¡Ya la había liado! Habría resultado muy sencillo hacer un rico plato de pasta, una ensalada ilustrada o cualquier menú políticamente correcto para romper el hielo de las primeras citas, pero a él no le iban esas vulgaridades. A él se le tenía que antojar preparar lentejas; lentejas para cenar. La casa estaba inmaculada, todo en perfecto orden y dispuesto para lo que pudiera pasar después, con el vino oxigenándose y el jamón oreando desde hacía rato sobre la mesa del comedor, tal y como mandan los cánones. Pero lo que había sobre la mesa era un puchero de lentejas. Puchero de barro y cazo de madera. A la antigua usanza. Ella le miró ojiplática. El pobre no sabía lo que le esperaba.

—¿Cómo lo sabías?

—¿Cómo sabía qué?

—Que me encantan las lentejas. ¿Te lo han dicho ellas?

—¿Tus amigas, dices? ¡Ojalá! Pero no me contestan los mensajes.

—¡Hacen bien! Espero que no me defraudes —le espetó removiéndolas —¿Cómo las has hecho?

—Pues con cariño y paciencia, como hago todo —ella le arrojó una mirada fatal —Con media cebolleta, un diente de ajo, una punta de pimiento verde y un poco de tomate de la huerta murciana.

—¡Empezamos bien! —contestó con una suerte de indignación.

—¿Por? ¿Qué pasa?

—Como mejor están las lentejas es solas. Todo lo demás sobra. —¿Y yo? —contestó él con picardía— ¿También sobro?

—En la cena está tu futuro, señor “lentejas para cenar”.


Iñaki Sainz de Murieta

www.sainzdemurieta.com

Foto © Esther Clemente (Directo al paladar)