Adiós. Agur. Se acabó. Todo termina, amigos. Admitámoslo: ¡Lo hemos pasado de miedo y si estas fiestas no existieran deberían inventarse, porque son estupendas! Y al acabar la Aste Nagusia muchos sentimos la tentación de dejarnos embargar por la nostalgia -no sólo van a embargarnos los bancos, ¿no?-, pero debemos sobreponernos y buscar otro final, a poder ser menos lacrimógeno que un bolero de Dyango.

Ha sido una semana larga. Hemos hecho "¡Ohhh!" ante las palmeras de los fuegos; nos han dado escobazos en el tren de las barracas; hemos comido con la ansiedad de un condenado en el corredor de la muerte; hemos reído en el teatro y con los amigos, y hemos sacado el abanico y el paraguas varias veces. Y, entre tantas emociones, también hemos añorado mucho a quienes ya no están haciendo el tonto con nosotros.

Las fiestas han sido pacíficas y amables. Y hemos comprobado un año más que nuestros mejores rituales se siguen desarrollando como en las series de televisión inglesas, arriba y abajo. Arriba, en Abando e Indautxu, claro. Abajo, en El Arenal y aledaños. Por medio están Ledesma, Pozas, García Rivero, los Jardines de Albia, Pío Baroja, donde también podríamos decir, como el poeta: "Confieso que he bebido".

Han pasado muchas cosas. Hemos hecho amigos nuevos y hemos recuperado otros que hacía tiempo no veíamos. Hemos asistido al cambio de indumentaria de los hombres maduritos en ciertas terrazas. Antes vestían tan sobrios que parecían invisibles y ahora van como pavos reales. ¡Qué pantalones fucsias, qué camisas turquesas, qué rayas, qué cuadros, qué náuticos! ¡Ni Matisse, en su etapa más fauvista, se hubiera atrevido a tanto! Pero tampoco en las txosnas se andan con bobadas: por allí se ven ángeles con alas, guerreros interestelares, romanos, grouchos, boas de plumas, pelucas Marilyn...

Como dicen en los culebrones: fue lindo mientras duró. Ahora toca resignarnos y empezar la temporada como Dios manda: coleccionando chorradas, como cada septiembre. Yo ya me he apuntado a la promoción de casitas de muñecas: por 2,95 euros dan el fascículo y un minibidet precioso. ¡El que no se consuela es porque no quiere!

Aparecido el 29 de agosto en la edición vasca de El País.