Diario Vasco publica una entrevista con el escritor donostiarra con motivo de la publicación de Los invitados de la princesa.

Fernando Savater ha dado por acabada su dedicación al pensamiento filosófico y se ha rendido a la seducción irresistible de la ficción. Si había alguna duda para convencerle de su vocación literaria, los reconocimientos han terminado por persuadirle. El último de ellos es el premio Primavera de Novela por su obra 'Los invitados de la princesa' (Espasa), en la que arremete con humor contra todo lo que se mueve. Con espíritu satírico lanza sus invectivas contra el narcisismo de los intelectuales, la adoración de la gastronomía y el nacionalismo, entre otras cuestiones. Al tiempo que se narran las vicisitudes de un grupo de profesores enclaustrados por la erupción de un volcán, Savater engarza relatos breves a la manera de Bocaccio. El escritor toca muchos palos, desde el género fantástico a la historia de detectives. El profesor lanza sus dardos contra la elevación a los altares del quehacer culinario, lo que le parece una «imbecilidad».

Fernando Savater-Pone en boca de uno de sus personajes que los que leen por placer se han convertido en un público extinto. ¿Qué busca ahora el lector?

-Me asombra un poco ese aire tan funcional que tiene ahora leer. Todos leemos por necesidad de estudiar u obligarnos a conocer cosas, pero para mí prima el placer, el disfrute. Ahora la gente lee una novela para aprender cómo se vive en China en el siglo XII. La novela es otra cosa.

-En otro pasaje dice que los artilugios técnicos son en realidad tiranos que nos esclavizan. ¿Desconfía de la euforia tecnológica en que vivimos?

-Nos esclavizan en el sentido de que todo lo que nos es útil termina siendo imprescindible. Me encanta mi iPhone y estoy contentísimo con él, pero como se me rompa me siento desvalido. Antes, cuando no lo tenía, no lo echaba de menos.

-En un diálogo de su novela alguien dice: «el ejercicio físico aburre, cansa, embrutece, roba fuerzas». ¿El deporte es una nueva religión?

-La parte embrutecedora del deporte ocurre cuando se convierte en un nuevo opio del pueblo, por decirlo con un poco de truculencia. El hecho de que los periódicos serios abran el lunes con una fotografía del partido del domingo es un poco preocupante, sobre todo cuando hay noticias más interesantes. No está mal hacer ejercicio. Si bien es cierto que para algunos el exceso de ejercicio se convierte en sustitutorio de todo lo demás, de leer o escuchar música.

-Carga las tintas contra la adoración de la gastronomía.

-Esta especie de 'gastrolatría' que equipara a un cocinero con un nuevo Leonardo da Vinci me parece una imbecilidad. El placer de comer se ha tornado en una especie de religión, de arte, de algo sublime, de manera que toda la cursilería de la vida se proyecta en un plato de sopa.

-¿Quién ha cultivado con más acierto el humor en las letras españolas?

-España tiene una larga tradición de humoristas malhumorados. Muchos de ellos son muy feroces. Han cultivado no un humor festivo, sino cruel. Quevedo es un humorista acerbo. El retrato que hace Cervantes del Quijote es cruel. El humor festivo y divertido quizá es más propio del siglo XX; es raro en España, aunque un exponente de él lo encarna Eduardo Mendoza.

-¿Está más cerca del humor español o del inglés?

-Yo entronco más con la tradición británica. Salvando la diferencia de talento, sería un Chesterton. Los relatos del padre Brown no son falsos cuentos policíacos, son tan verdaderos como los de Conan Doyle, pero a la vez tienen un tono de comicidad y de parábola. Las historias de este libro pertenecen realmente al género al que tratan de adscribirse: fantástico, de terror, policíaco.

-¿El humor ha sido usurpado por los chistosos?

-Cuando a mi protagonista le proponen ir a escuchar a un chistoso de estos que hacen parodias de políticos, el hombre prefiere quedarse en casa. El humorista paródico, el chistoso de garrotazo y tentetieso me resulta bastante espeluznante. Me quedé, si no en Tip y Coll, en Martes y Trece; a partir de ahí ya no he vuelto a reírme con nadie.

-¿Cómo se define: epicúreo o estoico?

-Son las dos formas de sabiduría vitales y no están tan opuestas. Séneca, que era más estoico, tenía un lado epicúreo. Creo que se pueden combinar ambas cosas. He sido muy epicúreo en mi vida, pero los años le van volviendo a uno estoico de forma obligatoria. Cuando ya se tiene cierta edad, la forma de disfrutar es el aguante.

-¿No están exigiendo a los españoles dosis insoportables de estoicismo?

-Es verdad que la situación es muy agobiante. No entiendo nada de economía, pero me asusta la idea de que las protecciones, garantías y derechos laborales que se están perdiendo sean irrecuperables. Cuando volvamos a estar bien, ¿los bancos, a los que tanto se ha ayudado, van a repartir beneficios entre la población?

-Sin quitar gravedad a la crisis, ¿no le cansan las profecías apocalípticas?

-Algún amigo, cuando le dejé la novela, me preguntó cómo me atrevía a hacer chistes en esta época. Pero ¿en qué periodo de la historia no ha habido atrocidades, enfermedades y amenazas? Uno siempre busca su contento a pesar de las circunstancias, lo cual no quiere decir que haya que olvidarse de los problemas del mundo. Desde un punto de vista pragmático no me parece que deprimir a una población ya muy deprimida sea la mejor política.

-¿Por qué narra a la manera de Bocaccio, encadenando cuentos?

-Escribir historias breves me daba la posibilidad de contar cosas que a mí me parecían de sustancia. Me aburre mucho escribir esos capítulos que solo sirven para dar paso unos a otros. Borges decía que Proust tenía páginas ante las que uno se resigna como a lo aburrido y rutinario de cada día. Como escritor me resisto a esas páginas de relleno.

-¿Ahora le agrada más la ficción que el pensamiento?

-Sí. Mi periodo académico y filosófico lo doy por cerrado. Para bien o para mal las cosas que podía decir ya están dichas. Y ahora lo que me quede de tiempo me gustaría dedicarlo a escribir ficción.