Fernando Aramburu, en 'Diario Vasco'
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Entrevista a Fernando Aramburu aparecida en el Diario Vasco el pasado nueve de febrero y firmada por Roberto Herrero. La foto es de Usoz:
Fernando Aramburu acaba de publicar 'Años lentos' (Editorial Tusquets). Una novela que transcurre en San Sebastián a finales de los años sesenta. El escritor donostiarra sitúa en su barrio natal de Ibaeta buena parte de las peripecias de una familia humilde, envuelta tanto en sucesos personales como políticos, narrados a través de la mirada curiosa de un niño.
-¿Cómo de lentos eran aquellos años en San Sebastián?
-La sensación de lentitud es meramente personal. No descarto la posibilidad de que para otros ciudadanos aquellos años de la dictadura despierten una sensación distinta. Yo los veo en el recuerdo como una época de paralización y marasmo, con un régimen totalitario hostil a los cambios, con primeras planas de los periódicos dedicadas a inauguraciones y mandangas por el estilo. Las innovaciones de todo tipo, también las culturales, llegaban tarde, censuradas y con cuentagotas. Pienso, a modo de símbolo caracterizador, en la mano decrépita de Franco, ya muy metido en años, saludando débilmente desde algún balcón.
-¿Una novela que transcurre en el tiempo y lugar de su infancia es un diálogo con o contra la nostalgia?
-Hay sin duda en mi novela una tentativa de recuperación de una etapa personal definitivamente abolida. Eso sí punza en el corazoncito: saber que uno fue un niño, un cuerpo libre de desgaste, sano y vivaz, con una considerable provisión de futuro, y que algo tan bonito se terminó para siempre. Dejando a un lado dicha pérdida irreparable, no me aprieta la nostalgia por el tiempo o el lugar. No es especialmente divertido nacer en una dictadura y en un país bastante retrasado en aspectos económicos, pedagógicos, culturales y demás.
-Es una historia triste, en la que casi todos los personajes son unos pobres diablos.
-Yo no sé sacarles partido literario a los héroes. Me adapto mejor a los personajes populares o de origen humilde obligados a luchar por el sustento y el logro de objetivos elementales.
-Usted es también personaje central. Cuénteme la particular forma de escribir este libro.
-Es muy sencillo. La novela alterna dos discursos distintos que son preparatorios para una futura novela. Un informante me proporciona un material sacado directamente de los recuerdos de su estancia, siendo niño, en casa de unos tíos suyos afincados en el barrio de Ibaeta. Entre los distintos tramos de su memoria intercalo apuntes de mi puño y letra sobre asuntos que no figuran en el texto principal. De esta manera se llenan huecos en la historia del informante con comentarios, descripciones, añadidos informativos y otras cosillas, pero sobre todo se establece un juego dialéctico entre la realidad y la ficción.
-El tema de la violencia será destacado en los comentarios ya que uno de sus protagonistas es un joven tan idealista como ignorante que se adentra en ETA. Sin embargo, el libro va mucho más allá. Es un retrato de un barrio pobre de San Sebastián, muy alejado del glamour donostiarra. Parece una historia rural.
-Mi novela no trata de ETA, pero yo ya estoy resignado a que los periódicos me simplifiquen, me citen imprecisamente y me atribuyan lo que no he dicho. Esa batalla por la exactitud la doy por perdida. 'Años lentos' es, efectivamente, otra cosa. Reúne episodios referidos a una familia modesta de cuatro miembros. Dichos episodios se sitúan en un barrio de las afueras de San Sebastián, en un tramo temporal que va de 1968 a 1971. Y entre los numerosos episodios se encuentran, sí, unos cuantos que hacen referencia a los primeros giros de lo que no tardaría en convertirse en el torbellino terrorista que todos conocemos.
-¿Es junto a 'Fuegos con limón', su novela más autobiográfica?
-En ambos casos abrí el cajón de mi memoria personal y saqué todo lo que me pareció aprovechable, que no fue poco. No lo hice para contar mi propia vida, por lo que me resisto a aceptar que los dos libros mencionados sean autobiográficos. Esto es como el conejo en la chistera del mago. Si no se esconde primeramente, es imposible llevar a cabo el truco. En literatura pasa lo mismo, pero con vivencias propias en lugar de conejo.
-¿Habrá continuación de 'Años lentos'?
-Sí y no. 'Años lentos' es una pieza narrativa suelta para la que no preveo una continuación con los mismos personajes. Así y todo, si nada se tuerce me gustaría seguir contando historias sobre gente de mi tierra natal, donde han ocurrido tantas cosas desde la fecha de mi nacimiento, algunas tristes y trágicas, otras más risueñas.
