Gentes del club, de FERNANDO GARCÍA PAÑEDA

Editorial Seleer, 2012, 186 páginas

He leído por ahí que en los últimos tiempos se ha empezado a considerar el humor como un producto de las clases burguesas, propio de culturas avanzadas e incluso tardías. Según esa teoría, el humorista es un excéntrico y un inconformista que, de forma irónica, se finge ingenuo e ignorante para poner en tela de juicio los postulados supuestamente inamovibles de la sociedad, a la que quiere demostrarle que no habla en serio, para que ella a su vez le crea capaz de restablecer el orden que ha puesto en crisis. Yo no creo que el planteamiento de Fernando García Pañeda en su última publicación, Gentes del club, sea tan sibilino, aunque también es cierto que no parece completamente inocente.

Estamos ante once relatos muy trabajados que confluyen en varios puntos. Todos ellos están protagonizados por unos interesantes personajes que comparten la pertenencia al Club Knut. (Es curioso este vocablo, “knut”, que tanto puede referirse a un nombre de pila escandinavo, que a su vez deriva de la palabra “nudo” en nórdico antiguo, como al nombre de un oso polar famoso del Zoo de Berlín, o a un método de tortura ruso del siglo XV, pero también a una moneda usada en las novelas de Harry Potter). No obstante, la retorcida polisemia no consigue despistar al lector, que pronto reconoce entre las páginas cierto club elitista de caballeros anglófilos de mucha raigambre en la ciudad. No se trata de ninguna maniobra de ocultación por parte del autor, puesto que la portada ya revela lo evidente, sino de un estudiado juego de palabras que tal vez se refiera a los estrechos lazos de clase que unen a los socios.

Todos los relatos comparten además un mismo tono zumbón, como si los protagonistas se rieran un poco de sí mismos y de otros miembros por alusiones, con cierta distancia y condescendencia, pero también como si vivieran fuera del tiempo en cierta manera. El Club Knut viene a ser una cápsula que representa un modo de vida, casi una reserva protegida, en la que las incidencias cotidianas de la gente corriente no tienen efecto o llega muy atenuado. Se utiliza varias veces el esquema de dos socios que desde la calma de uno de los salones y desde la neblina suavemente etílica, hablan sin prisa de un tercer socio sobre el que comadrean con discreción, siempre dentro de los límites del buen gusto. Jamás se estresan o, paradójicamente, se estresan por nada. A veces, por parte del narrador de turno, hay una especie de nostalgia del siglo anterior en que el sosiego que fingen era auténtico, no impostado, ahora que pese a todo se sienten empujados la prisa. En ese sentido, hay momentos en que algo cruje cuando en el mismo párrafo conviven las menciones a los títulos de nobleza arraigada durante generaciones con las referencias a cajeros automáticos o al buscador Google. Son gentes que harían cualquier cosa por conservar lo que tuvieron y que viven pisando el freno en todo momento. La construcción de los relatos recuerda un poco el movimiento de contradanza, en el que los narradores se van pasando el testigo unos a otros para tejer un tapiz rico en detalles, incluso alguno de ellos se vuelve hacia el lector por medio de la segunda persona para informarle de los hechos, pero lo hace desde arriba, como quien domina el llano desde una atalaya, un gesto muy stuffed shirt, característico de algunos británicos.

Todo lo anterior nos lleva a vincular estas historias del Club Knut con el humor inglés, por su ironía, suave burla y confesión implícita y condescendiente de las debilidades humanas, constituyendo una forma amable de reírse de sí mismos. Algo difícil de concebir en el carácter español, más dramático y extremado, con una expresión de su humorismo más directa, a menudo más desabrida. El propio García Pañeda reconoce su afición a los relatos de P.D.Wodehouse, a sus inimitables Bertie Wooster y Jeeves, y a su Club de los Zánganos, en el que puede haber hallado fuente de inspiración para imprimirles a continuación su propia impronta. Imitando al maestro, que era buen conocedor del latín y el griego, así como de varias lenguas modernas, García Pañeda carga sus baterías con fuertes dosis de ironía para conseguir un falso tono épico que mueve constantemente a la sonrisa a base de latinajos (in illo tempore, res iudicata, inter nos), de arcaísmos (présbite, asaz, horrísono, desfacer), galicismos (d’avant-garde, bon sauvage, boudoir), italianismos (entente cordiale, prima ballerina) y, cómo no, anglicismos (dry, after-lunch) que va insertando en el habla de sus personajes de manera tan natural como sin duda incorpora a su conversación esa clase de caballeros en el colmo del esnobismo. No hablan, sino que declaman. Es una técnica a la que el autor logra sacar un buen rendimiento y mantener el ánimo del lector siempre risueño. Con todo, los tropiezos de algunos de los socios del Club Knut ( À la turka, Al día siguiente ya no se puede o El crimen no compensa) también traen ecos de otro de los grandes escritores de humor ingleses, David Nobbs y su Caída y auge de Reginald Perrin, con ese punto de absurdo que lo hace tan divertido y que también encontramos en García Pañeda, por ejemplo en De cómo conciliar ciencia y religión, donde el personaje de Micaela Jacquier de la Cruz resuelve de forma drástica el conflicto entre creacionismo y darwinismo.

El humor, al igual que la diplomacia, la cortesía y la música, unen países y personas de muy diversos lugares y en momentos críticos. Fernando García Pañeda ha elegido esta herramienta civilizada en la época en que puede resultar más eficaz, cuando los lectores se han cansado de oír voces altisonantes y descalificaciones de todo género. Es verdad que cada cultura tiene un sentido del humor diferente, pero también es cierto que el humor es un florete sin nacionalidad, cuya eficacia depende de su agudeza. Hay que añadir que el carácter y la educación recibida orientan los gustos y esta vez García Pañeda se inclina hacia el lado inglés, una expresión que parece acorde con su naturaleza. Gentes del club es una lectura muy recomendable para relajar esa mandíbula que lleva tensa más de cuatro años y para descansar por un rato en esos salones a los que los problemas llegan con sordina y, en cualquier caso, siempre se pueden aliviar con un buen dry.