libro, es capaz de resumirlo en un segundo y muestra afecto por el autor. En segundo lugar, y no siempre en primer término, el libro ha de ser bueno, el editor tiene que confiar en él. Es más, el editor debe acompañarlo, estar ahí con el libro y con el autor; eso es imposible de eludir: si el editor no está la audiencia se inquieta. Si él no vino, ¿a qué venimos nosotros?

El libro es bueno, en este caso, muy bueno; lo dijo Savater. Es más, lo dijo al principio y al final. "Me ha gustado mucho". Se notó. Claro, el autor es Fernando Aramburu, el libro de éste es Años lentos, premio Tusquets de novela, y lo presentaban, con la audiencia colmada, en la nueva Fnac, en Castellana, 79, Madrid, un sitio que me gustó mucho: sillones sin respaldo, de colores variados y muy vivos, lo que le daba el aire de sala de estar de un colegio mayor suizo o sueco. Y estaban los editores, claro, la directora de Tusquets, Beatriz de Moura, que da serenidad a los sitios (y a los autores), Juan Cerezo, editor, Natalia Gil, responsable de comunicación...

Todos esos elementos, es decir, esas personalidades, son fundamentales en el conjunto de una presentación. Al autor le da confianza, al auditorio le da certeza de que está asistiendo a una apuesta, y en general se consigue un ritmo que no es posible si alguno de esos elementos está ausente.

¿Y el libro? Ah, eso es lo fundamental. El escritor mexicano Gabriel Zaid acuñó una expresión ("hay que poner el libro en la conversación de la gente") que muchos copiamos: un libro ha de poner a la gente a conversar, tiene que ser materia de recuerdo y de discusión. Y este Años lentos marca ese ritmo: da para conversar. Savater fue muy veloz: la portada del libro, un paisaje nublado y lluvioso de San Sebastián es el marco en el que él (esa misma mañana de la presentación, por cierto) había hecho su caminata diaria... Y los años, el 68 de Donosti, tiempo en que se desarrolla la novela, le desata a él tantos recuerdos como al autor. Y Aramburu tomó aquel tiempo como su tiempo propio pero también como el tiempo de la ficción: habían matado al primer guardia civil que asesinó ETA y comenzaba en Euskadi un tiempo de niebla espesa, de plomo en las alas de un país que ya no se ha levantado feliz una mañana... O sí, pero olvidando.

Pero no es una novela sobre Eta, ni mucho menos, Aramburu reiteró varias veces esa convicción, alivió a la gente que estaba presente de la posible sensación de que otra vez el terrorismo agarrara el centro de un libro para monopolizarlo con su viscoso recuerdo. No, no es sobre ETA, es sobre las personas que vivieron aquel tiempo, cómo aquella vida fue afectando a cada una de esas personas, cómo era la Donosti que fue viendo el muchacho Aramburu, que en 1968 tenía ocho años.

La conversación fue en algún momento hacia el terreno de las técnicas literarias, pues el libro está sembrado de ingeniosas revueltas sobre el estilo y el recuerdo como materiales del escritor: es, por así decirlo, un libro que a veces se desnuda y deja ver la maquinaria en ejercicios que revelan el humor donostiarra (y alemán, desde hace veinte años Aramaburu vive en Alemania, le gusta la manera de razonar de los alemanes, su mujer es alemana) del escritor, de apariencia silenciosa como los donostiarras de adentro pero, en cuanto se le da materia, locuaz y sencillo, un buen interlocutor para el torrencial Savater, que en un momento determinado se puso a escuchar. A veces apuntaba cosas. Dijo: "Voltaire decía que contarlo todo es el primer paso para ser aburrido".

Aramburu estuvo de acuerdo. Además, indicó Savater, no es suficiente con contarlo todo. Aramburu dijo algo que nadie confiesa en las presentaciones: que cuando acaba de escribir se lo pasa a otros; "desconfío de mi mismo, así que les pido a los amigos que me digan en qué me he equivocado". A esas alturas el autor hacía rato que se había ganado al público, de calle, de modo que pudieron haber seguido horas a pesar de que los asientos no tenían respaldo... Pero le hicieron caso a Voltaire, y a su embajador en la tierra, Fernando Savater, y no lo contaron todo. Pues todo está en el libro.

Ah, y al acto fueron autores y periodistas. Estaban Nuria Azancot y Blanca Berasategui, de El Cultural. Y había al menos un autor, Rafael Reig, que ganó el premio Tusquets del año pasado. Y vi a varios editores. Y estas presencias (periodistas, autores, editores) sí que es excepcional en la presentación de un libro. Que lo sepa Aramburu, que vive en Alemania.