Colaboraciones en prensa

¿A quién pertenecen las instituciones? ¿A quién deben dirigir su responsabilidad? Entiendo que a la sociedad o a la ciudadanía en su conjunto. Y que, por ello, quien asume la dirección de esas instituciones debe asumir también una forma de "transformación". Pasar de ser una persona individual a ser un cargo público significa sumarle a la ideología y programa propios el plus que lleva aparejado la función, un añadido de atención y respeto para con todos los ciudadanos de su "jurisdicción". Una persona y esa misma persona convertida en alcalde o diputado general, por ejemplo, no pueden o no deberían tener la misma perspectiva sobre la sociedad. El cargo lleva una carga de anchura en sí. El cargo obliga a sumarles a los principios y responsabilidades de las ideas propias los principios y responsabilidades de lo público y del interés general.

En este sentido, actuar como Martin Garitano y como diputado general de Gipuzkoa no debería ser (exactamente) lo mismo. Y creo que lo es. Confieso que al señor Garitano le veo poco el cargo. Le veo actuar poco en nombre del interés general, expresar poco los principios de lo público, dirigirse insuficientemente al conjunto de los guipuzcoanos o a Gipuzkoa en su conjunto. Le veo, por el contrario, dividir, distinguir, preferir estruendosa, escandalosamente a las familias de los presos frente a las víctimas de los terroristas. Las imágenes -recogidas por los medios de comunicación en sus recientes visitas a Vitoria o Loiola, por ejemplo-, las imágenes de saludo a las primeras contrastan brutalmente con la ausencia de gestos hacia las segundas. Le veo también jerarquizar estruendosa, escandalosamente a las víctimas de ETA por la geografía: las víctimas catalanas han sido "más que un error" ha afirmado y "debemos un respeto especial a las víctimas en Cataluña".

Le veo excluir de la exigencia del presente el dolor que el terrorismo ha causado y ponerlo a distancia -se trata, en su opinión, de un dolor ajeno- y poner además ese sufrimiento en duda o en equilibrio con el de los terroristas: "Habrá un día en que todos tengamos que reflexionar sobre lo que ha pasado y sobre el daño que se haya podido padecer y cometer, pero no estamos aún en ese tiempo; todavía estamos saliendo de este conflicto".

Como persona lamento que el señor Garitano considere que no ha llegado el momento de encarar la destrucción y el sufrimiento ocasionados por los terroristas, ni de asumir el alcance de las responsabilidades de quienes, como la izquierda abertzale, han tratado de un modo u otro de legitimar la primera y negar o despreciar lo segundo. Lamento que siga considerando a ese dolor ajeno y equiparando a las víctimas con sus verdugos. Pero, como ciudadana, considero inaceptable que posturas así se mantengan y se expresen desde un cargo público y escalofriante la perspectiva de un diputado general, con todos sus recursos y responsabilidades, de un diputado general ajeno al dolor.

Aparecido en la edición vasca de El País el 29 de agosto de 2011.

Últimamente, Tana (mi amiga pija) está esquiva e independiente. Y me choca, porque lo suyo es que se me cuelgue a la chepa y no me la quite de encima ni con escoplo. Pero además, hace declaraciones crípticas, como ayer, que dijo desayunando: "Es que en fiestas de Bilbao pasan tantas cosas..." Pensé preguntarle qué cosas pasaban y dónde, porque la tía había desaparecido misteriosamente a medianoche y no volvió hasta las seis de la mañana, pero me contuve por discreción. Sin embargo, sé que me oculta algo. Por de pronto, ha reunido en casa un arsenal de artículos festivos impropios de una snob como ella: gorrito borsalino de lentejuelas rosas, gafas de sol con montura fosforito, bolso imitación Vuitton que de día no da el pego ni de broma, pero de noche tiene un pase, reloj de plástico reflectante... Todo muy popular y mantero, no sé si me explico. Y sólo he conseguido sonsacarle que se está aficionando a las txosnas. "¡Si las odiabas!", le he dicho. "Pues ya ves", ha respondido en plan interesante.

Vale, todos podemos cambiar de opinión. ¡Pero me revienta que hable de la Aste Nagusia como si la hubiera inventado ella y que encima, haga rankings de las txosnas! "El mejor espacio interior", dice con aplomo, "es el de SinKuartel, con su bonita fuente. Los mejores aseos, los de Pinpilinpauxa. La terraza con mejores vistas, la de Txomin Barullo. Las mejores barras de bailables: Pinpi y Mamiki..."

Me tiene tan mosca, que he pedido a un amigo txosnero que investigue el tema. Y su respuesta me ha dejado ojoplática: ¡Tana está loquita por un chico de SinKuartel y le somete a un acoso que ni Atracción fatal! "Tana, por Dios", le he dicho, "que esos son antimilitaristas y a ti te ponía Bush, reconócelo". Y ella, llorosa, ha admitido: "Sí, lo nuestro es imposible. Somos como Romeo y Julieta, ya lo cantaba Karina". "¿Y él qué dice de eso?", le he preguntado. "Que Karina se la sopla y que es más de Lady Gaga. O sea, pasa de mí a tope". Oye, me ha dado tanta pena, que me la he llevado a comer rabo y se ha zampado tres raciones. Y yo, al lado, solidaria, también me he puesto las botas. Si seguimos a este ritmo, acabaremos mugiendo.

Aparecido el 27 de agosto en la edición vasca de El País.

