A veces, aunque afortunadamente no a menudo, uno encuentra la aguja en el pajar en que se ha convertido la oferta literaria de este país. Digo no a menudo porque si fuera rutina dejaría de resultar divertido.

Hablamos de Enrique Gallud Jardiel, nietísimo del escritor y dramaturgo Enrique Jardiel Poncela.

Escritor productivo donde los haya, aunque muy mirado en la extensión de sus obras, está especializado en la crítica despiadada y la desmitificación de textos clásicos, por lo pedantes y pesados que tienden a ser, al igual que sus autores, y raro es el día que no maldigo por no haberlo conocido antes y obligarlo a un divertido careo con mis profesores de lengua y literatura.

Y como los gamberros de la tinta (salvando la distancia y disculpen la arrogancia), tendemos a encontrarnos sin remedio, me pinché con la aguja.

Tuvo la gentileza de dedicar dos libros de tamaño misal a mi hija, por aquello de que les une la pasión por la historia y en cuanto he tenido un hueco, he metido mano al primero.

HITOS MALDITOS DE LA HISTORIA, se titula (lo raro es que no se le haya ocurrido simplificarlo como MALDHITOS DE LA HISTORIA), y lo publica Glyphos Editorial.

A partir de la segunda página, el lector baja la velocidad de lectura y desconecta el ojeo diagonal automático, para saborear cada párrafo, cosa que hice en un vuelo a Sevilla, con los codos pegados al costillar, consecuencia de las tarifas baratas. Acabaremos pagando aún menos, pero contribuyendo al despegue como los Picapiedra. Y si no, al tiempo.

Bueno, como os decía, se dedica a caricaturizar personajes históricos cuyos méritos para alcanzar la fama son más bien escasos o nulos y que se prestan al implacable vitriolo del narrador sin mostrar apenas resistencia.

En ocasiones, aporta datos fidedignos; en otras, son descaradamente añadidos, y en muchas, le hace dudar a uno que, lejos de pretender acudir a Google para aclarar la incógnita, se acaba instalando en ese limbo en el que al fin y al cabo, reside la magia y el arte del autor.

Enrique se pasea con soltura a lo largo de milenios, observando desde un rincón oculto las miserias que acompañaron a todos estos tipejos y tipejas a los que el azar les otorgó la posibilidad de brillar aunque fuera por un momento pese a no dar el kilo, ser zánganos de manual, déspotas, tiranos caprichosos y endiosados cuyos aportes a la humanidad quedaron en rojo. Mirándolo bien, añade un punto de color a seres de carboncillo que nunca debieron destacar.

Especialmente llamativo e hilarante me ha resultado el capítulo dedicado a Rómulo y Remo, en el que hace traducciones torticeras al latín, con palabros que se saca de vaya usted a saber qué manga, pero que brillan por su genialidad, al punto de que acabé sonriendo como un tonto, como cuando leía a Mendoza en la fría y gris soledad de la Alemania del Este.

Muy recomendable en estos tiempos que corren.

Y aún más lo hubiera sido tiempo atrás, si hubiese sido coetáneo de cada uno de sus personajes.

 

Luis A. Bañeres