'Radio París' (29 abril)
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- Escrito por Francisco Javier Irazoki
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
Tiene un apellido ideal para dormir a la intemperie. Sin embargo, nacido en Kiev, descendiente de inmigrantes polacos, Sigismund Krzyzanowski pasó la mayor parte de su vida recluido en una habitación de Moscú. En el espacio de apenas ocho metros cuadrados concentró mayor libertad que la dispersada en todo su país sometido a la dictadura. No le permitieron editar más que una obra dramática y algunos artículos menores. Para silenciar definitivamente al creador insumiso, sólo faltaba la intervención de Gorki, que entonces era el padre sin coraje de la propaganda soviética. Por supuesto, Gorki no tardó en anularlo socialmente con varias frases de infamia sutil, y a Krzyzanowski le bastaron treinta palabras para resumir la tiranía: “Era como si todos nosotros, los que nos habíamos quedado aquí, nos hubiéramos instalado en un enorme edificio de gruesos muros, decorado por fuera con hileras de falsas ventanas ciegas”. Los críticos literarios franceses lo consideran el eslabón perdido entre Kafka y Borges, y en España la editorial Siruela ha publicado, con análisis exactos de Jesús García Gabaldón, el conjunto de relatos La nieve roja. Sigismund Krzyzanowski murió en 1950. Fue enterrado bajo una nieve densa que borraba los caminos y nadie sabe ahora dónde se encuentra su tumba. Opino que existe una búsqueda prioritaria: ningún amante de la mejor narrativa debería ignorar el placer de las páginas escritas por un artista desobediente.
Artículo aparecido en El Cultural de El Mundo.
'Salir y entrar'
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- Escrito por Mila Beldarrain
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
Hoy es innegable que, en el mundo occidental, cualquier mujer con una preparación puede aspirar a ocupar un puesto de responsabilidad y alcanzar igualmente las metas que se proponga. En este sentido, podemos decir que el siglo XX consolidó de algún modo la puesta de largo de la mujer en sociedad, poniendo así punto final a siglos y siglos en los que nuestro destino era únicamente la procreación o el convento. Sin embargo un acontecimiento cultural me ha hecho reflexionar sobre este tema. Desde el 8 de marzo hasta el 5 de junio, el museo Thyssen-Bornemisza, en colaboración con la Fundación Caja Madrid, acoge una exposición, que bajo el título de 'Heroínas', muestra una colección de pintura que quiere representar a la mujer fuerte, creadora, en definitiva, activa y desafiante, de diferentes épocas de la historia, aunque ciertamente no fuese esa la intención de sus autores. Las obras expuestas son muy bellas y fueron creadas en su mayoría por pintores varones, que, como es lógico, muestran a la mujer desde su particular visión y posición, es decir, eternizan la delicadeza o la fuerza o el erotismo de unas señoras a las que contemplan con curiosidad y pasión, a sabiendas de que constituyen un mundo aparte y mágico, a sabiendas de que son las florecillas que adornan la sociedad con letras mayúsculas regida por ellos. La exposición, aparte de su calidad, es actual y necesaria, lo que, paradójicamente y a mi entender, significa que todavía, a día de hoy, pesa la historia que queremos dejar atrás. Y reflexionando y reflexionando, he llegado a la conclusión de que las mujeres hemos pasado de ser sumisas esposas y madres a tener como único modelo vital el éxito personal. Y otra vez estamos atrapadas en una sutil tela de araña. Y es que, aunque nosotras sabemos que ambos objetivos, trabajo y maternidad, no son excluyentes, al menos no lo son para nuestros compañeros varones, sí lo son para nosotras. Así, cuando optamos por la realización profesional nos sentimos culpables por descuidar nuestras obligaciones familiares, que siguen siendo solo nuestras; cuando decidimos olvidarnos de lo que queremos y centrarnos en el hogar, nos sentimos vacías, explotadas por la familia, seres invisibles. ¿Qué está pasando? Pues algo muy sencillo, que nosotras hemos salido de casa pero nuestros maridos, compañeros o como les quieran llamar, todavía no han entrado. Nuestros hombres es verdad que ponen pañales y hasta pueden preparar la cena, pero el sentimiento profundo de que la atención a la familia es solo nuestra no ha desaparecido. Y las cosas así se nos ponen muy difíciles.
