Kapuściński, testigo del fin del colonialismo en África

La primera incursión del escritor y reportero en África se produjo entre diciembre de 1959 y enero de 1960. Su base era entonces Ghana, aunque visitó además Dahomey (actual Benín) y Níger.

En esos años compaginaba sus viajes con su trabajo para Política (Polityka), para la que recorría la provincia polaca escribiendo también reportajes. Esta concomitancia le ayuda a mirar con otra perspectiva a su propio país, encontrar lo que éste tiene de sorprendente e insólito. De hecho, su obra es testimonio de un curioso trasvase, de un contraste buscado para encontrar una nueva óptica: Kapuściński nos muestra lo extraordinario de su entorno y la rutina en culturas ajenas.

Esta paradoja se pone de manifiesto en las referencias a Polonia que salpican su obra, que a medida que viaja es comparada con distintos países de diferentes continentes. Aunque esta operación se hace explícita en su primer libro, La jungla polaca (1962) subtitulada Historias aventureras (Historii przygodne). Un motivo que le induce a adoptar esta perspectiva es la conciencia de su público. El lector modelo que tiene en mente Kapuściński es polaco hasta la segunda mitad de los ochenta del siglo veinte. Y si pensamos en sus grandes obras, hasta principios de los noventa con la redacción de El Imperio.

Retomando la hipótesis de que la fama del escritor y reportero se debe a su capacidad para generar controversia, de estas mismas fechas data la siguiente polémica: a raíz de la publicación de El tieso, uno de los mejores reportajes de los que conforman La jungla polaca, el director de teatro Bohdan Drozdowski decide hacer una adaptación del mismo que titula El cortejo fúnebre  (Kondukt). Kapuściński respalda en un principio el proyecto, que luego le produce rechazo y acaba denunciando al director por plagio. La acusación es grave y se crea una comisión que falla a favor de Drozdowski, al que no se le exige ningún tipo de reparación.

Como se puede fácilmente deducir, Drozdowski trata al reportaje como a un texto prosaico sin mucha entidad, como lo puede ser una noticia de sucesos, que puede ser reutilizado como argumento literario o cinematográfico; Kapuściński, sin embargo, tiene conciencia de autor porque considera al reportaje como un arte, un texto concienzudamente elaborado por quien lo suscribe, que no debe ser ignorado.

La obra de Kapuściński es como una pirámide escalonada de peldaños superpuestos. Así, sus viajes iniciáticos al Asia milenaria fueron una escuela para manejarse en culturas muy distintas en las que la barrera lingüística es casi insalvable. Además, la lejanía aumenta los imprevistos del viaje, pero el periodista convierte las dificultades en oportunidades: sea para conocer nuevos parajes, sea para salpimentar sus reportajes. Otra reflexión que hace es la importancia de la preparación, de la lectura previa a la investigación en el terreno, para poder penetrar en otras civilizaciones. 

Gracias a estas experiencias el reportero sabe manejarse en África. ¿Pero cuál es ahora el reto, y cuál la conclusión extraída?

Ahora Kapuściński es el corresponsal de la PAP para todo el continente, una tarea que asusta por su envergadura y por la escasez de los medios. Pero el reportero no deja que las circunstancias lo abrumen: la magnitud de la tarea le sirve de acicate para estar constantemente viajando de un país a otro. La actividad incesante alivia el peso de la soledad, haciendo más difícil sentir la nostalgia y la carga de la rutina.

El periodista polaco actúa por libre y se vuelve más osado: de esa manera logra la exclusiva mundial del golpe de Estado en Zanzíbar en enero de 1964. Ya que el azar le ha enviado a África en pleno ocaso del colonialismo, es consciente de que la Historia avanza ante sus ojos, y que la puede narrar in statu nascendi. El periodismo, si capta el presente, puede quedar como testimonio de incalculable valor, además de ser un avance del porvenir. La disciplina que estudió en la universidad es compatible con el oficio que aprende a medida que ejerce.

Semejante vida es agotadora, y la salud del reportero está a punto de quebrarse. Así, cuando contrae la malaria cerebral, comprende que un último sacrificio evitará que le convenzan para abandonar el oficio de corresponsal y le dará acceso a otra cara de la realidad que aún no conoce: los hospitales africanos. En consecuencia, decide curarse recibiendo las mismas atenciones que los lugareños, con la ayuda de su mujer doña Alicja, médico a la sazón, que viaja a Lagos en cuanto se entera de la noticia.

Sus siguientes obras están dedicadas a África: Estrellas negras (Czarne gwiazdy, el último de sus libros publicado por Anagrama en 2016) y el inédito en castellanoSi toda África (Gdyby cała Afryka) en 1963 y 1969, respectivamente. La primera es la síntesis de dos series, Ghana desde cerca y El Congo desde cerca, más el reportaje Hotel Metropol, publicado también de forma independiente en el semanario Contemporaneidad (Współczesność). La segunda parte de las crónicas que Kapuściński ha ido mandando a la agencia y a la revista Polityka, en calidad de corresponsal.

De su labor africana le apartan las graves enfermedades que contrae sucesivamente: en 1962, la malaria cerebral y la tuberculosis, y en 1966 unas extrañas fiebres tropicales. Entre medias ha sido testigo de seis golpes de Estado en Sudán, Argelia, Nigeria, Congo, Guinea y Dahomei, ha cubierto en 1963 la Primera Conferencia Internacional de los líderes del continente negro, (en la que se promulgaron la Carta de África y la Organización de la Unidad Africana) y ha dado la exclusiva mundial de la independencia de Zanzíbar en 1964. Además, ha demostrado un gran olfato político al trasladar su corresponsalía en 1965 de Nairobi a Lagos, es decir, del África Oriental al nuevo hervidero del continente, su flanco occidental.

