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Ya está disponible la edición de bolsillo de Muerte dulce, la última novela de Félix G. Modroño. Leyendas ancestrales, mujeres enamoradas y falsas apariencias se enredarán en esta trama que editó Algaida en 2009 y que vuelven a contar como protagonista con Fernando de Zúñiga. En abril, Modroño verá publicada su próxima novela: La ciudad de los ojos grises.

Muerte dulce

Poemas de un ratónReseña aparecida en Diario Vasco escrita por Santiago Aizarna sobre el libro infantil de Julia Otxoa, Poemas de un ratón (Ed. Diputación de Málaga) y que se nos había pasado señalar.

"Constante en su quehacer, no sólo de escribir sino también de publicar, para este ayer celebrado Día de Reyes, Julia Otxoa nos ha regalado un nuevo libro. Un libro muy apropiado para niños. Un libro muy oportuno dadas las fechas que vivimos. Un libro que es para todos porque igual es que sabe usar esa fórmula de hacernos niños a todos. Un libro que, como ha sido relatado por medio del ratón del ordenador, Julia ha tenido la humorada y la generosidad de titularlo como Poemas del ratón. Es texto que trasciende, por supuesto, mucho más de esta anécdota nimia. En ocasiones, le gusta a la poesía jugar a bromas, sobre todo cuando surge de autorías no afines a cultivar este género en sus textos habituales. Recuérdese, por ejemplo (o ilustre o solamente notorio) el de Pío Baroja con su Canciones del suburbio, con el que, en el año 1944, asustó a todos, y que causó casi un desmayo en la acrisolada sensibilidad del apócrifo Benaudalla (Domingo, para más señas), cuyo libro 'Mis conversaciones con Pío Baroja'", aparecido en 1945, inundó los barracones de Libros Viejos de la Cuesta de Moyano madrileña. Y, si de comparar poéticamente se trata, imposible olvidar, igualmente a aquella mujer que con orgullo neto, quedo y legítimo, proclamaba, al igual que García Lorca, aunque sin aludir para nada al esfuerzo como éste, que «Soy poeta por la Gracia de Dios,/ en mi mano de poeta/ florecen versos», un poco de esa manera también que me da a mí por pensar que florecen en, desde, por, sobre, las manos de Julia Otxoa.

 

Vino, Luisa EtxenikeLa editorial francesa Robert Laffont acaba de publicar en este país la novela Vino, de la escritora donostiarra Luisa Etxenike, bajo el título de Le ravissement de l'eté, en la traducción de Carole Hanna. Vino, publicada hace nueve años por la editorial Bassarai, "habla del amor en un paisaje de viñas y cepas", pero también "de un conflicto familiar que velará a sus protagonistas en carne viva. Durante unas vacaciones en un pueblo de la Rioja, un joven veraneante y un adolescente del lugar traban una amistad que con el paso del tiempo reanudarán con todas sus intenciones ocultas".

El grito de las avesLa larga trayectoria poética de Pablo González de Langarika, más larga que la prestigiosa revista Zugai a la que ha entregado casi todos sus esfuerzos, arrancaba con su Canto terrenal, que fue Premio Bahía en el 75, y ha seguido por una docena de títulos en los que asoman palabras como sombra, rueda oscura, endecha o llama amarga, voces que dan idea de la visión desazonada del mundo que desprenden casi todos esos poemarios. Porque, por más que acoja amable con sus brazos, Pablo se muestra, triste y descreído por dentro. De aquellos desoladores y francos versos de la “Poética” plasmada en su segundo libro (Contra el rito de las sombras, 1976), donde nos confesaba: “Traté de hallar a Dios…,/ no tuve suerte,…/ Voy ciego e infeliz,/ por eso canto” a este último poemario hay un largo trayecto venteado por la voz de grandes poetas, a los que rinde su admiración en la revista: de Quevedo a Blas de Otero, Claudio Rodríguez o Antonio Gamoneda,… sobre todo éste último, en cuya profundidad desencantada se sumerge el bilbaino. U n trayecto en cuyo último trecho asoman envolviendo al tú lírico, gaviotas agoreras, palomas que zurean y al fondo una luz que despunta: Has visto signos en la serenidad del agua / y reflejos de una luz que no se altera. Hay, como apunta el también poeta y amigo Fernández de la Sota en el prólogo al libro, un “irreverente atisbo de alegría” , que queda reflejado tanto en la imágenes del poeta (Sobre la hiedra que se abraza al aire / posa la luz sencillas humedades) como en los sugerentes reflejos del agua de la ría que para esta edición ha retratado Mikel Alonso.