Artículo aparecido el 29 de abril en El Correo.
'Vías cruzadas'
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- Escrito por Luisa Etxenike
- Categoría de nivel principal o raíz: Colaboraciones
La delegación donostiarra se ha desplazado a Madrid en tren para presentar el proyecto final de la candidatura de San Sebastián a la capitalidad cultural europea en 2016. Se ha elegido el tren como un símbolo del compromiso de la ciudad con un modelo de vida sostenible. Mientras ese tren viajaba hacia esa posibilidad ilusionante, otros trenes también eran noticia, pero de un orden y un tono muy distintos. Me refiero a los trenes que transportaban inmigrantes norteafricanos desde Italia y que en ese mismo momento permanecían retenidos por las autoridades francesas en la frontera. Creo que es útil considerar mezcladamente ambas noticias. Permite representarse las tensiones en las que vive Europa, y a partir de ahí las responsabilidades o las ambiciones que de un modo u otro pueden reconocerse en su cultura. O tal vez hay que decir "deben" reconocerse, porque ¿hasta qué punto una cultura digna de ese nombre puede dejar de plantearse los mismos retos que plantea la vida?
El proyecto de la candidatura de San Sebastián -Olas de energía ciudadana. Cultura para la convivencia- va en esa línea de proponer para la cultura un campo de acción donde lo estético y lo ético tengan la oportunidad de relacionarse, de reconocerse, de, podríamos decir, mirarse a la cara. Se trata de una ambición de calado que exige apuestas culturales decididas -cultura es creación mucho más que contemplación- y algunos deslindes. No insistiré en esta ocasión en que me parece imprescindible separar, en lo fundamental, la visión amateurista de la artista, y la cultura, del entretenimiento; incluso abordar la cultura (lo que hace pensar) como lo contrario del entretenimiento (lo que interrumpe o bloquea el pensamiento). No voy a insistir hoy en que presentar, como sucede demasiado a menudo, la cultura como una actividad de tiempo libre reduce seriamente las posibilidades de considerarla y convertirla en la actividad que nos hace libres todo el tiempo. No voy a detenerme ahora en ese punto, porque quisiera centrarme en los trenes.
La historia europea reciente está ligada a los trenes con una intimidad y una significación al límite. Las imágenes más estremecedoras, más demoledoras, de nuestro siglo XX tienen como escenario una estación. Los europeos tenemos la memoria y el imaginario -infinidad de obras de arte han contribuido a cimentarlo- llenos de estaciones, de andenes abarrotados de personas maltratadas, empujadas por la barbarie hacia la deportación y el exterminio. Los europeos tenemos la responsabilidad ética llena de andenes. Pienso que cualquier proyecto de cultura debe tenerlo presente. Y ahora mismo, en esta coincidencia de noticias, cruzar los itinerarios de todos los trenes: el de la capitalidad y el de los inmigrantes; el que lleva alegría y el que carga sufrimiento; el que aspira a más riqueza y el que escapa de la pobreza. Creo que sólo hay cultura, que sólo habrá Europa, en una convicción de vidas-vías cruzadas.
Artículo aparecido en la edición para el País Vasco de El País.
Cuadernos Oxford (abril)
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- Escrito por Pedro Tellería
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Gracias a un puesto callejero he llegado a Jarosław Iwaszkiewicz, un escritor polaco poco conocido en lengua castellana. Nacido en 1894 y fallecido en 1980, Iwaszkiewicz fue narrador, poeta, dramaturgo y político. Escribió, entre otras obras, Las señoritas de Wilko y El bosque de los abedules, que la extinta colección Narradores de Hoy (de la también desaparecida Bruguera) publicó en un solo volumen a comienzos de los años ochenta.
