Este relato de Cristina Iricibar resultó ganador del XVIII Consurso de Relatos convocado por por la asociación Esnatu de Loiola (San Sebastián).

RECETA FALSA

Cristina Iricibar

Entró cargado de bolsas que colocó entre equilibrios sobre la encimera. Crujidos de plástico llenaron de sonidos la cocina todavía callada.

—¡Uf! ¡Por fin! Creo que lo traigo todo.

Ella sacaba de un cajón su delantal blanco. Con gesto litúrgico lo desdobló despacio y se lo ató a la cintura. Le llegaba casi hasta los pies. Se sintió más que tapada, a cubierto. Comprobó:

—Setas, nata líquida, espárragos verdes, langostinos… ¿las láminas de lasaña? —preguntó buscando.

—Con los tomates —contestó él mientras abría una botella de tinto y servía dos copas.

—Cariño ven, vamos a brindar.

Se acercó, bebieron de sus copas y saborearon el Crianza. El beso fue una cata, aterciopelado y pleno en boca.

—¡Venga! Que luego se nos echa el tiempo encima —animó él.

Por los ventanales abiertos al jardín, la luz del sol se colaba verde entre pucheros y comida, entre manos y quehaceres. Una brisa al punto de sal agitaba suavemente el perejil del pequeño jarrón, sobre el estante alto.

—Lava y corta las setas, hay que sofreírlas con un poquito de jerez. —Dijo él—. Yo me encargo de los espárragos y el horno.

En la fregadera de espaldas a su mirada se entretuvo en el tacto suave del agua que arrastraba la tierra escondida entre los pliegues de los hongos. Absorta.

—¿Qué haces? —dijo él

—Voy, voy, ¿las parto pequeñitas? —cerró el grifo, se secó deprisa las manos y se volvió hacia él solícita.

—¡Pues claro!, y espabila que estás un poco atontada —dijo él sonriendo

Se concentró en el trabajo, puso las setas en una sartén, las saló y las rehogó con aceite y un poco de jerez.

—No tapes la sartén que la lías —ordenó él

—No, no, descuida.

—Y cuando eches la nata, sólo cinco minutos al fuego antes de batirlo todo —le advirtió

No contestó. Respiró hondo. Los aromas poco a poco condimentaban el aire, el chisporroteo de la sartén la transportaba.

De pequeña, su madre le enseñó a cocinar su famosa lasaña. Se encerraban solas en la cocina. Troceaban, pelaban, cuchillos gigantes, salaban, freían, cazos, cazuelas, revolvían, cucharas de palo, ¡que salta!, tapaderas, ¡prueba!, ¡qué rico! Le decía: “En la cocina y en la mesa muévete siempre como una bailarina de ballet”. Y bailaban.

—Voy a hacer la salsa de tomate —dijo él sirviendo otras dos copas de vino—, tú pícame las cebollas. Ya sabes que odio que me lloren los ojos.

No le apetecía beber más. Él insistió. Qué raro, antes no le había parecido que el vino estuviera ácido.

Se secó con un trapo limpio tras enjuagarse los ojos y con la mirada aún turbia sacó la cazuela más grande para cocer las láminas de lasaña.

—Vete más allí, no ves que me quitas sitio. ¡Ay perdona! No quería empujarte, chata.

La cocina era grande. Dos encimeras, una de pared a pared donde estaba la fregadera grande junto al lavavajillas y la otra, una central, que formaba una T con la pared opuesta lindante con el comedor. Dos puertas batientes, una a cada lado la flanqueaban y comunicaban ambas estancias. En esta península estaba la placa de cuatro fuegos con su correspondiente campana extractora y una pequeña pila que albergaba un triturador para los desperdicios menores. Curiosamente aquí nunca habían podido bailar.

Le encantaba contemplar el agua cuando rompía a hervir, primero alguna intrépida burbuja, luego algún grupito mas y después el alboroto total. Deslizó una a una las láminas de lasaña en el agua hirviente que se ondulaban como rayas marinas libres en el océano.