 

PD: El pasado 10 de abril el diario Deia le hacía una entrevista que a la que podéis acceder pinchando aquí.

Hoy en la página web de El Cultural, aparece un adelanto del próximo volumen de relatos de Fernando Aramburu, El vigilante del fiordo, cuya publicación está prevista para el mes de mayo. Edita Tusquets.

Carne rota

SU PADRE dice hijo, cuando entremos, si me ves llorar, no te asustes, tú sigue adelante, son cosas mías, sólo venir aquí me parte el alma, pero te lo llevo prometiendo desde hace tiempo y hoy cumplo, Borja, ya no lo retraso más. De nuevo marzo, mediodía, han dicho que va a llover. Si quieres no entramos, papá, me basta con lo que me has contado y con ver el apeadero por fuera. Bancos rojos, la cubierta sostenida por columnas, el reloj fijado a una de ellas. El apeadero tiene pinta de haber sido renovado. Llega un tren que se dirige a Alcalá. Baja gente, sube gente. Una señora lleva un perro pequeño en brazos. El perro viste una especie de chaleco. Un chaval con auriculares se sube a un vagón cuando ya van a cerrar las puertas. Todo el mundo está vivo, no hay duda, anda, respira y todo eso. El tren arranca. El tren toma velocidad. El tren se pierde de vista por el fondo. Cables del tendido eléctrico, el brillo de los rieles, nubes. Para entonces el padre, me da un no sé qué volver a este lugar, y el hijo se han quedado solos en el andén. Una paloma busca desperdicios comestibles por el suelo meneando la cabeza adelante y atrás como acostumbran las palomas. Ahí fue. Han pasado los años como pasan los trenes. Uno, otro, otro. El niño dirige la mirada hacia donde señala la manga vacía de su padre. ¿Ves la papelera roja? A un costado de la papelera va y viene la paloma. Pues más o menos por ese sitio anduve tirado, aunque yo de la papelera no me acuerdo, no me preguntes cómo salí del tren porque no lo sé, quizá volé por los aires. Yo sentía un calor muy grande en la cara mientras me arrastraba por el suelo. Olía mucho a carne quemada, el calor se me desplazó hasta un hombro y después, imagínate, me fue bajando, yo creía que por el pecho pero tuvo que ser por el brazo, y cuando se me figuró que me había llegado al vientre me dije la has jodido, Ramón, tienes un agujero y de esta no sales. El silencio y la humareda, un silencio de tímpanos reventados, y por último gente que venía a ayudar y gente que huía con sus buenas piernas y sus buenos ojos y todo el cuerpo completo, menuda suerte, aunque algunos sangraran por la nariz. Todavía no eran las ocho de la mañana. Levanté así un poco la cabeza para mirar dónde se me había parado aquel calor que se estaba convirtiendo en un hormigueo cada vez más intenso y no vi ningún agujero, lo que vi es que de medio antebrazo para abajo no había más que unas tiras de tela empapadas de sangre, y me acordé de tu madre en casa y de ti también, que eras tan pequeñito, te había dejado dormido en la cuna y no sabía cómo te podría acariciar en adelante si me faltaba la mano. (sigue)