Ambas novelas cortas, llevadas al cine por Andrej Wajda, se ambientan a comienzos de siglo en medio del paisaje rural polaco. Las dos, además, tienen como protagonistas a dos personajes típicos de la novela europea de aquellos tiempos: seres decadentes y posrománticos incapaces de gobernar con arrojo sus vidas y tiernamente ambiguos en cada una de sus acciones y sentimientos. Así, si Wiktor es un tipo que rondando los cuarenta regresa a su pueblo de origen para revivir su juventud rodeado de las amables, hospitalarias y atrayentes hermanas Wilko, en El bosque… encontramos a un hombre desahuciado que resuelve compartir con su lúgubre hermano viudo y su sobrina las últimas semanas de vida.
En JI hay sicología, ambigüedad extrema en los motivos y un paisajismo que ya por entonces estaba en trance de desaparición ante el deslumbramiento que tantos escritores sintieron por la ciudad. En una y otra novelas hay todavía coches de caballos, bosques interminables y barro en las botas. Hay también casas de campo, aires de decadencia y frustraciones que se disfrazan. Quedan en estas novelas, como quedó en el arte de Zweig, Mann, Marai y otros centroeuropeos cuya estética burguesa se estiró hasta bien entrado el siglo XX, una mirada y unas voces prácticamente desterradas de la literatura. Búsquenlo, hasta donde sé, en librerías de viejo y rastrillos solidarios.
Aparecido en la revista Luke del mes de abril.
'Incidente iceberg'
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- Escrito por Luisa Etxenike
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Es famosa la "técnica del iceberg" que Hemingway aplicaba a su escritura. Se trataba de dejar asomar sólo una pequeña porción del relato, aquella capaz de condensar el sentido y de sugerir el resto, de clarearlo, de hacerlo avanzar, como sucede con esos colosales bloques de hielo, por debajo de la superficie de lo dicho, en ausencias.
Dos presuntos miembros de ETA disparan contra unos gendarmes franceses, hiriendo a uno de ellos, y Bildu califica el hecho de "incidente". Y esta calificación tiene, a mi juicio, la tracción expresiva de la punta de un iceberg que clarea por debajo un mundo democrático aún de hielo. Porque por poco hábito que se tenga de condenar la violencia terrorista (parece evidente que no son ni EA ni Alternatiba los inspiradores del concepto incidental), por poca soltura que se tenga en esa materia, llamar "incidente" a un tiroteo de carga mortal clarea un paisaje interior no precisamente de los más democráticos, de los más apegados a las reglas e instituciones del Estado de Derecho, y desde luego, nada compasivo.
Esa primera declaración de Bildu ha provocado, como es natural, la oposición del resto de las formaciones políticas y ha sido, por ello, seguida de nuevas declaraciones y recalificaciones del tiroteo por parte de la izquierda abertzale, hasta que su rechazo de lo sucedido ha alcanzado una especie de línea de flotación democrática o, si se prefiere, el nivel discursivo de lo democráticamente correcto. Pero estos malabarismos lingüísticos de la izquierda abertzale, este ir tanteando la fórmula de rechazo de la violencia más adaptada a las exigencias o circunstancias puntuales, este irle añadiendo a su oposición al terrorismo peso en gramos, como para no pasarse ni un pelo de lo necesario para cubrir el expediente del momento; estos malabarismos lingüísticos resultan, en mi opinión, otra expresiva punta de iceberg, que dice mucho de lo que aún queda por debajo, de lo que aún falta por dentro en términos de convicción democrática, de empatía social, de responsabilidad política con el pasado -con lo hecho hasta ahora- y con el futuro.
Con el futuro por ejemplo, y por ir más lejos, de todos esos jóvenes vascos (un 30%, de acuerdo con las encuestas realizadas) a los que durante decenios la izquierda abertzale ha convencido de la inevitabilidad, la pertinencia o la legitimidad de la violencia; y a los que ahora hay que "desconvencer", que recuperar para lo contrario, para una convivencia de tolerancia, empatía y alegría (no ha debido de haberla a toneladas en ese mundo de violencias, recelos y exclusiones; de locales oscuros, adoctrinados) democráticas. Se trata de una tarea colosal y primordial en Euskadi, y que va a exigir el esfuerzo y el apoyo de la sociedad en su conjunto. Y desde luego, de la izquierda abertzale -cuya responsabilidad en el asunto entiendo que es muy particular- mucho más que palabras incidental y oportunamente calculadas.
Artículo aparecido el 18 de abril en la edición vasca de El País.