-Lleva 27 años en Alemania. Cuando regresa a su casa familiar, ¿qué huellas encuentra del barrio que nos describe en el libro? ¿Qué le parece San Sebastián ahora?
-Mi barrio ha cambiado mucho. En mis tiempos daba directamente al campo. ¡Y qué campo! Colinas, praderas, huertos, arboledas, un riachuelo con anguilas; en fin, una excelente copia del paraíso terrenal. La ciudad se lo ha tragado, conservando el núcleo original de casas en torno al cual se han levantado los feos edificios de Errotaburu. Donde en mi infancia segaba la hierba el casero, con su guadaña, su burro y su capucha de saco, ahora hay que pagar OTA.
-'Años lentos' ganó el VII Premio Tusquets de Novela. ¿Cree que puede levantar sospechas el que usted publique casi todos sus libros en esa misma editorial ?
-El certamen, que ha quedado desierto en dos ocasiones, es rigurosamente limpio. ¿Que alguien abriga suspicacias? Pues es posible. A fin de cuentas, pensar mal forma parte de la naturaleza humana.
Pedro Tellería en 'Noticias de Álava'
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Hoy, 7 de febrero, a las 19:30 horas se presenta en la Casa del Libro de Bilbao (Urquijo, 9), la primera novela de Pedro Tellería, Un asunto muerto, publicada por Arte Activo. Ayer salía una entrevista en Noticias de Álava firmada por David Mangana. La foto es de Jorge Muñoz.
Cuando se sumerge en la ficción, Pedro lo hace con todas las letras. Incluso su formato de Word asemeja la cuadratura propia de una página de libro, para evocar los efluvios de la edición. Hace siete años, tras firmar en su momento -como es menester evolutivo- esos clásicos relatos post-adolescentes que preceden a todo escritor, decidió zambullirse de lleno en el blanco. "Quería probarme en la narrativa de manera profesional", recuerda, aunque sus primeros pasos los holló en el campo de la prosa poética. "Yo nací a versos".
Tellería viaja al pasado para recordar el germen del proceso. Retrocede como lo hacen los protagonistas de su primera narración, Lozano y Quiroga, un dueto atrapado por las melodías de un flashback, conjugado en presente a través de un juego entre la memoria y los mecanismos psicológicos. Podría haber sido una novela de sus adorados Greene o Le Carre, pero el autor y crítico gasteiztarra asegura que "no quería hacer una obra de suspense, de intriga".
Quería hacer una novela, y su semilla central -cuatro capítulos de los seis finales- surgió de una tacada. Dos años después, un cambio de domicilio y una Semana Santa dibujaron la excusa perfecta para retomarla y comenzar a apuntalar su volumen, ése que ha derivado en una novela corta. O en un cuento largo, como quieran leerlo.
Tras publicar la colección poética de Radiograma 31, Tellería siguió cultivando diversos manuscritos, y también se puso el buzo del oficio con los cimientos de este trabajo. Control de los ritmos, pulido de adjetivos... Hasta los nombres de los protagonistas variaron convirtiéndose en los definitivos Lozano y Quiroga. "Funcionan desde el punto de vista de la eufonía, son palabras llanas, que no rompen". Su propio Tellería hubiera funcionado en este rango de búsqueda sonora.
Se percibe en todo ese proceso una herencia de sus estudios y sus quehaceres. De su formación en Hispánicas y Teoría de la Literatura -también estudió Derecho- y su labor como profesor de Lengua y Literatura -también imparte Latín-. Hay un control exhaustivo de la palabra y su forma, del hilo y la intención. El género, por ejemplo, lo elige de entrada. "Sí, soy muy racional creando, incluso más de lo que me gustaría ser".
No lo es tanto el protagonista de la novela, un redactor del montón que recibe la propuesta de un presunto terrorista: contarle una historia. ¿Pero es el redactor el verdadero protagonista o lo es su interlocutor? ¿O quizás el tercer hombre -tributo a Greene- sobre el que gira todo? "El impulsor de la historia no es el que narra, que se ha convertido en un testigo, en víctima".
Con extensión de novela breve, un género predilecto para Tellería -entre otras cosas, por su proximidad "a la sociología contemporánea"-, el trabajo va desarrollando el tira y afloja entre Lozano y Quiroga. Si se le pregunta por vapores que le sugieran el ambiente que respira el libro, Tellería propone un toque minimalista, posmodernidad -"pero sólo en las formas"-, los trazos visuales de Tarkovsky o unos cuentos recientemente leídos de Stevenson. Pero las referencias de alguien que lee, ve, escucha y dialoga varían constantemente. Mañana podrían ser otras. Mañana, un libro puede ser diferente.
