SE cuenta en la red que un viejo cherokee le habló a su nieto sobre la batalla que se da en el interior de las personas, y uno se atreve a decir que en el interior de los pueblos. El anciano le dijo: "Hijo mío, la batalla es entre dos lobos dentro de nosotros. Uno es malvado, es ira, envidia, celos, tristeza, pesar, avaricia, arrogancia, autocompasión, culpa, resentimiento, inferioridad, mentiras, falso orgullo, superioridad y ego. El otro es bueno, es alegría, amor, paz, esperanza, serenidad, humildad, bondad, benevolencia, empatía, generosidad, verdad, compasión y fe". Parece que el nieto se quedó pensativo y a continuación preguntó al abuelo: "¿Qué lobo gana?".

Y es que en estas cuestiones constantemente estamos preguntándonos quién gana. ¿Pero es que puede haber vencedores y vencidos en una situación duradera en la que existe violencia? En una agresión violenta siempre hay víctimas. Además, en nuestro interior, en el interior de los pueblos, no existen lobos exclusivamente buenos y lobos exclusivamente malvados. Y un hecho histórico, como el esperado anuncio de la desaparición de ETA, es un gran motivo de esperanza para nuestro pueblo, pero se encuentra dentro de un proceso histórico en cuyo desarrollo podemos preguntarnos si la desaparición de la organización terrorista equivale al final de la violencia en Euskal Herria. Eso no quiere decir que hablar del final de la violencia no es necesario, porque es una obligación y un desafío, pero sobre todo es un sueño.

Hay quien se pregunta, como parte de ese desafío, si es posible vencer la violencia. Mientras nos hacemos esta pregunta, vemos en nuestras pantallas de televisión a Gadafi capturado y después su cadáver. Representantes de la democracia muestran sin ningún disimulo su alegría ante esta muerte. ¿Hemos vencido así la violencia? Sabemos que hay causas justas y que la defensa de los derechos de las personas y de los pueblos es el gran desafío y la gran obligación, pero si dejamos de soñar y suprimimos el derecho a la vida, o justificamos su conculcación, como ha sucedido en demasiadas ocasiones en Euskal Herria, somos cómplices de la situación. Nos gusta hablar de Luther King y de Gandhi, pero en realidad no vinculamos su sueño con una acción posible y seguimos considerando la no-violencia como algo pasivo y de gente cobarde, cuando es precisamente su mezcla de ética, utopía y acción lo que fundamental en su estilo de lucha.

Cuando una intervención policial o judicial no es exquisita, o cuando cerramos los ojos ante la violencia y la destrucción, porque también la violencia del silencio, la indiferencia y la ceguera genera más violencia, como sucede en la violencia de género; cegamos la capacidad de discernimiento y la conciencia ética muere. Quizá es necesario plantearnos cuál de los aspectos del lobo bueno o del malvado se encuentran en nuestro interior incluso a la hora de analizar lo que algunas personas llaman el fin de la violencia. Porque la violencia no puede ser vencida.

Es necesario preguntarse si nos dejamos vencer por el mal, incluso a la hora de analizar una situación o de terminar con ella. La Segunda Guerra Mundial no se debió a las condiciones excesivas que se puso a los vencidos en la Primera Gran Guerra, pero no se puede descartar su influencia. ¿Podemos aprender algo de ello? Las heridas de la Guerra Civil española no se cierran con la recuperación de la memoria histórica, pero rememorar a las víctimas y sacar a plena luz el sufrimiento que no sólo se produce en el momento de una muerte, sino que tiene secuelas incurables que sólo quien las vive es capaz de entender, es un hecho de justicia.

Las víctimas no pueden imponer las condiciones para la paz, pero la paz pasa por el reconocimiento de todas las víctimas. El horror vivido en nuestro pueblo no debe hacernos olvidar que el planteamiento de que una posible independencia sea totalitaria o no depende de la manera de afrontar la violencia, de atender a las víctimas en ese exceso de sufrimiento que ha existido. De la misma manera, la credibilidad de un Estado democrático depende también de la manera de abordar cualquier problema, incluido el de la posible independencia de un territorio.

Quien sigue soñando no tiene más remedio que plantear que la revolución que necesitamos es la de la no violencia. En el día después, y en el día anterior, educa toda la tribu. Las palabras, los gestos, las costumbres, la manera de actuar de los partidos, la universidad, la familia, la escuela, la Iglesia, los medios de comunicación, contribuyen de manera fundamental a dibujar el futuro. Y es que, a pesar de todo el oscuro panorama, ha habido muchas personas que se han dejado la piel en el proceso de pacificación.

Al final, nos queda por preguntar qué le respondió el viejo cherokee a su nieto. "¿Qué lobo gana? Pues aquel al que tu alimentes". Y esa es la tarea.

Aparecido en el Deia el 25 de octubre de 2011.