Leyendo El Correo de hoy me topo con un artículo de Juan Bas francamente bien llevado. Y he pensado en recuperar un texto publicado en escritores vascos sobre —entre otras cosas— el cierre de CNN+ y enlazarlo con el de Bas y titulado 'Decadencia'. Ahí van ambos:

 

En fin...

Y es que uno no se puede aguantar. Porque tras una Navidad de excesos, sale a la calle, revisa los diarios digitales y se entera de que han chapado CNN+ por no sé que acuerdo entre dos cadenas de televisión, y que en el cambio se van a traer un programa de 24 horas en el que podamos ver a doce anormales pelando la pava, diciendo tacos, soltando eructos o rascándose el culo. Toma interés público. Si es que el periodismo está de capa caída, y más cuando quien manda es el dinero. En este proceso de luto me entero de que ha muerto a los 63 años Luis Mariñas; que podía gustarte o no como presentador, pero nos acompañó durante años en nuestras siestas delante de los telediarios. Aparte de moderar algunos debates de altura o ejercer de buen periodista. Que es lo que cada vez echo más de menos. Porque ahora, lo que se dice hoy en día, el periodismo se ha convertido en un "a ver qul cuento que le guste al medio". O en un poner el micrófono para ver qué nos dice el político de turno (que como es sabido, no dicen más que tonterías). La última: la de la pelea por si fue o no fue gente en el metro de Bilbao en Nochebuena. Hay quien calculó el número de viajeros asomándose por la ventana (en vez de cenar en familia); hay quien valoró muy caro el servicio porque lo planteó un partido diferente al suyo; hay quien piensa que por qué abrir un servicio público para un grupo de borrachos (casi mejor que se estampen con sus coches); y hay quien francamente debería estar calladito. Sobre todo si sólo coge el metro o el autobús en elecciones o para inaugurar una línea. (Alex Oviedo).

Decadencia

En la fría y esquemática película 'Ágora', de Alejandro Amenábar, se edulcora y desdibuja cómo fue en realidad la espantosa muerte de la astróloga y matemática Hipatia de Alejandría. Edward Gibbon, en su espléndida obra 'Historia y decadencia del Imperio Romano', parece ser que se ajusta a la verdad histórica. Refiere Gibbon que Hipatia fue acorralada en el ágora, el lugar en el que disertaba e impartía clases a sus alumnos, por un grupo de fanáticos religiosos -el integrismo de la época-. Los oscurantistas, haciendo gala de un odio y una violencia extremas, descuartizaron viva a Hipatia con sus propias manos. No contentos con haber apagado su luminosa mente y haber congelado los conocimientos que albergaba, parece que buscaban la brutal metáfora de borrar también su presencia física totalmente, desmenuzando su cuerpo. Ya que, tras el descuartizamiento, rasparon «la carne de sus huesos con cantos agudos de conchas de ostras» hasta dejar mondo su roto esqueleto.

Salvando las distancias -ya saben que tengo la desequilibrada tendencia de pasar de la tragedia al esperpento sin transición-, un traumático descubrimiento televisivo reciente me hizo recordar la destrucción de Hipatia, su desvanecimiento, la sustitución de la cultura por la barbarie, expresada en el caso actual por la más degradante y vacua imbecilidad.

Había leído que desaparecía un conocido canal temático de noticias porque iba a ser absorbido por el más poderoso canal especializado en programas basura. Pero se me había olvidado. Y el otro día, al pulsar en el mando el número de ese canal, me encontré que el lugar de los informativos, las entrevistas y los debates había sido ocupado por un grupo de muchachos con cara de tontos y la elocuencia del babuino, que hacían y decían pendejadas. Me impresionó sobremanera uno de ellos, que acentuaba su faz de lerdo y el gesto de boca entreabierta en plan trampa para moscas con una gorra para macrocéfalos colocada con la visera medio hacia atrás. Acojonante. El rebuscamiento de no solo soy idiota, sino que voy a parecerlo inequívocamente, a distancia, como con banderola de señalización.

El logotipo del canal habitual de noticias ya no estaba, se había transformado en otro que representaba un ojo rojo, no sé si de lente de cámara o de ojete irritado -quizá una declaración de intenciones hacia el espectador: os lo vamos a dejar como la bandera de Japón- con las letras 'GH' y el dígito '24'. Veinticuatro horas de completa información periodística y análisis sociales y políticos -dignos, profesionales, no sonrojantes como los de los obsesivos canalillos integristas- sustituidos por veinticuatro horas de minucioso elogio de la ignorancia, culto a la fealdad e insulto a la inteligencia. Una ventana abierta, todo el tiempo, sin descanso, a la contemplación de la nada. Qué vergüenza, qué lástima y qué tiempo de decadencia. (Juan Bas).