En África descubre cuál es el límite de sus fuerzas, y su agotamiento será su pasaporte a un  nuevo destino, América Latina. En aquel continente ha vivido experiencias al límite como la revolución del Congo, (diciembre de 1960- enero del 61) cuando es condenado a muerte y se salva in extremis gracias a las fuerzas de la ONU. 

 

El despertar del sueño revolucionario

Un enfermo Kapuściński abandona en 1966 su corresponsalía africana. Una maestra eficaz, pero implacable, que también ha mermado su fe en los movimientos revolucionarios y en sus líderes (1). Las revueltas se parecen unas a otras, y conocer ese proceso resta emoción a su tarea. No está claro el sentido de tantos peligros.

El reportero vuelve a su país poco antes de una fecha singular: en 1967 se cumplen cincuenta años de la Revolución de octubre, por lo que se le invita a viajar al gigante soviético y a elaborar el consiguiente reportaje. No está a gusto con la oferta, hasta que el director de la sección internacional de Polityka, Henryk Zdanowski, le convence con el argumento de que tiene una oportunidad de comparar esa parte de Asia con la que ya conoce.

De todas formas, Kapuściński contribuye a ese sutil quiebro en la perspectiva, sabedor de que otra de las dificultades del encargo consiste en la imposibilidad de criticar a la metrópoli, cuya situación sabe bien distinta a la que refleja la propaganda. ¿Cómo poder atrapar la realidad atado de pies y manos, como conservar la libertad con una mordaza? La propuesta de Zdaniowski es una bocanada de aire fresco, porque en la lejana provincia se diluyen las críticas. Son como los colores de la acuarela que se mezclan con el agua de pintoresquismo del Cáucaso.

Además, África le ha hecho consciente de que todo es relativo: la vida en las repúblicas asiáticas sale beneficiada de la comparación con el corazón de las tinieblas.

De esta manera, la fascinación por civilizaciones que han conservado su Historia milenaria a lo largo de los siglos, pese a sufrir continuas invasiones, redujo en el viajero el impacto del atraso que sufría aquel rincón de Asia.

Evidentemente, la Unión Soviética no era la meca para Kapuściński, circunstancia que sus lectores también detectaban, como dejó escrito la especialista en literatura Beata Sowińska: “No encontramos en él descripciones innecesarias, ni se pregonan obviedades, ni se repiten imágenes estereotipadas. El autor nos entrega algo fresco (2)”.

La relevancia de El kirguís baja del caballo (1968),reside igualmente en que incorpora el primer retrato alegórico de la obra de Kapuściński: la crueldad de Stalin se esconde tras la semblanza del gran Tamerlán, igualmente sediento de sangre. 

Kapuściński arriba al Nuevo Continente en 1967. Aprende rápidamente español, aunque el portugués se le resiste: la comunicación ya no es una barrera.

Además, esta vez existe un antecesor en el puesto, su compañero Edmund Osmańczyk. Las mejores condiciones del mismo y su salud, algo resentida, le animan a llevarse un año después a su mujer y a su hija a su cuartel general en México. Ya no tiene que vivir el proceso de adaptación en solitario.

Su estancia le evita el trago de vivir muy de cerca el desengaño que supuso el fin de la Primavera de Praga, así como la impotencia en la que desembocó el mayo del 68 parisino.

Mientras, Kapuściński vivía en un mundo paralelo desde que aceptara el cargo de corresponsal de la agencia PAP en América Latina en noviembre de 1967, viajando primero a Santiago de Chile. Y es que la extraordinaria fama que va cobrando el reportero en su país debe mucho a la curiosidad que suscita esta parte del mundo.

De hecho, ya en la época del gobierno de Gomułka la Revolución cubana era seguida con gran atención, en cuanto a que es vista como la última esperanza mundial de un comunismo justo. La llegada de Fidel Castro el 6 junio de 1972 (el año en que Kapuściński abandona su puesto de corresponsal en América Latina), a la República Popular de Polonia cristaliza en una imagen muy positiva del entonces joven y carismático líder, que se comporta de una manera muy distinta que los políticos locales. Sirva como ejemplo el partido de baloncesto que Castro improvisa ante un auditorio estupefacto en un encuentro con los estudiantes programado por las autoridades. Durante su estancia visitó varias ciudades, en concreto Varsovia, Cracovia, Katowice y Gdańsk.

Sabedor de este entusiasmo, Kapuściński traduce al polaco el Diario del Che Guevara (Dziennik z Boliwii, 1969), como ejercicio lingüístico para aprender castellano. Un año después publica ¿Por qué mataron a Karl von Spreti? (Dlaczego zginął Karl von Spreti?, 1970), dedicado al secuestro y posterior asesinato del embajador de la República Federal Alemana en Guatemala a manos de la guerrilla local. Con el tiempo, se ha convertido en uno de sus libros más polémicos, ya que el biógrafo Artur Domosławski acusa a Kapuściński de justificar el uso de la violencia y hacer propaganda con este libro.

(1)         Atrás quedan sus semblanzas, recogidas en 1963 en Estrellas negras (Czarne gwiazdy).

(2)         NOWACKA, B. y ZIĄTEK, Z. (2010: 148-149).

 

Amelia Serraller, en Cenizas y fuego. Crónicas de Ryszard Kapuściński. 

Este fragmento es continuación del ya publicado en esta misma web. Puedes releer la primera parte en este enlace.

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