Artículo de José Serna Andrés aparecido hoy 3 de enero en Deia:

"Uno no encuentra demasiado diferencia entre el hecho de dar el nombre a una persona y darle el apellido. Se supone que, cuando tenemos un hijo o una hija, existe un consenso a la hora de poner el nombre. Si alguien se impone en estos menesteres algo no funciona en la pareja. Por eso, la idea de que se pueda poner el nombre o el apellido que han decidido la madre o el padre no parece que atente contra ninguna norma, sino todo lo contrario, y abre un nuevo camino al diálogo y al entendimiento. Si eso supone un motivo de conflicto conviene que la pareja, antes de alumbrar una vida, se plantee si está preparada para compartir su vida. Y es que alumbrar una vida no es sólo fijar proyectos para una persona o para una pareja, sino abrirse al futuro libre de quien va a nacer, con sus propios sueños y deseos, pero sin renunciar a las propias raíces. No se educa en el vacío, no se deja de transmitir lo que se es y lo que se ha sido. El nombre y el apellido tienen que ver con las huellas del pasado y, aunque se trata de un valor simbólico, mantienen su fundamento referido a determinadas señas de identidad. Y cuando hablamos de ello no solo tenemos en cuenta documentos legales.

Artículo de Luisa Etxenike publicado hoy en la edición vasca de El País y titulado 'Denuncia'.

"Se ha convertido en habitual presentar ante los medios de comunicación la noticia de los crímenes de género con el dato de si la víctima había interpuesto o no denuncias previas contra su asesino. Así, recientemente se nos decía que "ninguna de las siete mujeres muertas por violencia machista en lo que va de año había denunciado a su agresor". En lo que va de año significa sólo el mes de enero y ya son siete las muertas, cuatro más que en el mismo periodo del 2010, de modo que este arranque y su presagio no pueden ser más funestos

No sólo no acabo de ver clara esta sistemática referencia a las denuncias previas sino que tengo serias dudas acerca de su pertinencia y coherencia en la lucha contra la violencia de género. Me preocupa esencialmente el desplazamiento de la mirada y el deslizamiento de la responsabilidad que a mi juicio representa o, al menos, clarea. Porque, ¿qué sentido tiene, tras un nuevo asesinato, centrar la atención del ciudadano en la actitud previa de la víctima; poner en ella la interrogación? ¿No es, en realidad, una manera de distraerle del único fondo del asunto que es el crimen y su autoría? ¿No es un modo también de sugerir que si hubiera habido denuncia no habría crimen, esto es, que esa mujer asesinada tiene (algo) de responsabilidad en lo sucedido? Y un modo de sugerir también y de paso que hay instrumentos y mecanismos legales suficientes para atajar la violencia de género, o si se prefiere, para sugerir que los poderes públicos lo están haciendo bien? O lo que es lo mismo, pero en peor, ¿no es una manera de decir sin decir que todo el mundo está actuando correctamente en este asunto menos las víctimas, que no ponen todo de su parte, que se obstinan en no denunciar y luego pasa lo que pasa?

Artículo de Luisa Etxenike aparecido ayer en la edición vasca de El País.

Hace unos días, Esperanza Aguirre anunció que padece un cáncer de mama, colocando así el derecho a la intimidad que como ciudadana le corresponde detrás de la responsabilidad de transparencia que los líderes políticos asumen también. Tras conocerse la noticia se han multiplicado las declaraciones públicas y las muestras de apoyo. Entre nosotros adquieren especial significación las palabras de ánimo del alcalde de Bilbao, que conoce de primera mano no sólo el paso por la enfermedad, sino la vuelta después a la normalidad de la vida política.

Esas muestras de apoyo, los deseos de un rápido y definitivo restablecimiento -y sumo desde aquí los míos- han venido de todas partes, incluidos políticos de la oposición y ciudadanos que no son del ámbito ideológico de Esperanza Aguirre; y podemos pensar que se deben a que el anuncio de la enfermedad suspende el esquema relacional anterior e instaura súbita, espontáneamente, otro en el que la posición política pierde protagonismo frente a la condición humana. Y en el interior de la condición humana las distancias son otras, son cortas, porque el que más y el que menos sabe de lo que se habla y lo que se siente ante una enfermedad así; comprende la cuesta que ésta pone, de repente, en el paisaje de las emociones y de los pensamientos.

Esas distancias abolidas o reducidas entre el político enfermo y la oposición y, sobre todo, la ciudadanía creo que merecen conducir a una reflexión más general sobre otras distancias. Sobre la distancia que, en circunstancias nada excepcionales o completamente corrientes, separan en nuestras sociedades a la clase política de la ciudadanía, por un lado, y, por otro, a los privilegiados de todo orden de los cada vez más desfavorecidos. Una distancia que, en las últimas décadas, no ha dejado de crecer y que en los últimos tiempos la crisis está disparando. Porque mientras en los países emergentes se avanza en la ideología y en la práctica hacia un acortamiento de las distancias entre ricos y pobres, tanto en términos estrictamente materiales como también de cultura e (in)formación, en Europa esas distancias no han dejado de crecer, de abrirse. Y se ha abierto también entre la clase política y la ciudadanía una brecha -a estas alturas ya un foso- de desconfianza que no va a cerrarse espontáneamente, por pura "mecánica" electoral, sino que hay que colmar a conciencia. Desde una actualización urgente y exigente de los principios y los compromisos a favor de la justicia social y el Estado de bienestar, que representan, ni más ni menos, que una sociedad considera inaceptable que en su seno coexistan la opulencia y la precariedad, la despreocupación por el mañana, y el temor y la angustia por el ahora mismo.

Y una actualización además del principio de que un mandatario político es un servidor público, un obligado a las distancias cortas con la ciudadanía, tan cortas que vive sus preocupaciones y aspiraciones en carne viva y propia.