Aquel diálogo inicial del primer esbozo deriva en reflexión a través del macguffin de la intriga. "Quería plantear cuestiones morales y era un buen género para hablar de ello", reconoce. Pero que nadie espere un laberinto policiaco. Lo que subyace es el ir y venir de la balanza entre libertad y pertenencia. Como en el Lazarillo de Tormes -el Tellería profesor vuelve a tomar las riendas-, el quid, lo que reconcome al protagonista, reside en una cuestión: "¿Por qué me cuenta esto?".
Tellería cuenta porque sigue disfrutando metiéndose en la piel de sus personajes, estableciendo metáforas soterradas -últimos días del año, un pantano, una presa...- en los paisajes de la historia, saltando del pasado al presente con la máquina del tiempo que alimenta el carburante de la tinta, de la imaginación. "Cada día me gusta más la ficción".
Es por eso que en verano aprovechará para "rescatar algún manuscrito o bien para crear algo nuevo". Pero, antes, toca disfrutar del nacimiento de Un asunto muerto (Arte Activo), que se mantenía sin presentar formalmente hasta este último párrafo. Un final para un principio. La última página siempre es el comienzo de otra primera.
Crítica de 'Años lentos' en El Cultural
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Reseña de Ricardo Senabre aparecida el 3 de febrero en El Cultural.
Vuelve Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) con una obra mayor. Si en su primera novela, Fuegos con limón (1996), el autor transformaba narrativamente sus años juveniles de rebeldía estética al amparo del grupo vanguardista CLOC, y en su último relato largo, Viaje con Clara por Alemania (2010), rendía cuentas de sus muchos años de vida en el país germano, con Años lentos retrocede a su infancia donostiarra, a un ámbito en el que se fraguan los primeros movimientos independentistas, los primeros atentados y la represión policial subsiguiente; al germen, en suma, de la sociedad vasca reflejada en los extraordinarios cuentos de Los peces de la amargura (2006). Y lo hace con una obra compleja por sus múltiples implicaciones, pero técnicamente resuelta con una ejemplar y nítida simplicidad.
Hay un relato que podemos llamar principal, a cargo del navarro Txiki Mendioroz, en el que éste, a requerimiento de Fernando Aramburu, le escribe una larga carta que resume su infancia desde que, a los ocho años, su madre, incapaz de atender a sus tres hijos, lo envió a vivir con la familia de su hermana en San Sebastián. Se trata del modelo clásico fundado por Lázaro de Tormes, repetido en el Buscón quevedesco y cuya fecundidad alcanza a La familia de Pascual Duarte, de Cela: la carta en la que se narra la propia vida a petición de otra persona. De hecho, algunas marcas del origen permanecen visibles. Si Lázaro comenzaba su identificación con fórmulas apelativas (“pues sepa V. M. ante todas cosas que a mí llaman ”), del narrador de Años lentos son estas primeras palabras: “Yo, señor Aramburu, por las razones que usted conoce, siendo niño pasé nueve años ”. Y más aún: Lázaro de Tormes concluye el tratado cuarto de su relato eludiendo explicar con claridad por qué abandonó el servicio del fraile de la Merced: “Y por esto y por otras cosillas que no digo, salí dél”. Y Txiki, con fraseología similar, afirma: “Por eso, y por otras cosillas que no hacen al caso, a mí [ ] no me gusta mucho la literatura” (p. 98).
Por otra parte, y como no es infrecuente en la escritura de Aramburu, algunos leves ecos de la prosa clásica y de la narración oral se deslizan a veces por sus páginas, como las fórmulas con que se inicia el relato de algo anunciado: “Y fue de esta manera: que algunos de ellos ” (p. 37). O bien: “Me confesó el propósito principal de aquella visita [ ] Y fue de esta manera: que mi madre ” (p. 64); “y fue de este modo: que entrando mi tía una mañana ” (p. 192). De todos modos, este esquema narrativo de estirpe clásica se ve alterado porque cada episodio del relato que Mendioroz dirige a Aramburu -subrayado por la presencia de frecuentes fórmulas apelativas (“créame”, “le pido por favor a usted”, “ya sabe usted”), etc.- va seguido de fragmentos numerados y en otro tipo de letra, rotulados como “apuntes”, en los que el autor empírico -es decir, Fernando Aramburu- anota posibles desarrollos para una novela que, aun basada en las líneas de Mendioroz, introduce elementos diferentes: retratos de personajes, escenas posibles, descripciones de lugares y otros aspectos que no figuran en el relato principal.
