A pesar de que llevo algún tiempo residiendo en Madrid, en la calle Postigo de San Martín, junto al convento de las Descalzas, hasta hace poco no me he enterado de que los hermanos Baroja, Pío y Ricardo, habían vivido en los últimos años del siglo XIX y principios del XX, muy cerca de mi casa, en la calle Misericordia, hoy Maestro Victoria, en el edificio Capellanes, ya desaparecido. Por una ventana de la casa que da al jardín del convento, aun puedo ver paseando, entre rosales, naranjos y  limoneros de un cuidado huerto, a monjas, las pocas que aun quedan, con su devocionario; una estampa idílica a la vez que incongruente en nuestros días en pleno corazón de Madrid, donde se junta todo el emporio comercial y consumista. Todos los antiguos edificios  contiguos al huerto apenas tienen ventanas y las que hay son de un tamaño tan pequeño  que por su vano apenas puede asomarse una cabeza. Eso demuestra que las Descalzas Reales, antiguo convento de clausura, intentaba de esa manera guardar a las monjas de las miradas del mundo, sobre todo a la de los vecinos.

En la época en que los hermanos Baroja se trasladaron a Madrid desde el País Vasco, don Pío regentaba la panadería de su tía, situada en los bajos de Capellanes en la antigua calle Misericordia. Habitando la familia en el mismo edificio, Ricardo instaló en la buhardilla de la vivienda familiar un taller de grabado. Puedo imaginarme a los hermanos Baroja espiando a las novicias, un panorama similar al que yo contemplo desde la ventana de mi dormitorio. Si hubiese nacido un siglo y pico antes estoy casi segura que nos hubiésemos saludado con la mano de una ventana a otra.

El edificio de Capellanes donde habitaban los Baroja inspiró a Pío la novela “La casa del crimen”, pues parece ser que allí se cometió un crimen horrendo. He aquí la descripción acerca del edificio, con la que da comienzo la novela: “La casa de los capellanes de las Descalzas Reales de Madrid, aunque por dentro era folletinesca, melodramática y de capa y espada, por fuera era una casona grande, ancha y de buen aspecto. Estaba contigua a la iglesia y hacía esquina a dos calles: la de la Misericordia, calle muy corta, puesto que no tenía más que un número por un lado y ninguno por el otro, y la de Capellanes, que baja desde la calle Preciados a la plaza de Celenque.”

Esas fantasías mías de mi vecindad y trato con los hermanos Baroja, no tienen nada de extraño; desde adolescente, fui una ferviente devoradora de las novelas de Pío Baroja. Puedo decir que crecí con “Zalacaín el aventurero”, “ Las aventuras de Shanti Andía” y “La dama de Urtubi”, y que, gracias a don Pío, descubrí el apasionante mundo de los libros, me aficioné a la literatura dentro de ese ambiente íntimo, norteño y gris en que se desarrolló mi infancia y juventud. Recuerdo que me llevaba durante el verano sus novelas a la playa de la Concha. Más tarde, cuando comencé a dibujar y pintar, descubrí a Ricardo. Ricardo, el pintor costumbrista influenciado por los impresionistas, me pareció bueno e interesante. También me enteré que Ricardo había sido un escritor notable y como no había leído nada de él, conseguí en una librería de viejo “La nao capitana”, Premio Nacional de Literatura del año 1935, una novela de aventuras con claras influencias de su hermano, que sin embargo no dejó de entusiasmarme.

Siendo Ricardo un buen pintor, me gusta más como grabador; tienen sus aguafuertes una fuerza y un vigor fuera de los corriente. Ricardo, como el mismo confiesa, se sintió influido por Goya. Hay uno que destaca entre todos: “Asfaltadores en la Puerta del Sol”, en el que usó la técnica del aguatinta con polvo de resina. Ricardo Baroja ilustrador es como una prolongación del Ricardo grabador. En las magníficas ilustraciones para “Las aventuras de Shanti Andía” y “Zalacaín el aventurero” utiliza la técnica del aguafuerte sobre plancha de cobre. Las más logradas son las de tema marinero. Es sabido tanto él como Pio se sentían fuertemente atraídos por el mar y los temas marinos.

Son también famosos sus “croquis” madrileños de corte costumbrista. El mismo Ricardo se definió como pintor y dibujante callejero, y daba a entender cual era su predilección en su forma de trabajar -así como en los temas de sus óleos y sus aguafuertes- el de un pintor ambulante que recorre calles y plazas tomando apuntes de todo lo que ve. En don Pío, esas visiones callejeras que compartía con su hermano, se hace patente en sus relatos de ambiente madrileño. El conjunto de cuentos “Vidas sombrías”, no es más que una mirada hacía las pobres gentes de aquel Madrid paupérrimo y miserable, y se refuerza en su magnífica trilogía “La lucha por la vida”

En el año 1931, en plena República, Ricardo Baroja perdió un ojo en un accidente de automóvil cuando volvía de un mitin político. Más tarde la guerra le sorprendió en Vera de Bidasoa, donde pasaba el verano en la casa familiar de Itzea. Fueron años duros y luctuosos para la familia Baroja. Ricardo aislado en Vera y Pío obligado a exiliarse, sobreviviendo en París como podía colaborando en diferentes periódicos. De todos los hermanos, Ricardo fue el único que tuvo la suerte de morir en Itzea  -Pío murió años más tarde en la casa familiar de Madrid- y de reposar en la tierra junto a sus padres, recibiendo la caricia del tibio sol de primavera y el viento del otoño, cuando se doran los helechos y pasan, año tras año, las palomas camino de Etxalar.

(foto: Nicolas Müller. Madrid, 1950)