Artículo de opinión de Javier Otaola aparecido hoy en El Correo:
"El año 2009 se cumplieron 80 años de la aparición —el 10 de enero de 1929— de los primeros episodios de las aventuras de Tintín (Kuifje en neerlandés) que se publicaron por entregas en 'Le Petit Vingtième', suplemento del diario belga de orientación católica 'Le Vingtième Siècle'. Su primera aventura completa sería Tintín en el país de los Sóviets, donde nuestro intrépido reportero demostraría más sentido común y visión de futuro que muchos otros intelectuales de la época. Desde entonces sus aventuras han vendido más de 200 millones de copias y se han traducido en 60 lenguas hasta su última y maravillosa aventura, publicada en 1969: Vuelo 714 para Sydney.
El 2010 se inauguró un imponente museo en Bélgica dedicado a nuestro héroe y el mismo Steven Spielberg realizó una película cofinanciada con Universal Pictures que no tardará en verse en España.
El periódico vaticano dijo con motivo de este aniversario que Tintín es «el héroe que todos quieren ser, el amigo que todos quieren tener» y por eso tiene la virtud de adaptarse a la mirada de cada uno de sus lectores. 'The Economist' reconoció la fuerza y la sencillez de la ética de Tintín: «buscar la verdad, proteger al débil y resistir al prepotente», así como su inquebrantable sentido de la amistad y su desprecio del dinero. Se trata de un héroe 'aristotélico' que cuadra con el arquetipo del héroe europeo, y que se diferencia de los héroes norteamericanos que o bien están dotados de poderes extraordinarios (irreales) o bien tienen un perfil violento y cínico estilo novela negra. Tintín por el contrario representa de manera paradigmática la denominada 'línea clara' del cómic.
Bélgica ha batido el récord de país europeo sin gobierno durante más tiempo, justo desde las elecciones anticipadas que en el mes de junio de 2010 dieron la victoria por mayoría simple al partido nacionalista flamenco N-VA de Bart de Weber. En esta penosa situación me acuerdo de mi héroe Tintín y se me ocurre imaginar qué pensaría de esas dificultades y cómo las encararía. Creo sinceramente que Tintín habría estado en la imponente manifestación llevada a cabo en Bruselas detrás de la gran pancarta: 'Vergüenza: no hay gobierno para un gran país'. Muchos ciudadanos y ciudadanas belgas -entre 35.000 y 50.000-, de una manera espontánea, al margen de los partidos, quisieron hacer saber el domingo 23 de enero que estaban hartos de las mezquindades y 'petitesses' de sus representantes y que, en contra de las obsesiones secesionistas de algunos, ellos se reconocen en su unidad como belgas, sin dejar de ser al mismo tiempo, flamencos y valones.
Me gusta Bélgica, ese improbable país, 'le plat pays' como lo cantaba Brel con «un cielo tan bajo que sugiere humildad», el país capitalino de la Unión Europea, de Audrey Hepburn y Simenon, de los mejillones y las patatas fritas, de la maravillosa cerveza trapiste -Westmalle- y del chocolate Godiva, de Lucky Luke, Los Pitufos, Tintín o Spirou y Fantasio, de Víctor Horta iniciador del Art Nouveau y del pintor surrealista René Magrit, de la Universidad Libre de Bruselas y de Lovaina, de la imperial Gante y la burguesa Grand Place.
Hay un fondo de generosidad personal, leal amistad, gozoso sentido de la aventura y compromiso con los que sufren injusticia que hace de Tintín un héroe tranquilo y risueño, que está por encima de las etiquetas ideológicas, y tengo la impresión de que es esa generosidad personal y esa lealtad lo que muchos belgas echan de menos— hoy— en sus políticos, que juegan frívolamente a las divisiones irreconciliables amenazando la estabilidad de su país en momentos tan críticos de dificultades económicas.