Son notas escuetas que consignan observaciones sobre la posible redacción definitiva del futuro texto, incluso referidos a detalles léxicos o gramaticales: [“Txomin] es parlanchín, simpático (mostrar esta cualidad con algún ejemplo)” (p. 21); “Maripuy no aguanta un segundo más el rescoldo que le quema (cuidado, leísmo, la quema) por dentro” (p. 23); “si quieres me puedes pagar en especie. (Esta expresión tal vez sea demasiado rebuscada para esta clase de personaje. Pensar en otra de menor relieve literario” (p. 22). Hay muchos más casos de estas reflexiones del autor -artificio inventado por Cervantes, como es bien sabido- acerca de su futura obra.
Con todo ello, la novela abarca varias historias diferentes y, a la vez, imbricadas. La primera es la constituida por la extensa carta de Mendioroz, que convencionalmente podemos clasificar como relato histórico y atenido a la veracidad de los hechos expuestos -aunque incompletos y captados por una perspectiva infantil-, lo que el mismo remitente se encarga de puntualizar: “Le escribo esto antes de entrar en materia para que se fíe usted de mí, señor Aramburu, pues nada de lo que pienso referirle a continuación es inventado” (pp. 97-98). La segunda historia se desprende por fuerza de los apuntes con que Aramburu va festoneando la carta: escenas, diálogos y detalles en los que se busca más la verosimilitud y la coherencia interna entre los hechos que la veracidad, por lo que incluso se rechazan datos auténticos (“me niego a meter pacotilla histórica con propósitos meramente ornamentales”, p. 163) y se opta claramente por una solución que es también un principio programático: “Si hay que apartarse del testimonio del informante, se hará. Primero la literatura; después, si queda sitio, la verdad” (p. 181).
Los dos relatos paralelos y complementarios representan, por tanto, la historia y la ficción, y muestran cómo ésta brota de aquélla para desbordarla, enriquecerla, ampliarla, como sucedió, en efecto, en los comienzos del género novelesco, cuya sustancia se formó acogiendo los materiales desechados por la historia -leyendas, milagros, narraciones fabulosas, hechos no comprobados- que no podían superar la prueba de la veracidad. Las dos líneas llevan aquí a la incorporación de dos desenlaces: por una parte, el que refiere -tras dejar en penumbra el enigma de la muerte de Julia- la inesperada herencia que recibe Mendioroz y que le permite encauzar su vida; por otra, el de Aramburu, que apunta en pocas líneas un detalle, un recuerdo infantil que convierte la novela en una especie de expiación: “Me gustaría pedirle perdón, pero no vive [ ] y ya sólo por dicho motivo debería escribir la novela”(p. 203).
Pero, además, junto a los relatos del remitente y el receptor de la carta hay otro posible, que es el que puede construir el propio lector fundiendo los datos de ambos y que incluye la historia global de una familia modesta que vive en las afueras de San Sebastián durante los años cincuenta del pasado siglo y que padece, entre otras adversidades, el embarazo prematuro de la hija adolescente y la huida de un hijo a Francia para evitar su captura por mezclarse con activistas de ETA. Como subrayó Pontecorvo en su adaptación cinematográfica de Operación Ogro, también aquí es un cura inflexible y montaraz el encargado de inocular en los jóvenes desnortados las ideas independentistas acerca de un país inexistente. Todo lo referido al terrorismo y a la represión policial está visto como de refilón, de acuerdo con la perspectiva de un narrador infantil, pero no por ello deja de ser eficaz, y permite que la historia se expanda hacia otros motivos, como la soledad y la miseria del refugiado Julen en Francia o el rechazo de los vecinos ante la familia de éste por suponerlo un chivato, alineándose de este modo implícitamente en el ideario independentista.
Años lentos es una novela importante por su audaz y madura construcción, que permite recrear un mundo mixto de ficción y verdad indispensable para entender un tiempo y un país que, como proclamaba Raimon por aquellos años, son también nuestros. De igual modo que antes lo hizo Baroja, escritores como Ramiro Pinilla o este pujante Fernando Aramburu han contribuido decisivamente en estos pasados lustros a fijar la imagen artística de un rincón español excesivamente zarandeado por el vendaval de la historia.
'Muerte dulce' de bolsillo
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Ya está disponible la edición de bolsillo de Muerte dulce, la última novela de Félix G. Modroño. Leyendas ancestrales, mujeres enamoradas y falsas apariencias se enredarán en esta trama que editó Algaida en 2009 y que vuelven a contar como protagonista con Fernando de Zúñiga. En abril, Modroño verá publicada su próxima novela: La ciudad de los ojos grises.
