Entrevista al escritor bilbaíno Pedro Ugarte en Elkar tras la publicación de El Mundo de los Cabezas Vacías y El país del dinero.

Tras seis años sin publicar, Pedro Ugarte ha regresado este año a las librerías por partida doble. En septiembre aparecía El mundo de los Cabezas Vacías (Páginas de Espuma), un libro de relatos en el que glosa y disecciona zozobras, servidumbres, alegrías y miserias de la cotidianidad y sus rutinas. Poco después, con el boom inmobiliario como eje central, desembarcaba El país del dinero (Algaida), merecedora del V Premio Logroño de Novela. Dos nuevos títulos que se suman a la sólida trayectoria de un escritor que es capaz de analizar con precisión las contradicciones de nuestra sociedad y la urdimbre compleja de las relaciones familiares, laborales o sentimentales. Su mirada se traslada a la literatura con humor, ternura contenida y cierto sarcasmo, y arroja un resultado tan realista como imaginativo.

Su novela El país del dinero, que puede leerse como una alegoría del boom inmobiliario, explica –al menos en parte- cómo hemos llegado a la situación económica en que estamos. ¿La crisis se veía venir?

La crisis se veía venir, pero el enunciado corresponde al presente, este presente que analiza el pasado. Ahora parece una evidencia que estábamos inmersos en una completa locura, pero entonces no lo parecía. De todos modos, la economía tiene un elemento tan importante de psicología social que a veces pienso que deberíamos vincularla con la magia.

Políticos corruptos, fieles del pelotazo y del trapicheo a gran escala, ambiciosos con muy poca vergüenza… Imagino que para crear algunos de sus personajes le habrá resultado muy útil leer la prensa diaria.

Sí, bueno, la lectura de la prensa ha sido importante, pero también cosas que me han contado protagonistas (o testigos) del estropicio inmobiliario. Y hay una tercera fuente: el conocimiento directo de ciertos tipos. Los he conocido, sí, y hay pasajes inspirados en hechos ciertos, a veces escandalosamente ciertos.

La novela transcurre en el gran Bilbao, y las dos márgenes de la ría, con sus desigualdades, funcionan como un resumen de nuestra sociedad.

Siempre he considerado que el Bilbao metropolitano tiene una configuración muy teatral. En todas las ciudades hay barrios ricos y barrios pobres, pero es curiosa la disposición de dos riberas que se separan claramente por un criterio económico. Esa distribución, no nos engañemos, sigue condicionando mucho más de lo que nos gustaría aceptar.

¿Qué nos vuelve más locos? ¿El dinero o el amor?

El ser humano es una construcción tan fascinante que en él caben toda clase de locuras. Si algo como la literatura puede volver locos a algunos de ellos, ¿cómo no van a hacerlo, con mucha mayor fuerza, el dinero o el amor? En cuanto a la pregunta “cuál más”, sinceramente, no lo sé…

En El país del dinero hay lugar también para una historia de amor intensa y extraña: la de Jorge y Sharon.

Es una historia poco convencional, si se mira en la superficie, pero quizás, en un estrato más profundo, sea un retrato cruel de muchas relaciones personales. Como relación sentimental, hay en ella pulsiones muy poco románticas (la ambición, el modo en que el dinero condiciona la vida, incluso la conciencia de las clases sociales). Además se desarrolla una relación sexual bastante extravagante, que ha sorprendido a muchas personas. A algunas por la práctica sexual en sí, y a algunas otras porque se me hubiera ocurrido a mí. En general, nuestra capacidad de sorprender a los otros corre pareja a nuestra capacidad para decepcionarlos, incluso para despertar admiraciones tontas.

Por cierto, ¿por qué le gusta tanto el nombre de Jorge para sus personajes masculinos?

Hay mucho de voluntad estilística en que mi personaje se llame siempre igual. Jorge ha protagonizado tres de mis cinco novelas y alrededor de sesenta cuentos largos. Quizás sea un modo de señalar que, al final, uno busca construir un mundo literario, y esa construcción se fundamenta en un modo de pensar concreto y en un modo, también concreto, de mirar la realidad.

Ha escrito poesía, relatos y en esta novela se acerca al ensayo. Cuando decide escribir sobre una idea o un tema determinado, ¿sabe pronto a través de qué género lo hará?

Escribo muy poca poesía, pero cuando afronto un poema sé que estoy buscando eso y no otra cosa. Con la narrativa la experiencia es más compleja: en mi caso, la idea de una novela es el fruto de un largo proceso de maduración; el cuento, en cambio, es fruto de un chispazo. Ese distinto origen condiciona el género del texto.

Este año hemos tenido la firma Pedro Ugarte por partida doble porque muy poco antes de la novela publicó el libro de relatos El mundo de los Cabezas Vacías, un trabajo que se surte de la cotidianidad, siempre inagotable y tumultuosa.

Por circunstancias personales, estuve seis años sin publicar narrativa. La verdad es que no fueron años especialmente fecundos, pero aún así iban saliendo cosas. No es extraño, si uno es escritor, que seis años den para una novela y un puñado de cuentos. El mundo de los Cabezas Vacías se surte de esa cotidianidad que, en efecto, es inagotable y tumultuosa. Asombra lo irreal que llega a ser la realidad.

En sus relatos el humor es un elemento importante e irrumpe, a veces, en situaciones dramáticas manifestando, de nuevo, su capacidad salvadora: salva la realidad y también puede salvar un texto.

Creo en cierta capacidad redentora de la literatura. Pero es una creencia, cuidado, y como tal algo absolutamente opinable. En esa idea de la literatura es importante el humor, pero también cualquier otra manifestación de la inteligencia. Tenemos una pobre inteligencia de la que debemos hacer uso, al menos para levantar acta de lo que ocurre, y mostrar ante el universo nuestra perplejidad.

Su novela Casi inocentes acaba de ser llevada a la gran pantalla. ¿Cómo ha resultado la experiencia?

Es la segunda vez en que una de mis novelas se convierte en película. No he tenido una relación muy estrecha con el proyecto porque no he ejercido de guionista, pero lo que tengo claro es que el escritor no tiene derecho a condicionar esa otra forma artística que es una película. Lo que he visto de Casi inocentes, la verdad, me ha emocionado. Ver lo que has imaginado tomando cuerpo es una experiencia impresionante.