Es lo que tiene ser un ávido lector, buscando y viviendo historias narradas por otros que acaban, sin remedio, por influir al escribir las propias. Uno deriva en golosón y exigente, escapando en lo posible de los estándares y refugiándose en la originalidad, buscando, más allá de la historia en sí, la marca personal de un autor, sus trazos irregulares, sorpresivos; lo que pasa por su mente en cada párrafo y que deja impreso en un papel. Además, soy intransigente: si un texto no me seduce en las primeras páginas, tiendo al divorcio exprés.

Descubrí a Pascal Garnier hace no mucho, por azar, como casi siempre. Su novela ¿Qué tal el dolor? (Ed. Alba) obligaba a lecturas posteriores, lápiz en mano, resaltando magistrales expresiones en un lenguaje que hace más digno el argumento. Saboreé tanto ese texto que no quedó ni para un caldo. Pascal la palmó en 2010, maldito seas, y su obra duerme hoy en la estantería donde conservo mis tesoros.

A Martín Olmos lo descubrí también por azar, cuando escribía en su sección 'Escrito en negro”' cada domingo en El Correo. Sus historias imposibles venían rematadas por una ilustración colorida y sangrante pasada por un turmix que la desdibujaba un tanto. Nació ya escritor de negro y venía de serie pelón con voz ronca, de off, como cabía imaginar. Llegué a abrir el periódico por su página, tomándome mi tiempo y saboreando cada línea, disfrutando de lo canallesco y vitriolo que caracteriza al gachó, tratando de entender en qué malditas fuentes ha de beber para acceder a tan pintorescas reseñas. Y muchos otros debieron hacer lo mismo, porque fue galardonado varias veces, incluyendo un Euskadi de literatura, que le lanzó a los cielos para morir al poco, como un cohete de feria. Es lo que tiene ser un impenitente. Desapareció sin más, dejando huérfana mi pasión por su escritura obscena, provocadora, irreverente.

Pero quiso el destino darme la ocasión de conocer a uno de los míos, saber que no la había diñado como el pobre Pascal y que nos acaba de regalar un libro Breve relación de vidas extraordinarias (Ed. Pepitas de calabaza) que, como su título indica, es rácana en su extensión, al punto de obligar al lector a su racionamiento. Esto fue por obra y gracia de nuestro común amigo Alex Oviedo. Un rosario de vidas de personajes que gozaron de una cuestionable gloria en sus días y que Martín recupera de la desmemoria con lenguaje rebuscado, irónico, retorcido — y a veces inventado—, reviviendo vidas nada convencionales, condensadas en un resumen cruel de la mano de un chico que intuyo de barrio, de humilde puchero, sin escrúpulos, y que de cuando en cuando, se revuelve contra el lector, dejando a éste en incómoda impotencia.Un libro, en fin, que no puede ser hojeado sin caer en sacrilegio.

La última vez que charlé con él sacó su libreta de apuntes, algo que ya de por sí le convierte en adoptable, y en una mirada fugaz, pude ver anotaciones repentinas, con trazo improvisado y rematadas por el esbozo de una ilustración. Sus potenciales personajes, con quienes sólo compartimos condición de mortales, deben de agitarse inquietos bajo la tierra cada vez que abre esa libreta, sabedores de que no podrán nunca redimirse en sus líneas.Y no pude por menos que preguntarme "¿Qué estará maquinando?"