—¡Otra vez ensimismada! ¡Que faltan los langostinos! ¡Si no estuviera yo en todo!

Encendió la plancha rápidamente, mientras retiraba la botella de vino ya prácticamente vacía.

Después, sacó la bandeja. De porcelana antigua, con un pequeño ramo de lilas en cada esquina, plana, rectangular, tenía las medidas perfectas para servir la lasaña. Había llegado a sus manos como el testigo en una carrera de relevos. De una a otra. Al acariciarla, evocó voces y risas de mujeres, mujeres de su familia trasteando felices en sus cocinas.

—¡Bueno, ya está! Sólo falta montarla y será mejor que lo haga yo. ¡Qué haces! ¡No pretenderás usar hoy también esa cursilada! ¡Bueno, bueno, qué vergüenza, a mi jefe y a su mujer les da algo, con lo que son! Saca la de acero inoxidable grande. Y vete a arreglarte anda, ¡que tienes unas pintas!

El beso del desagravio le supo a puro corcho.

Cuando escuchó el timbre ya estaba arreglada. Se miró en el espejo y se gustó. No solía pasarle. Mientras él salía a recibir a los invitados, se coló en la cocina. Los aromas de la lasaña se mezclaban con el recuerdo de los olores de cada uno de sus ingredientes, componiendo una atmósfera densa como la que se origina tras una explosión nuclear. Al mirar los cacharros esparcidos por todas partes, le pareció escuchar sonidos de freír y de cocer, de cortar y batir. Entonces se preguntó cómo sería cocinar sola. Sintió que subían por la escalera. Decidida tomó la fuente dónde se presentaba la cena y se acercó a la pila pequeña.

A la vez que inclinaba el recipiente, encendió el triturador. Con ayuda del palo de madera del almirez fue introduciendo poco a poco la lasaña en la boca voraz. Un sonido molar, junto al del chorro de agua empujando, acompañó la metálica digestión.

Ya estaban en el hall. Le vino a la cabeza esa primera burbuja, la intrépida. Y abrió la puerta.

 

Nota de autor:

Receta:

Falsa Lasaña

 

Sofríe las setas, añádeles sal y la copa de jerez, dejando que rehogue sin tapar hasta que estén bien hechas. Añade la nata líquida deja que cueza durante unos 5 minutos y pásalo por la batidora hasta que quede una crema fina.

En una fuente de horno coloca los espárragos y hornéalos a 180º durante unos 10 minutos.

Prepara una salsa con el tomate y la cebolla: pica la cebolla fina, pela los tomates, quita las pepitas y pícalos en pequeños dados. Sofríe en un poco de aceite de oliva primero la cebolla hasta que se dore y luego incorpora el tomate y sazona.

Cuece las láminas de lasaña según las indicaciones del paquete. Una vez cocidas escúrrelas bien, y fríelas en aceite de oliva muy caliente (ten cuidado porque si queda agua saltará el aceite).

Corta el roast beef en finas láminas. Si eliges el relleno de langostinos, prepáralos a la plancha.

Toma una lámina de lasaña, coloca 4 ó 5 espárragos verdes cubriéndolos con la crema de setas. Coloca otra lámina con unos 100 g de roast beef por persona o si es con langostinos con 5 ó 6 por persona. Coloca otra lámina y sobre ella pon el sofrito de tomate y cebollita.

Coloca otra lámina y sobre ella un poco de crema de setas y queso rallado. Si quieres ralla un poco de trufa y ponla encima del queso. Gratínalo un poco a horno fuerte hasta que se dore el queso.

 

Crisitina IricibarCristina Iricibar (Pamplona, 1960)

Desde que trasladó su residencia a San Sebastián, ha sido asidua asistente a talleres de escritura, participando en distintos encuentros y actividades literarias. Actualmente  prepara un libro de cuentos con intención mestiza entre su ocupación profesional, el interiorismo y la literatura. Precisamente con uno de ellos “Receta falsa”, ha ganado el XVIII Concurso de Relatos convocado por la asociación Esnatu de Loiola (San Sebastián).