Su madre sudó lo que no está impreso para poder sacar unas monedas extras al día. Día a día. Meses. Descuidó un tanto al resto de la prole. El era el más fuerte. Tenía una posibilidad.

Llegó el día. Lavó la cara de su hijo por última vez. Lo besó, grabó esa última imagen en su retina y le dio la espalda para que no viera ni una sola de las lágrimas que acabarían en el suelo cuarteado de una miserable aldea de Sudán. Le había dado el dinero, una camisa decente y unas deportivas usadas. En el sueño de alcanzar la costa europea, no hay camino; hay que hacerlo.

Si sobrevives al calor, el hambre, las enfermedades, los bandidos…te queda una posibilidad de tomar un cayuco. Pagas lo que te queda por una plaza. Con suerte, un poco de comida y agua.Y en último término, entregas tu calzado para sobornar al enésimo mafioso que se interpone entre Ayod y el nuevo mundo.

Después, el mar y el tiempo eterno. Miras al cielo, pero los dioses están dormidos.

En Lampedusa no sólo mueren personas. También sueños, amores y esperanzas.

Artículo publicado en El Correo el 22 de abril, con el título de 'Viaje hacia la muerte'