"Hasta la publicación de sus 'Poemas del manicomio de Mondragón', Leopoldo María Panero visitaba zonas de riesgo poético. Nada era previsible en sus textos. Después, deteriorada la salud, encontró una fórmula eficaz para sobrevivir protegido por las palabras. Esto se sentía en el trato personal. Cuando lo visitaba, venía a mi encuentro sin que se supiera observado. Muchas veces lo vi caminar ensimismado por un jardín con suelo de gravilla, lejos del personaje construido entre todos. Luego pasaba horas exhibiendo ingenio, citas literarias, humor fino. También comunicaba una interminable lista de persecuciones padecidas. Creo que nos contemplaba desde esos falsos delirios. Cuando faltaba media hora para la despedida, se quitaba las máscaras, arrumbaba los juegos, y ahí surgía un hombre profundo, solitario, con temblores de abandono. Así regresaba el poeta verdadero".