Relatos

Tras las primeras detonaciones tomé a Eve y a Benjamin de la mano y salimos al porche. La mayoría de nuestros vecinos habían salido de sus casas para levantar la mirada hacia aquella bóveda negra que no hace tanto fue cielo y que ahora se iluminaba brevemente, como un parpadeo, con cada latigazo azul. Poco a poco, como haríamos nosotros, se fueron despojando de las mascarillas y de los depósitos autónomos de oxígeno. En la penumbra alcanzamos a reconocer sus caras, muchas de ellas parcheadas por los trasplantes de piel o fruncidas por las quemaduras. Grisam Tilman, Rene Corbirock, John Buttercap, Mike Polimon, Anaïs Green... Los operarios que estaban vaciando la tierra frente a nuestras casas para cobijar en su interior el nuevo mundo se tomaron un descanso. Subidos sobre sus máquinas colosales, con los cascos y los buzos reflectantes puestos, parecían jinetes a lomos de animales prehistóricos. Ahora que lo pienso, todos éramos como aquellos hombres, luminosos y, sin embargo, insignificantes: eslabones quebradizos entre los estallidos azules y las perforaciones.

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Siempre me ha fascinado el ajedrez. Resume en un tablero de 64 casillas la sociedad de clases, la guerra, la estrategia, la observación, la renuncia. La vida y la muerte. Cuando veo una partida al aire libre, me gusta husmear. Siempre se aprende algo.

Ésta transcurría al aire libre en La Casilda. Un señor entrado en años frente a un adolescente. Dos generaciones separadas por más de medio siglo.
El viejo, con un bastón entre las rodillas, que sujeta en vertical y fuertemente con sus manos. Manos nobles, de obrero que supo siempre vivir de su sudor. El chaval, menudo y con su inseparable smartphone, que vibra constantemente.

Cuando llegué, no había aún bajas y los peones avanzaban lentamente franqueando el paso a los alfiles. Los caballos realizaban sus primeros saltos.

El viejo se lo toma con calma. Observa, mueve su palillo de lado a lado en la boca y entonces hace un movimiento. Lentamente, con humildad. Clic.

Tiempo de reflexión y de búsqueda interior es el invierno, cuando el mundo se torna gris y nada crece ni permanece si no muestra para ello una férrea voluntad. Allí, bajo los frágiles copos de nieve que conforman un desapacible escenario viven los hombres, que aguardan los primeros brotes del nuevo año para ver renacer sus sueños.


Haschelti se encontraba en esos momentos regresando presuroso al poblado, corriendo sobre la nieve con la ayuda de sus raquetas compuestas de madera y cuero, temiendo que la amenaza de tormenta se convirtiese en una realidad. Una enorme masa de nubes de color gris sobrevenía del noroeste, trayendo consigo lluvia y viento helado. No tenía sentido permanecer por más tiempo vagando por el bosque. Era tiempo de regresar junto a los suyos, al cobijo de su hogar.

Capítulo completo.

'Los hijos de Ik - Horizontes lejanos' forma parte de una saga iniciada con 'Los hijos de Ik - Lazos de sangre'.

 

Cameron Diaz la armó hace unos días. Va y suelta que ella no pasa por eso de la depilación púbica. Que el vello y el pelo están para proteger, preservar  evitar catarros. Bastó con eso para que muchos y muchas que tienen su mirada en estos ídolos se mirasen la bisectriz y decidieran si era hora de un cambio de look: a ver si va a ser que ya no soy moderno.

Ya es trend topic, y genera debates en prensa, radio y tv. Y ésa es sólo la puntita, porque, una vez creada la moda, siempre hay quien quiere destacar, alcanzando, como siempre, extremos grotescos, y nadie será lo suficientemente moderno hasta que a alguien se le ocurra tatuarse el píloro (que llegaremos a ver).

Recientemente hemos asistido a debates en los que han participado notables pensadores que se han remontado incluso siglos atras para documentar sobre floreros y floretes, sobre ilustres pubis, unos pelones y otros con reproducciones de los jardines de Versalles.

Algunos llegaban a compartir su experiencia personal, teniendo el acierto de hacerlo en horas no próximas a la cena, para no arruinarnos la digestión. Ya hay defensores y detractores y en breve veremos que los gimnasios recuperan las axilas de generosa vegetación de los hippies de los 70 y será moderno y de buen gusto lucir golondrinos. Quienes nos roban, nos estafan y nos expolian, se estarán dejando los higadillos de la risa.

¿Cómo no nos van a robar la merienda si, mientras reina el caos, nosotros nos dedicamos a discutir sobre el blanqueo perianal?

Los platós llenos. Las mentes vacías.

Llegaron los tres cuando el tren ya había partido y no quedaba ni rastro de él: ni el humo, ni el ajetreado trasiego, ni el silbido. Estaban la nieve y las huellas de haber chapoteado los viajeros, el olor agridulce que deja la gente en el frío, los rótulos azules orlados de blanco, los luminosos desactivados, los barrios severos que dan la espalada a la estación, la negrura de la noche, el brillo fatuo de la nieve. Y nada más.

_ Vaya tela. So ein Mist! _Le oí decir al más alto.

_ ¿Qué harremos nosotros ahora? _Preguntó con fuerte acento el delgadito.

_ Ni puta idea, mein Schatz.

En ese momento apareció una gran dama de alta alcurnia, que llevaba al hombro una orquídea contrahecha con el mismo orgullo que los piratas llevan a su loro.

_ I ara? _Preguntó, ajetreada, con voz de corsario.

Así fue como los conocí. En uno de esos momentos cruciales en que las constelaciones hacen encaje de bolillos. El mismo tren que me repudió a mí, los había olvidado a ellos. Yo iba de vuelta a mi país, con la cabeza bajo el ala, acarreando a Ulrike como el boceto de un artilugio absurdo. Me había apeado a comprar unos periódicos y no entendí la llamada del tren deformada por la megafonía. Ellos tres vivían en aquella ciudad cuyo nombre aún no me había aprendido. Se iban para Budapest a pasar una semana: los billetes en la mano, los pasaportes y las reservas. Pero no siempre se puede alcanzar al tren. A ellos se les veía contrariados, pero no enfadados. Yo estaba todavía en pleno shock.

_ Haben Sie auch den Zug verpasst? _Me preguntó la dama atiplando mucho la voz.

_ No, yo no. Me ha dejado tirada él.

_ ¡Madre del amor hermoso! -Dijo el alto- Cuatro desahuciados con una lengua común. ¡Qué argumento para un corto!

En el restaurante de la estación, situado en el primer piso como en los aeropuertos, nos recogimos a pensar qué hacer con el estado de las cosas. Mi maleta sería la única que disfrutaría de Budapest. Por la mañana la reclamaría. Ellos les habían dejado las llaves de su casa a sendos amigos y/o vecinos para que cuidaran de las gatas y regaran la colección botánica. Hasta la mañana no era plan de alertarlos. De modo que teníamos toda la noche por delante. En una noche hay tiempo para forjar una relación basada en un conocimiento detallado. Eso no ocurre durante el día. Esa noche nos cantamos una ópera de idiomas entrelazados. Y cuando amaneció, estábamos al tanto de los pormenores de nuestras vidas y sentíamos la fuerza de la amistad imperecedera.

Publicado en Espéculo. Revista de estudios literarios. Univ.Complutense de Madrid
http://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero36/karyukai.html

Ángela Mallén: Los caminos a Karyukai, Arte Activo Ediciones