Fernando Aramburu, en 'El Cultural'
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Entrevista al escritor donostiarra en El Cultural con motivo de la publicación de su último libro, Años lentos, premio Tusquets de novela.
Gasta Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) un humor muy vasco, desaforado y tierno a la vez. No luce la melena de los 60, cuando fundó el movimiento vanguardista CLOC y amenazaba con “llover” versos, pero sigue encerrado en la literatura. La bebe, la come, la respira... Y escribe, como ahora, para saldar cuentas con el miedo y la crueldad que acompañaron el nacimiento de ETA, tema central de 'Años lentos', último premio Tusquets, que hoy ve la luz, y del que también se ocupa en estas páginas Ricardo Senabre.
“Ulises de quita y pon”, según él mismo, en realidad da igual que ahora Aramburu se cobije en Hannover: escribiría y viviría igual, con la misma rutina y la misma pasión desesperada por la escritura en su San Sebastián natal, en Madrid o Nueva York. La literatura le envenenó hace demasiado tiempo, y la amistad, claro, esa que le hace engancharse a las redes cada día para seguir a amigos y jóvenes autores a los que aconseja y cuyas dudas soluciona a golpe de ratón.
Hoy en cambio, resuelve las nuestras sobre su última novela, estos Años lentos en los que ha dejado tantos jirones de sí. Jovial y distante, Aramburu confirma que son muchos los recuerdos que le ha prestado a Txiki, el protagonista del libro, porque le tentaba escribir sobre su infancia, aunque le “daba repelús contar que si mi padre esto y mi madre lo otro, que si los vecinos tal y los maestros cual”. Llegó, dice, a confeccionar una lista de posibles episodios, pero se apresuró “a suprimir algunos por demasiado confidenciales. Al mismo tiempo entendí que el esfuerzo no merecería la pena si me implicaba en él a medias. Al final, como de costumbre, recurrí a la ficción, que suele dejarme las manos y la imaginación libres”.
"Entré a saco en mi meoria personal"
-¿Pero tiene mucho de biográfico, no en la anécdota concreta de la familia de Txiki, sino en el ambiente, el miedo y el dolor de lo vasco de aquellos años que vieron nacer a ETA?
-Para empezar, todo lo que en la novela figura como anotaciones mías está directamente sacado de mis impresiones y vivencias. La historia narrada transcurre en el barrio de Ibaeta, de San Sebastián, donde por así decir me crié. El tiempo de la narración es el de mi infancia. Incluso menciono por su nombre a varias personas que existieron. Ni que decir tiene que para escribir este libro entré a saco en mi memoria personal.
-¿Era una historia que llevaba tiempo dentro, deseando escribirla, o se trata quizá de la consecuencia inevitable de libros como Los peces de la amargura, donde recrea el mismo ambiente de miedo y crueldad?
-Tengo el propósito de contar mi país desde una perspectiva personal. Digo contar mi país porque concibo este como un espacio cuajado de historias, muchas de ellas trágicas, como todos sabemos, que están esperando quien las relate. Si nada se tuerce me complacería llevar a cabo mi modesta parte en esa vasta tarea.
-¿Así que este libro podría ser el comienzo de una serie?
-Es posible. Sea como fuere, procuraré que las partituras no repitan las mismas notas: el dolor, el terrorismo, las víctimas, etc. En mi literatura, como en mi país, caben igualmente el humor y la esperanza.
-Al final del libro, el Aramburu personaje que está preparando una novela con las confidencias de Txiki recuerda cómo se encontró en el trolebús con el padre del protagonista, considerado “un mal vasco” por sus antiguos amigos. Ahora le niegan el saludo. Aramburu hizo lo mismo y escribe: “Hoy me gustaría pedirle perdón pero ya no vive. Ya solo por eso debería escribir la novela”. ¿Cree que la sociedad vasca tiene aún silencios que reprocharse?
-Esos silencios se han dado y hasta cierto punto son, no sé si justificables, pero desde luego comprensibles por la acción continua del terror. Yo entiendo que la gente calle, y no por nada, sino porque el silencio, en la situación mencionada, permite seguir respirando. A cambio uno deja de ser libre. No podemos ignorar la suerte que corrieron periodistas, intelectuales, profesores que se opusieron en voz alta al terrorismo. Escoltas, amenazas, paquetes bomba, tiro en la nuca, destierro, etc., fueron su destino. Me quedo con estos y con los que se solidarizaron con ellos frente a los que prosperaron en la sombra, a menudo al amparo de las instituciones, y, sobre todo, frente a aquellos que, con eufemismos o a cara descubierta, defendieron el crimen político.